Clarín

Fessler, el sobrevivie­nte que trajo otro teatro

Luchó contra Franco y el nazismo. Tras huir de Europa, aquí renovó los modos de la representa­ción.

- Patricia Suárez

Buenos Aires -y por extensión la Argentina- no se convirtió en un polo teatral de Occidente de la noche a la mañana. Hubo maestros de teatro y de actuación que formaron a generacion­es. Muchos de ellos eran inmigrante­s que venían huyendo de la guerra y la miseria de los países europeos, como Galina Tolmacheva, Heddy Crilla u Oscar Fessler, protagonis­ta de un libro en su memoria que escribiero­n José María Paolantoni­o y Oscar Roque Degregori y que se presenta esta tarde: El irreverent­e mensaje del teatro.

José “Cocho” Paolantoni­o es autor y director de numerosas obras, y estuvo a la cabeza de institucio­nes teatrales y Degregori, hombre de teatro también, fue director de escuelas de enseñanza dramática a lo largo del país. El título del libro se debe a una frase de Fessler en un curso que dio en Costa Rica en 1978: “El teatro, el buen teatro por lo menos, siempre es irreverent­e. Y esa irreverenc­ia surge del inevitable conflicto entre una visión del mundo renovada y renovadora, y el esclerosam­iento en que van cayendo todos los procesos de la actividad humana”.

Como otros maestros de Europa que vinieron a traer su arte, Oscar Fessler estaba embebido en el método de actuación de Konstantin Stanislavs­ki, que en aquel entonces había revolucion­ado el mundo con una nueva forma de ver el teatro.

Pisó Argentina por primera vez en 1957, invitado por el Teatro IFT, ya que algunos argentinos lo habían visto dirigir con gran éxito una obra en París. La historia intensa de su vida parece, dicho con todo respeto, una serie de Netflix. Nació en 1914 en una localidad de Bucovina, en ese entonces Imperio Austro-húngaro y ahora Rumania; a los seis años quedó huérfano pero logró terminar la escuela media. Poco después, logra juntar algún dinero dando clases de filosofía y se marcha, a los veinte años, al Berlín de sus sueños, adonde pudo estudiar teatro con los grandes directores de la escena mundial de aquel tiempo: Max Reinhardt y Erwin Piscator.

La llegada del nazismo puso en peligro a Fessler, que logró escapar a Copenhague y allí se integró en una compañía teatral que partió de gira a Francia. Trabajó como actor hasta que se desató la Guerra Civil Española y se unió como soldado a las brigadas internacio­nales que defendían al ejército republican­o español. Fue apresado por los franquista­s, pero gracias a un intercambi­o de prisionero­s de última hora logró regresar a Francia. Allí, formaría parte de la resistenci­a al nazismo. Los autores cuentan en el libro que, con sus dotes de actor, Fessler fingía ser ciego para detectar a los colaboraci­onistas infiltrado­s. Acabada la guerra, se dedicó al teatro tiempo completo y luego llegó al país. Su visión atraía: “El teatro es un medio de expresión al alcance de todos; hay un actor en cada espectador y la necesidad de serlo. El teatro podrá convertirs­e en una gran acción popular”.

Aquí, dio clases magistrale­s y luego abrió en Santa Fe la primera escuela de teatro de la región que durante los años democrátic­os de Arturo Frondizi fue posible. Para la ciudad fue una experienci­a inédita. La escuela cerró en 1962 y Fessler regresó a Buenos Aires, donde dirigió activament­e hasta que los años feroces de la dictadura lo obligaron a regresar a Francia. Era tanto el cariño que sentía por la Argentina, comentan los autores del libro, que volvió en 1996, a los 82 años, para morir aquí.

El irreverent­e mensaje del teatro contiene unas veinte clases de Oscar Fessler en Santa Fe y los programas de estudios de aquella primera escuela. En este sentido, su aporte es invaluable para todos aquellos que quieran conocer no sólo de métodos de actuación y de cómo aplicar Stanislavs­ki, sino para aquellos que quieren conocer sobre la historia del teatro argentino actual. ■

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El maestro. En Santa Fe abrió una escuela de teatro fundaciona­l.

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