Lo mejor de Jethro Tull, atendido por su dueño
El legendario flautista y cantante está de regreso en Buenos Aires para repasar la trayectoria de la banda que creó en 1967.
Sin duda alguna, Jethro Tull ocupa un lugar destacado entre las bandas de más amplio alcance estilístico que habitan, de acuerdo a los siempre caprichosos rótulos, el universo del rock. Y si hay algo -o alguien- que hizo y hace que eso así sea es la capacidad para disolver cualquier tipo de frontera entre diferentes géneros musicales de Ian Anderson, quien formó la banda en 1967, y que hoy y mañana estará repasando su historia musical en el Teatro Gran Rivadavia.
Alcanza con pegarle una rápida oída al primer álbum del grupo británico, This Was, editado en 1968, para entender la idea original y perenne del hombre nacido hace 70 años en la ciudad escocesa de Dunfermline. Allí, la convivencia de la impronta blusera de Some Day The Sun Won't Shine For You y de It's Breaking Me Up, el espíritu de zapada rockera de Cat's Squirrell y la interpretación de Serenade to a Cuckoo, del genial flautista y figura del free jazz Roland Kirk, plantea un generoso concepto estético.
Concepto que la banda ampliará más aún en su siguiente trabajo, Stand Up (1969), con la incorporación de elementos de la música clásica, a través de Bourée -de la Suite en mi menor para laúd de Bach-, que se convertiría en uno de sus hits, y de la esencia folk de Jeffrey Goes to Leicester Square.
Compositor exquisito, cantante con tanto carácter rockero como de trovador medieval y flautista de un estilo imposible de clasificar, Anderson, quien junto a Thijs van Leer, de Focus, jerarquizó el uso de la flauta traversa en el ámbito del rock, desplegó a partir de entonces un arsenal de recursos para llevar a su banda -con la especial complicidad del guitarrista Martin Barre, y el acompañamiento de músicos como Dave Pegg, John Evans, Jeffrey Hammond-Hammond y Barriemore Barlow entre muchos muchos otros- por distintos reco- rridos musicales, casi siempre atractivos. Y documentados de excelente manera -más allá de los 25 discos de estudio- en varios obligados registros en vivo, de los cuales Bursting Out (1978) y A Little Light Music (1992) son dos fantásticos ejemplos.
Con obras consideradas -a veces contra la propia opinión de Anderson- conceptuales, como Aqualung (1971), Thick as a Brick (1972), A Passion Play (1973) y Minstrel in the Gallery (1975); piezas a esta altura clásicas como Songs From the Wood (1977) o Heavy Horses (1978); y una actualización con varios puntos para destacar en trabajos como Roots to Branches (1995), Jethro Tull mantuvo a lo largo de su trayectoria un sonido y un estilo propios, aún a pesar de sus cambios de formaciones, que ubicó al grupo como referencia del rock progresivo.
Dueño de una personalidad singular, y del título “Too Old to Rock and Roll, too Young to Die” (“Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir”), Anderson patentó su imagen de flautista sostenido sobre una de sus piernas, que paseó en numerosas ocasiones por distintos escenarios porteños, de su memorable y demoledora presentación en el mítico estadio Obras en 1993, al Gran Rex, donde cuatro años atrás presentó la segunda parte de Thick as a Brick.
“El desafío es evolucionar. Cuando escribo algo, pretendo que sea diferente a lo que escribí hace dos años, sin que por eso no se pueda reconocer una raíz común”, decía por entonces a Clarín Anderson, quien enumeraba además algunas de las influencias que impregnan su trabajo: “Yo estoy influenciado por la música clásica, el jazz, el blues, la música religiosa. También por el folclore, que es una evidencia del pasado en el presente. No es que uno vaya a hacer algo así; pero uno toma parte de ese espíritu; detalles. Y no necesariamente del pasado. También hay buenas ideas y cosas para aprender en la música contemporánea.”
Anderson llega acompañado por Florian Opahle (guitarra); Scott Hammond (batería); John OHara (piano, acordeón y voz) y David Goodier (bajo y voz). ■