Madre porteña no hay una sola
El chiquito recuesta su cabeza en el hombro de la mamá. Y a ella le basta acercarle apenas el mentón para expresar protección. El gesto de la mujer, leve, apenas sugerido, tiene la fuerza de un abrazo. Un abrazo suave y eterno. En esa escultura, Maternidad, del italiano Pedro Tenti (1881-1963), ubicada en la Plaza Castelli de Belgrano, el bronce es cálido, cero solemne. Qui- zás, por esa razón, el homenaje resulta uno de los más lindos que tiene Capital. Y eso que opciones hay.
En el libro Mármol y Bronce. Esculturas de la Ciudad de Buenos Aires, de Nicolás Gutiérrez (Ediciones Olmo), un racconto de más de 600 trabajos, aparecen unos 25 con “madre” en el título o palabras relacionadas -sin contar a los que aluden al tema, como las lobas romanas de San Telmo y el Botánico ni a las vírgenes cristianas literales-. Así que madre no hay una sola. Menos, porteña. Sus representaciones suelen ser ternura pura. Idealizada. Pero también se las encuen- tra exigidas y orgullosas. Es es el caso de la figura que esculpió Luis Perlotti (1890-1969), inaugurada en 1965 en Parque Rivadavia: con un bebé en el regazo, mira directo al espectador mientras una nena trata de “escalarla”. Y es el caso tambipen de La Caridad, que amamanta y cuida a dos chicos. Otro tesoro de Caballito, emplazado en 1937 en Plaza Irlanda. Con su túnica, con su mirada serena, para algunos resignada, esa figura de mármol, parte del grupo escultórico La Fe, la Caridad y la Esperanza del francés Eugéne Guillaume, evoca a una virgen. Y trae ecos, muy lejanos, de La piedad, de Miguel Ángel.
La Ciudad cobija representaciones así de celestiales. Y terrenales, como La Madre Marinera, de Roberto Capurro, con la piel curtida por el viento, de pie, de cara al puerto de La Boca. Y cobija representaciones esperanzadas: esa silueta de piedra con un bebé en brazos y ojos inmensos mirando adelante, al porvenir, que Francisco Reyes creó en 1982 para Boedo.
Se dice que los espejos se usan para verse la cara y el arte, el alma. Cierto. Tanto como que, aunque las madres no son siempre ángeles, la enorme mayoría les haríamos un monumento. Feliz día. ■