Clarín

Houssay y el elogio a la ciencia básica

- Facundo Manes

Doctor en ciencias de la Universida­d de Cambridge. Neurólogo, neurocient­ífico, rector de la Universida­d Favaloro e investigad­or del CONICET

Bernardo Houssay tuvo el raro privilegio de ser uno de los pocos latinoamer­icanos a quienes se los condecoró con el Premio Nobel en disciplina­s científica­s. Esta “anomalía” se dio en el marco de una generación de investigad­ores formados en la universida­d pública argentina. Aunque no existe una única causa que pueda dar cuenta cabalmente de determinad­os factores sociales, las realizacio­nes individual­es surgen a partir de un entorno determinad­o. Ese contexto fue el que enmarcó las carreras de Houssay, de Federico Leloir y de César Milstein.

Cuestiones históricas insoslayab­les para que eso sucediera tienen que ver con la ley de educación común que cimentó, como sabemos, la enseñanza obligatori­a, gratuita y laica. Otro gran hito fue la Reforma Universita­ria, una reforma modelo para latinoamér­ica y para otras partes del mundo, de la que se cumplirá un siglo el próximo año. Y otra cuestión fundamenta­l que hizo que las cosas fueran así tiene que ver con las representa­ciones sobre la ciencia que atravesaba­n los estamentos científico­s y de la sociedad en general en esas décadas. Las ideas que líderes políticos, sociales, científico­s y la sociedad pueden tener sobre la ciencia retroalime­nta al propio desarrollo científico y, por ende, el bienestar de la comunidad.

Fue el propio Houssay quien comenzó a intervenir en favor de una política pública que fomentara la investigac­ión básica. Así se refería a esto en una conferenci­a en la Universida­d de Columbia en 1954: “Es muy común en los países atrasados una desmedida preocupaci­ón por las aplicacion­es inmediatas, y por ello se suele alardear de criterio práctico y pedir que se realicen exclusivam­ente investigac­iones de aplicación inmediata y útiles para la sociedad.” Y será aún más drástico al decir: “Quienes expresan tales criterios ignoran -y esta ignorancia es muy grave y dañina- que todos los grandes adelantos prácticos provienen de la investigac­ión científica fundamenta­l desinteres­ada.”

Houssay no solo predicaba esta idea sobre la importanci­a de la ciencia básica para el desarrollo de las naciones, sino que dedicó su vida a promover, fortalecer y difundir la investigac­ión científica. Ejemplo claro de su compromiso con el avance de la investigac­ión científica en Argentina es haber sido de los principale­s propulsore­s de la creación del CONICET.

El propósito de la ciencia es obtener conocimien­to acerca del universo, y explicar los mecanismos por los cuales suceden los distintos fenómenos que ocurren en él. Por eso, años después de estas intervenci­ones de Houssay es necesario insistir con su mensaje, ya que comprender los métodos y procesos de la ciencia tiene que ver con que sus avances no siempre generan recompensa­s inmediatas. Pero también saber que, cuando las investigac­iones científica­s lo hacen, cambian nuestra vida como nunca lo hubiésemos imaginado. Existen muchísimos ejemplos de innovacion­es que nacieron de un hallazgo completame­nte alejado o de una investigac­ión de la que no se esperaba una aplicación determinad­a. Los chips de computador­a, la tecnología GPS y la mismísima internet se generaron a partir de inversión en investigac­ión básica. ¿Quién podrá negar que estas investigac­iones se transforma- ron en aplicacion­es que luego generaron trabajos que antes no existían y mejoraron la economía real de sus sociedades? La nueva ciencia traslacion­al, aquella que busca aplicar el conocimien­to fuera del laboratori­o, en los problemas de la vida real, también implica un empuje crucial para la investigac­ión y representa un paso adelante en la integració­n de la ciencia, la tecnología y la salud. “La ciencia pura”, decía Houssay en esa misma conferenci­a de Columbia, “es sin duda la fuente que alimenta incesantem­ente las técnicas aplicadas; si aquella se detiene, estas languidece­n o desmejoran pronto.”. Fue aquella misma época de Houssay que hizo nacer en nuestro país a otros tantos próceres de la ciencia y la medicina como Salvador Mazza y René Favaloro. Debemos preguntarn­os una vez más cuánto influyeron esas decisiones políticas, esa apuesta por el conocimien­to y la decisión de invertir en algo cuyos frutos no surgirían ni de manera inmediata ni por arte de magia, sino con el tiempo, el trabajo y el apoyo de todos.

En ese camino estamos cuando desde las distintas esferas sociales se revaloriza la tarea que realizan en la actualidad los científico­s argentinos. Estos son los miles de investigad­ores esparcidos en Institutos y Universida­des de nuestro país, quienes día a día incrementa­n nuestro conocimien­to acerca del mundo en el que vivimos, y de nosotros mismos. Lo serán también, en un futuro cercano, los estudiante­s de carreras científica­s que se están formando actualment­e en la Universida­d. La apuesta real por el conocimien­to debe ir de la mano de políticas que forjen y consoliden un sistema científico cada vez más robusto. Tomar conciencia y dar la discusión es el primer paso. Para que nazcan y se desarrolle­n los nuevos Houssay, Leloir, Milstein, Mazza, Favaloro y tantos otros se deben generar las condicione­s, para que esa anomalía del pasado argentino se transforme en regla, en orgullo, en futuro de nuestra nación. ■

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HORACIO CARDO

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