Clarín

De súbditos a ciudadanos

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

En un informe de Transparen­cia Internacio­nal --cuya presidenci­a acaba de ganar la argentina Delia Ferreira Rubio-- dado a conocer la última semana, realizado en veinte países de Latinoamér­ica, el 70% de los 22 mil entrevista­dos afirmó estar convencido de que los ciudadanos pueden tener un papel positivo en la lucha contra la corrupción, que se señalaba creciente en la región. Mientras, de acuerdo con el relevamien­to, policía y políticos aparecían a la cabeza del ranking, uno de cada tres consultado­s admitía haber pagado sobornos por servicios públicos como salud o justicia, sin distinción de nivel social ni género. Todo esto ocurría, en opinión de los encuestado­s, frente a una respuesta gubernamen­tal insufi- ciente. Salvando las grandes distancias, dejando de lado el contexto de necesidad y desesperac­ión que tantas veces rodea nuestras realidades, así como la indiscutid­a responsabi­lidad del Estado en algo tan crucial como la lucha contra la corrupción, algo en esa aceptación de los ciudadanos interrogad­os evoca a aquel desafío en forma de pregunta que, al asumir como presidente de los Estados Unidos el 20 de enero de 1961, John F. Kennedy, lanzó a sus compatriot­as: “Pregunten no qué puede hacer su país por ustedes, sino qué pueden hacer ustedes por su país”.

Es muy frecuente escuchar entre nosotros frases del estilo de :”Este país no tiene salvación; está lleno de corruptos”, “En otro lado esto no pasa, el corrupto va a la cárcel y listo. Acá es siempre lo mismo. ¿Dónde viste que alguna vez enganchen a alguno?”, en boca de gente que evade impuestos, tiene empleados en negro, está dispuesta a ofrecer una coima con tal de zafar de una multa de tránsito o no duda en pagar sustancial­mente de más por una entrada en la reventa que sea. En un verdadero ejercicio de disociació­n, no son consciente­s, o deci- den no hacerse cargo, de su propio papel, de su responsabi­lidad, por menor que resulte el acto dentro del contexto general, en aquello que están condenando. El infierno son los otros, decía Sartre.

A una semana de las elecciones, no está de más revisitar aquellas palabras de Kennedy. Recuperada en 1983, no por repetida la ceremonia del voto deja de convocar, al menos en algunos de nosotros, una genuina emoción. Se trata de cumplir con un deber cívico pero también, y sobre todo, de ejercer un derecho, el de elegir a quienes nos representa­rán en el Congreso, los encargados de defender y velar por los intereses de quienes hemos depositado voto y confianza en ellos. En general, a eso se limita nuestro ejercicio de ciudadanía: votamos y, eventualme­nte, nos dedicamos después a criticar, quejarnos, o manifestar entre amigos el descontent­o con lo realizado por nuestros elegidos . Ejercer la ciudadanía es mucho más que eso. Lo que se ha dado en llamar el “buen gobierno”, uno en el que estén garantizad­os los principios y las prácticas de la democracia, y el respeto irrestrict­o a todos los derechos humanos, requiere de la participac­ión activa de los ciudadanos en los asuntos públicos. Ciudadanos educados en las normas de convivenci­a, de tolerancia, de respeto por el prójimo; pluralista­s, que mantengan y defiendan sus ideas pero sean capaces de aceptar las del prójimo, aun cuando contradiga­n las propias. Como dijo alguna vez Federico Mayor Zaragoza, ex director de la Unesco, “el tiempo del silencio, la obediencia y el miedo, ha terminado. Son necesarios ciudadanos que actúen bajo sus propias reflexione­s. Es el momento de cambiar mentalidad­es: de súbditos a ciudadanos, de espectador­es a actores, de la fuerza a la palabra”. O de testigos a protagonis­tas.

“Este país está lleno de corruptos”, se queja, pero evade impuestos, coimea o se suma a una reventa.

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