Clarín

El lenguaje del bajofondo se subleva

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

Durante todo el día el hombre había tenido la palabra en la punta de la lengua. Al irse a dormir le pasaron volando varios sinónimos, pero ninguno le servía para describir al muchacho que había conocido en una riña de gallos. Cuando la cabeza adormilada de su compañera giró sobre la almohada, él aprovechó para levantarse despacito y abrir el diccionari­o que tenía sobre la cómoda. Resbaló el dedo índice sobre algunas páginas y la encontró: “Tenaz”, sí señor, ésa era la palabra. La escena de Brandoni en “Un gallo para Esculapio”, exitosa miniserie recién concluida, rescata que no todo se pierde en la alcantaril­la del lenguaje del conurbano profundo y delictivo. “¿Por qué hablás así, querido?”, le reprocha a su hijo. Y le explica que “uno es el sonido que emite, uno es lo que habla”.

Ponerse hoy en guardián del lenguaje cuando el uso de “gato” ya es un retrato de época no tiene nada que ver con las malas palabras. Cuando Fontanarro­sa pidió una amnistía para ellas en el Congreso de la Lengua de 2004, fue ovacionado. A la palabra “pelotudo” la entienden todos, pero hay otras que sólo anidan en bajofondos.

De chico, el escritor español Juan José Millás imaginó un negocio de venta de palabras. Las más caras eran los sustantivo­s (porque pensaba que venían de “sustancia”), luego los verbos y los adjetivos. Al tener demanda la compra de frases inexistent­es, abrió un apartado para “gente caprichosa o loca”. En la tele esas frases no reflejan caprichos ni locuras, sino a una parte del país que se cayó hace tiempo del mapa de la educación y que Esculapio, por suerte, se esfuerza por salvar.

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