Clarín

Maldonado, en la hora de los peritos

- Héctor Gambini

Cuando los cuerpos hablan, la muerte cambia. La clave está en quiénes escuchan a esos cuerpos. Los grandes casos que conmoviero­n a la Argentina siempre terminaron en la tierra de los peritos. ¿Es común que un mismo cuerpo "cuente" cosas distintas? La ciencia forense no anida en principios extremos sino en una gran gama de grises. Difícil de digerir en el país del blanco o negro.

María Soledad Morales había muerto por una fractura en la mandíbula provocada por una piedra enorme. Pero luego murió por sobredosis de cocaína tras ser violada durante una fiesta de los hijos del poder en la Catamarca de 1990. Otra muerte para el mismo cuerpo.

El soldado Omar Carrasco había muerto tras una caída mientras huía para escaparse del cuartel de Zapala donde hacía la colimba. Pero finalmente murió por la patada de un borceguí que le rompió una costilla durante una paliza que recibió de un militar y dos soldados. No hubo un conscripto que desertaba sino un ataque feroz que terminó con el servicio militar obligatori­o.

La modelo Alicia Muñiz había muerto tras caerse de un balcón en la casa de verano que alquilaba con Carlos Monzón en las afueras de Mar del Plata. Pero no: cuando cayó ya estaba muerta. Monzón le había dado una trompada y la había ahorcado con sus manos antes de dejarla caer al vacío para simular un accidente.

¿Y Nisman? Primero se investigó un suicidio. Luego apareció un asesino en la escena del crimen. Y el último informe de los peritos de Gendarmerí­a ya habla de dos asesinos en el mismo lugar.

El cuerpo del fiscal reveló más cosas que durante aquella primera autopsia: ahora se sabe que le pegaron, le fracturaro­n la nariz y le partieron un diente; que le dieron ketamina para dominarlo y que el arma quedó en una posición, debajo del cuerpo, donde nunca pudo quedar si él mismo se hubiese disparado. La pistola debió haber rebotado en las paredes a tres bandas para terminar allí, pero las pistolas no son bolas de billar.

Ahora, otro cuerpo de esos que cada tanto interrogan a la Argentina entera está en la mesa de autopsias. Tras identifica­rlo por sus tatuajes, si no hay indicios contundent­es de un ataque a Maldonado -un balazo, una puñalada- será difícil que los peritos lleguen a una impresión unánime de lo sucedido.

En estas horas ya hay un duelo de peritos en los medios sólo basados en las fotos del cuerpo que circularon sin control desde el hallazgo en el río Chubut, el martes. Los peritos que opinan fueron docentes o discípulos de los forenses que trabajan sobre el cadáver. En la Argentina, la burbuja forense cabe bajo un microscopi­o.

Los que defienden la postura de que se trata de un cuerpo que estuvo 78 días bajo las aguas heladas argumentan con tanta solvencia como quienes aseguran que un cadáver en ese estado no pudo tener más de tres semanas sumergido. ¿Y entonces? ¿Dónde estuvo?

Difícil saber si estos forenses calificado­s calcan la geografía de quienes trabajan sobre los restos, pero es posible que sus posturas públicas anticipen las disidencia­s que vienen. El contorno de una nueva grieta.

La ciencia forense abarca una extensa gama de grises. Difícil de digerir en el país del blanco o negro

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