La Ciudad como escenario: una obra de teatro recorre el subte, hospitales y cementerios
Guiados por auriculares, los espectadores, que también son protagonistas, participan en un trayecto de 3 kilómetros que incluye parques, shoppings y viajes en transporte público. La función empieza en Recoleta y termina en el Obelisco.
Llevamos dos horas de travesía por Buenos Aires. Somos un grupo extraño que, sin mediar palabra, se detiene a contemplar mausoleos, corre carreras, hace reverencias frente a una iglesia y mira el Obelisco con binoculares imaginarios. Casi al final, la voz en nuestros auriculares pregunta: “¿Cómo te sentiste? ¿Te gusta saber que participás de algo que sólo unos pocos conocen o más bien estás incómodo porque los demás no saben de qué se trata?”.
Cada uno guarda su respuesta para sí, y de eso se trata “Remote Buenos Aires”, la puesta presentada en el marco del 11° Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA): de la frontera entre lo que somos y lo que compartimos con los demás. También es un recorrido por la Ciudad que creemos conocer, pero no a nuestro estilo cotidiano sino a la manera del flaneur, ese personaje del París decimonónico que iba sin rumbo ni propósito, disponible para lo que la urbe tuviera para ofrecerle. Aquellos que, como decía Charles Baudelaire, encontraban en las multitudes su elemento, como los pájaros lo hallan en el aire.
La obra comienza en el cementerio de la Recoleta y termina en el Obelisco. En el transcurso se pasa por sitios como la Biblioteca Nacional, el Parque Las Heras, el Alto Palermo y el subte –tal cual, el subte- hasta el Palacio de Tribunales. No hay actores. O sí: los actores son los propios espectadores, unidos por el hilo invisible de sus auriculares.
Para la mayoría, el grupo extraño pasa inadvertido: predomina el apuro por ganar un asiento o por llegar a casa después del trabajo. Otros interrumpen sus pasos y sus conversaciones para mirar, entre la duda y la diversión. Es ahí cuando los espectadores de la obra descubren que ellos mismos pueden ser, a su vez, un es- pectáculo, una curiosidad que llama la atención en el murmullo porteño.
La voz nos guía entre rincones paradigmáticos, pero también entre sitios por los que otras veces hemos pasado sin detenernos. ¿Qué nos ocurre mientras atravesamos la mesa central de turnos del hospital Rivadavia -vacía a estas horas- y deambulamos por los jardines internos que dan al pabellón de psiquiatría? ¿Por qué acá, desde el segundo piso de un shopping, todos abajo parecen moverse también a su propio ritmo uni-
Los espectadores de la obra descubren que ellos mismos pueden ser, a su vez, un espectáculo.
forme? ¿Qué es lo que dejamos de hacer cuando aprendemos a hacer lo que “se debe”, lo que hacen todos?
“Remote Buenos Aires” fue creado y adaptado para esta ciudad por la compañía Rimini Protokoll, luego de distintas versiones en lugares tan disímiles como Abu Dhabi, Taipei, Berlín, Avignon o Moscú. Es parte del grupo de obras inmersivas que involucran al espectador en diversos recorridos urbanos, un formato teatral que ya tiene su breve historia en la escena contemporánea mundial y se volvió uno de los éxitos del actual FIBA. Fue dirigida por Stefan Kaegi, autor y productor de teatro y radio con especial predilección por los entornos urbanos: además de ésta y otras
obras, se pasó tres años de gira por Europa y Asia con “Cargo Sofía”, un camión transformado en sala móvil.
De vuelta en Alemania, Kaegi cuenta su experiencia porteña: “Buenos Aires es una ciudad poco calculable y poco previsible. Varias veces tuvimos que cambiar los lugares y eso nos hizo reescribir grandes partes de la obra”. Esa idiosincrasia local dejó su huella en el trabajo. “También es una ciudad espectacular, en la que las manifestaciones tienen un significado específico. Bailar al pie del Obelisco es una experiencia muy especial -agrega-. Nos gusta pasar de un lugar al otro: ver Recoleta del lado más cheto, y también del otro, en un hospital más humilde”. Los espectadores no se conocen
entre sí, pero tienen un código común: esa voz mecánica que los guía y que por momentos se llama Rosa y por momentos Rodrigo. Una voz que te dice cuándo cruzar una calle -siempre en sincronía con los semáforoso te propone cerrar los ojos, mientras suena una canción de Virus y aún faltan tres paradas para que el subte llegue a Tribunales. “¡Fue difícil lidiar con la hora pico!”, señala Kaegi.
Al terminar, después de devolver los auriculares, Edoardo y Natalia se sacan una selfie con el fondo de la 9 de Julio. Son dos turistas de Minas Gerais, Brasil. Visitaban el cementerio de Recoleta cuando vieron el cartel de la obra. “Nos llamó la atención y nos sumamos”, dicen, sonrientes. En dos horas, descubrieron una ciudad que les era desconocida. A los porte
ños nos pasó lo mismo.
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