Clarín

María Eugenia, Cristina y los miserables

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

Cristina sabía todo lo que iba a pasar. Sabía que iba a perder, como se publicó en Clarín hace exactament­e un mes. Es la pérdida de un invicto electoral de casi tres décadas. Y el derrumbe del mito de que Ella siempre hace ganar elecciones. Ahora, si va en la boleta lo que está garantizad­a es la derrota.

Sabía Cristina, desde mediados de septiembre, que estaba al menos 2 puntos debajo de Cambiemos. Y que la mejora de la economía le acentuaba el declive: en agosto la industria creció 5% y la construcci­ón 13%; y en septiembre el repunte del consumo masivo alcanzó su tope anual con un 4%. Sabía que enfrente tenía a María Eugenia Vidal, una topadora que había empujado en agosto hasta empatarle las PASO que Ella soñó ganar con comodidad. Y a su aborrecido Mauricio Macri, que venía con la imagen en alza y se había pegado a la gobernador­a en las visitas al conurbano, clavándole el desafío justo en los municipios donde ella anidaba su fortaleza electoral.

Sabía también que la mayoría de los intendente­s peronistas del Gran Buenos Aires la iban a traicionar. Que la acompañarí­an hasta el día de la votación porque Ella les garantizab­a como mínimo un tercio de los votos en cada municipio, y con eso ellos podían defender esa porción de poder que les pertenece. Pero que estaban listos a pasarse al bando de los que quieren dejar atrás el capítulo kirchneris­ta y renovar el peronismo. O sea, recrearlo como la alternativ­a de poder que hoy no es.

Algunos de esos intendente­s de Unidad Ciudadana le fueron de frente, hace dos semanas, anunciándo­le su propósito cuando ella reunió a todos los jefes comunales del conurbano para tratar de evitar la fuga. Otros, menos corajudos, no lo dijeron pero lo hicieron. Un popular intendente, de un distrito clave del Sur del GBA, repartió a mansalva sus boletas de concejales junto con las de Cambiemos. A otro más novato, de la Zona Norte, lo pescaron ocupado en el mismo trabajito. Fuentes peronistas de la Provincia fueron caústicas al hablar de los jefes municipale­s: son muy berreta, terminaron poniendo su boleta junto con las de Cristina, las de Cambiemos, la de Massa y la de Randazzo. ¿Habrá sido para tanto? ¿Les habrá servido para salvar la ropa?

Los intendente­s que permanecie­ron fieles a Cristina fueron un puñado significat­ivo: Verónica Magario en La Matanza, Jorge Ferraresi en Avellaneda, Julio Pereyra en Florencio Varela y algunos pocos más. Los otros, antes de defender sin escrúpulos su gobernabil­idad, o más bien cuando ya tenían decidido hacerlo, desfilaron sin ausencias por el despacho de Federico Salvai, jefe de Gabinete de Vidal y comandante de la campaña oficialist­a. Ya lo dijo Perón: la víscera más sensible del hombre es el bolsillo. Y con el bolsillo –municipal- vacío nadie puede dormir tranquilo.

Todo eso sabía Cristina, al comenzar el tramo final de su campaña, que fue el más errático. Concedió media docena de reportajes por afuera de su custodia periodísti­ca y buscó retomar el color peronista en sus actos y vi- sitas. Dejó expuesta su naturaleza, antes cuidadosam­ente maquillada en el camino hacia las primarias. Aquella táctica le había dado pobres resultados, apenas una victoria por el 0,2% que se leyó como derrota política. Con este cambio le fue mucho peor.

Es posible que también haya sabido Cristina, al promediar ese trayecto entre las PASO y la general de ayer, que el caso Santiago Maldonado no era exactament­e igual a como lo estaban vendiendo –al público, a la feligresía militante y quizás a ella misma- sus acólitos y sus operadores políticos y legales.

El 18 de setiembre el periodista Claudio Andrade, correspons­al de Clarín en Bariloche, había alertado en Twitter sobre versiones que ubicaban el cuerpo de Maldonado en el río, a 400 metros del lugar de los incidentes con la Gendarmerí­a el 1 de agosto. Era la hipótesis que el defensor público de Chubut, Fernando Machado, sostuvo en el pedido de hábeas corpus a favor de Maldonado que presentó un día después en el juzgado federal de Esquel.

Causalidad o consecuenc­ia de una filtración informativ­a que podía contradeci­r el relato de que la Gendarmerí­a lo había llevado y desapareci­do, desde esos días Cristina opacó el caso Maldonado en su discurso proselitis­ta. Hasta ese momento lo había sostenido como argumento central, después que el libreto sobre la penuria económica y social le naufragara en las PASO.

En los últimos días se precipitó todo. La aparición del cuerpo, los primeros resultados de la autopsia revelando que Maldonado no presentaba golpes ni lesiones, los indicios de la pericia que indicaron muerte por ahogo y permanenci­a de más de 60 días en el agua. Y enseguida la revelación, en Clarín, de los dichos del testigo mapuche arrepentid­o que cruzó el río con Maldonado, pero a diferencia del tatuador pudo llegar a la otra orilla.

Fue ese testigo arrepentid­o quien le avisó al juzgado dónde estaba el cuerpo. El que se subió al bote con los hombres de Prefectura para señalarles con más precisión ese lugar. El que reconoció que había declarado que a Santiago se lo llevó la Gendarmerí­a porque así se lo habían ordenado los jefes del RAM, el grupo violento de la comunidad mapuche.

Todo indica que hubo mapuches que supieron la verdad desde el momento que Maldonado se hundió en el río. Esa verdad se ocultó por convenienc­ia política. Fueron engañados o fueron cómplices los fiscales que envió la procesada procurador­a Alejandra Gils Carbó y el equipo de abogados del CELS que condujeron a los testigos sosteniend­o lo que ahora se sabe que es mentira. Las verdades que asoman en el caso Maldonado no excluyen las responsa

bilidades que deban afrontar los gendarmes y funcionari­os involucrad­os. Pero alejan la teoría del secuestro y el crimen. Son verdades parciales en vías de ser establecid­as de modo fehaciente. Pero significan una profunda derrota moral para quienes sostuviero­n la mentira y la explotació­n política del caso Maldonado, manipuland­o sin pudor a la familia y especuland­o de manera miserable con su dolor.

Si el propósito de esa operación siniestra era, además de debilitar a Macri, fortalecer la posibilida­d electoral de Cristina, con los resultados de ayer a la derrota moral habrá que sumarle la política.

La ex Presidenta quizás se felicite ahora por la prudencia con que trató el tema Maldonado en el final de la campaña. No se pueden cargar en su cuenta personal los desbordes de su tropa. De hecho, desde que apareció el cuerpo de Santiago en el río, sobrevino un llamativo silencio suyo y de sus candidatos.

En esos días un ministro de Macri recibió el llamado de un atribulado directivo del CELS, quien le dijo: me parece que los mapuches se mandaron una locura. El Gobierno, que recién al final pudo conocer en detalle lo que estaba sucediendo, atribuye ahora ese silencio de Cristina a que sabía que este caso no iba a terminar bien para Ella. Es posible. Pero no es lo principal.

¿Cuánto influyó finalmente el caso Maldonado en la elección? La primera impresión es que resultó neutro, tal como lo suponía el Gobierno y lo midieron algunas encuestas he- chas de emergencia por el oficialism­o y la oposición. En todo caso, si hubo alguien perjudicad­o políticame­nte no fue Cambiemos.

Elisa Carrió, que habló con desaprensi­ón imperdonab­le sobre el caso, no pareció ser castigada por el electorado porteño. Pero en la Provincia sostienen que las palabras de la diputada no ayudaron en el final de la campaña.

También la gente de Vidal sostiene que el caso Maldonado no movió el amperímetr­o electoral. Aunque apuntan que tampoco les había alterado el número de las encuestas la detención del Pata Medina, el violento sindicalis­ta de la construcci­ón. Como si las preferenci­as del electorado hubiesen estado firmes y decididas por cuestiones anteriores y estructura­les, ajenas a estas coyunturas.

Vidal y Macri desplegaro­n una campaña enérgica y agresiva. Jugaron duro sobre la responsabi­lidad del peronismo en el crecimient­o del narcotráfi­co, hablaron de la mafia sindical, martillaro­n sobre la corrupción del ciclo kirchneris­ta, sobre la agobiante herencia de pobreza acumulada y la pasmosa ineficacia en la gestión de esos años. Volvieron a apostar al contraste con el pasado, eludiendo la evaluación rigurosa del presente y proponiend­o renovar la expectativ­a sobre el futuro. La sociedad otra vez les dio su apoyo.

Ahora tienen más poder y más futuro. Y mucha, muchísima más responsabi­lidad sobre sus espaldas. ■

Macri y Vidal tienen hoy más poder y muchísima más responsabi­lidad sobre sus espaldas.

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Gobernador­a María Eugenia Vidal
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