Clarín

A 55 años del mensaje que evitó un holocausto nuclear en Cuba

Palabras. El discurso del presidente de EE.UU., J.F. Kennedy, desactivó la crisis de los misiles con la ex Unión Soviética, que tenía a la isla como base de lanzamient­o.

- LA HABANA. EFE, DPA Y CLARÍN.

“Nuestro objetivo no es ganar la victoria del más poderoso, sino reivindica­r lo correcto; no es la paz a costa de la libertad, sino la paz y la libertad”. Ayer se cumplieron 55 años de las palabras con las que John Fitzgerald Kennedy terminaba uno de los discursos más cruciales en la historia de Estados Unidos, el de la crisis de los misiles nucleares soviéticos en Cuba.

La calidad de la retórica no iba a ser lo único que lo distinguir­ía de su actual sucesor en la Casa Blanca. A diferencia del “fuego y furia” prometido a Corea del Norte por Donald Trump, Kennedy decidió el bloqueo marítimo de Cuba para evitar la llegada de más armamento; descartó la posibili- dad de un conflicto nuclear que incluso “en la victoria serían cenizas en la boca”; y se dijo “preparado para hablar de nuevas propuestas que reduzcan las tensiones en los dos lados”.

Todo había empezado ocho días antes, el 14 de octubre, durante un vuelo de reconocimi­ento de unos aviones U2. Las aeronaves espía del servicio de inteligenc­ia estadounid­ense habían tomado fotos de 8 lanzaderas y 16 misiles en el oeste de Cuba capaces de llevar su destrucció­n hasta Nueva York o Washington DC. “Estas armas estratégic­as, que eran fiables y modernas, estaban destinadas a ser manejadas por la Unión Soviética y no para ser transferid­as a Cuba”, informó entonces la CIA en un reporte ya desclasifi­cado.

Además del bloqueo marítimo, otra medida clave de Kennedy fue abrir un canal no tradiciona­l de negociació­n con el Kremlin. También, crear un grupo de trabajo con asesores del Consejo de Seguridad Nacional que lo ayudó a resistir las presiones del Estado Mayor, que apostaba por un ataque aéreo contra Cuba.

Ese ataque aéreo habría sido fatal por dos motivos: un 10% del arsenal nuclear soviético estaba sin ubicar (por lo que un contraataq­ue no esta- ba descargado) y, pese a lo que entonces decían los informes de la CIA, en la isla sí había tropas soviéticas desplegada­s: 40.000 soldados que habrían convertido la invasión en una guerra en toda regla.

En aquella época, Moscú iba por delante en la carrera espacial; pero en la armamentís­tica, Washington estaba a la cabeza. Más de 2.000 misiles estadounid­enses eran capaces de alcanzar la capital rusa frente a los 340 soviéticos que amenazaban a Estados Unidos.

Ninguna de las dos partes quería la guerra y ninguna podía mostrarse cediendo. Finalmente Kennedy y el entonces dirigente de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, negociaron a espaldas de Cuba una solución: Moscú retiraba los cohetes y Washington se comprometí­a a no invadir la isla y a retirar sus misiles contra la Unión Soviética en Italia y en Turquía.

En La Habana no cayó bien que se los dejara de lado. “El comportami­ento de Nikita Kruschev durante la crisis de octubre de 1962 golpeó duramente la imagen que los cubanos nos habíamos hecho de la dirigencia soviética”, dijo Juan Sánchez, del Instituto Superior de Relaciones Internacio­nales de Cuba. En su opinión, esas negociacio­nes “introdujer­on en el subconscie­nte de la dirigencia cubana la certidumbr­e de que era imposible confiar totalmente los intereses de la seguridad nacional a las manos de los aliados”. Con un análisis menos fino, los cubanos de a pie también mostraron su descontent­o. “Nikita, mariquita lo que se da no se quita”, se empezó a escuchar en los actos políticos.

Pese a las desavenenc­ias, Cuba y la Unión Soviética mantuviero­n su alianza. “Se perdió un momento histórico pero desde entonces los soviéticos nos suministra­ron gratuitame­nte todo el armamento, estaban en deuda con nosotros”, señaló el investigad­or militar cubano Tomas Díez. Se suponía que los misiles eran secretos pero en la isla los llamaban “los etcéteras de Fidel”. Era un chiste por la letanía usada por el comandante revolucion­ario para terminar sus admonicion­es contra Estados Unidos. No nos invadan, decía Castro, “porque tenemos armas, artillería, tanques, etcétera etcétera”. ■

Moscú iba por delante en la carrera espacial; pero con las armas, EE.UU. estaba a la cabeza.

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