Gestos que fueron más que palabras
El lenguaje corporal de los políticos. El experto José María Rodríguez Saráchaga analizó cómo se mostraron los protagonistas de la elección de ayer. Sin discursos épicos y con palabras muy medidas.
El nuevo Macri Le tomó el gusto a los discursos y al escenario
Sobre el filo de la medianoche , apareció el presidente de la Nación en el escenario de cambiemos. Llegó con una sonrisa de oreja a oreja, imposible de fingir. Así como surgió un Macri nuevo en las PASO, ayer nació otro.
Con una fuerza y convicción inéditas hasta hoy arrancó su discurso con una fuerza llamativa. Si bien el texto del mismo fue el que repite desde hace más o menos dos años, según los párrafos; esta vez y más allá de algún tropiezo lo transmitió de una manera mucho más eficaz.
Único orador dominó el escenario que en otro momento habría sido inabarcable con solvencia y entusiasmo. Aquel Mauricio que en su momento buscaba terminar rápidamente sus apariciones, ayer parecía no querer abandonar el escenario.
La imagen que queda, sin embargo, en ningún momento se asocia con la de un presidente en ejercicio. Buscado o no se mostró como un candidato en plena campaña con jeans y una camisa abierta, siempre dos botones y las mangas con dos vueltas de puño; solo faltaba que tras el papel picado bajara un cartel que dijera Macri 2019.
El festejo sobrio, medido que se había programado, quedó en la nada, por más que una mirada de Gabriela Michetti intentó frenarlo, pero cuando sonó Gilda la cumbia fue más fuerte.
El mal trago Con un tono bajo, propio del revés electoral
Al igual que en las PASO, Cristina el día pegando un faltazo a la votación. Esta vez se mostró en su centro de cómputos del “Instituto Patria” visiblemente perturbada no pudo contestar preguntas simples como que pensaba hacer a la noche y dijo tres veces que era un día hermoso en una nota de dos minutos, con una sonrisa forzada sin el más mínimo brillo en los ojos.
Cerca de las 19 dejó de su departamento de Recoleta. Ni siquiera tuvo los reflejos que tenía en otros tiempo de salir mientras hablaba Marcos Peña para robarle pantalla.
A las 23 no habían logrado llenar la media cancha de papifútbol de Arsenal que le habían asignado a la militancia Kirchnerista y no se podía ver a ningún dirigente ni candidato. Los intendentes bonaerenses K (¿ex K?) se quedaron en sus casas evitando quedar retratados en la foto de la derrota.
Cuando finalmente salió Cristina ella misma era el escenario. Arrancó su discurso con un tono dos cambios arriba de lo habitual tratando de darle prisa al mal trago, con una sonrisa que no llegaba a arrancar e intentó convencerse de haber realizado una gran elección leyendo un texto tratando de aparentar una improvisación que no fue. Así pasó la ex presidente por el escenario queriendo mostrar como un logro su derrota, triste, solitaria y final.
Sin euforia Eligió la cautela, el color negro y el tono pausado
Cerca de las 10 de la noche con su abismal diferencia en Capital, casi el 51% de los votos Lilita Carrió apareció en el escenario de Costa Salguero con la música de Menphis la Blusera que la proclamaba como la flor más bella de Cambiemos.
Después de sus dichos sobre Santiago Maldonado, toda su gestualidad iba dirigida a pedir perdón, aunque no mencionó el tema. Elgió el negro, un tono pausado y fue lenta en sus desplazamientos, arrastrando el peso de la campaña sobre sus hombros con los ojos entrecerrados y visibles muestras de agotamiento recibió el abrazo de Horacio Rodríguez Larreta.
Claramente emocionada, con cierta congoja en su expresión y mucho amor propio tomó la palabra. Su discurso fue breve, como muy pocas veces lo ha sido, pero a pura fuerza interior llenó de entusiasmo su voz y contagio a la militancia del lugar que la idolatraba y aplaudía tras cada cierre de párrafo. Casi parecía como una masa de energía encerrada en un cuerpo que la aplastaba. Su cierre, sin embargo, dejó ver ese cansancio y terminó casi como una despedida y dijo “Cambiemos gana a lo ancho y lo largo del país. Es la victoria de un pueblo. Este triunfo del pueblo es el triunfo que alguna vez soñé. Si algo me faltaba en lo más profundo de mi corazón es que en mi propia provincia, el Chaco, ganara Cambiemos”
La aplanadora A pura emoción y capitalizando el triunfo
A las 18:30 Marcos Peña dio una pequeña conferencia de prensa y no podía ocultar su sonrisa de satisfacción que auguraba el triunfo de Cambiemos, al punto que habló de festejos cuando todavía los periodistas preguntaban por el desarrollo de la votación. Sobre el filo de las 23 llegaron Esteban Bullrich, Gladis Gonzalez y María Eugenia Vidal y el equipo de campaña con Duran Barba, pero sin Peña; todos con una sonrisa digna de una publicidad de dentífrico. Muy emocionada la Gobernadora evidenciaba en sus ojos rastros de haber llorado bastante. De a ratos, la mirada cambiaba y dejaba un rostro firme hacia la multitud, justo cuando empezó a cantar “No vuelven más”. Con ademanes marcados, mirada dura y tono severo se mostró como una aplanadora. La misma que aplastó a Aníbal Fernández hace dos años y ahora le pasó por encima a Cristina Kirchner. El cierre de su discurso con quiebres en la voz y algo de bronca en los ojos parecía más dedicado al interior de cambiemos que a los militantes y al público. A los pocos segundos como si una alarma sonara en su interior retomó el hilo original de su discurso y su romance con la gente. Con un sentido homenaje a Carrió comenzó los agradecimientos de rigor que como era de esperarse desembocó en Mauricio Macri a quien saludó con enorme devoción y sincero cariño.
El bunker Un resultado que no se pudo disimular
El bunker de Un País era la imagen de un naufragio. A las 20:00 no había llegado ningún referente del espacio. A las 20:15 Daniel Arroyo puso la cara pero en lugar de hablar de los resultado se puso a comentar la campaña y más tarde De Mandiguren mostraba una angustia tremenda en su cara, tomaba el micrófono con la punta de los dedos con la misma falta de firmeza que intentaba hablar, con una voz quebrada absolutamente dijo un par de frases que no sumaron e hizo mutis por el foro.
El silencio se rompió finalmente cerca de las 22 cuando llegó Sergio Massa acompañado por todo el equipo con caras fúnebres que no intentaban ocultar. Aplaudió sin fuerzas y se desplomó en una banqueta. Con ademán de súplica, de manos entrelazadas, hilvanó un discurso que sonaba a explicación. Se tambaleaba mientras hablaba con un hilo de voz muy tenue en un hombre que de por sí no se caracteriza por sus virtudes vocales.
Nervioso jugaba con las puntas de sus dedos y se reacomodaba reiteradamente el saco, mostrando su incomodidad que trató de disimular tras una serie de ademanes mal aprendidos y muy poco naturales. Finalmente, casi al borde de las lágrimas se fundió en un abrazo con Margarita Stolbizer que lo contuvo como a un hijo al que acababan de dejar afuera del equipo de fútbol del colegio.