Las cuatro vidas del nuevo “emperador”
Ciclo. De niño privilegiado a vivir en una cueva después de que Mao defenestró a su padre hasta convertirse en el líder.
A los siete años estudiaba en la escuela Primero de Agosto. La “cuna de los líderes” la llamaban. Allí se formaban los hijos de la elite comunista. A los diez, su antes todopoderoso padre Xi Zhongxun ya había sido marginado y enviado a trabajar en una fábrica, bajo la acusación de favorecer una novela que a Mao Tse-tung le disgustaba. Luego lo encarcelarían. Entre las acusaciones se incluía haber mirado a Berlín Occidental con los prismáticos durante una antigua visita a Berlín Oriental.
Eran los años de la Revolución Cultural y Xi tenía catorce años. En una entrevista concedida en el año 2000, relató una de las detenciones a las que la Guardia Roja lo sometió en esa segunda vida a la que había caído desde su niñez privilegiada. “¿Cuán serios crees que son tus crimenes?”, le preguntaron. “Lo pueden calcular ustedes mismos, ¿es suficiente para ejecutarme?”, respondió. “Podemos ejecutarte cien veces”, le dijeron. Según su propio relato, al final se conformaron con ordenarle que leyera citas del Presidente Mao todas las noches.
Como muchos otros hijos de la primera elite comunista, Xi se fue a trabajar al campo. Tenía 15 años. A los tres meses de llegar se escapó y regresó a Beijing pero lo arrestaron y fue devuelto al campo. No salió de allí hasta los 22. “Xi vivió en una cueva, entre los lugareños, durmió en una kang, una cama tradicional china hecha de ladrillos y arcilla, soportó las picadas de las pulgas, acarreó estiercol, construyó presas y reparó rutas”, publicó hace poco la agencia oficial de noticias china, entregada a la construcción del mito Xi. Fuera de ese relato queda el suicidio de su hermana, Xi Heping, después de años de persecución contra su familia.
Con una determinación poco frecuente, Xi Jinping optó por unirse a las juventudes del partido comunista que tanto mal había hecho a su familia y que ni siquiera quería admitirlo a él. Tuvo que insistir ocho veces y hacerse amigo de un oficial del partido en su zona para que su solicitud fuera aprobada. Que su familia perteneciera a la primera guardia revolucionaria era una carga antes que una ayuda pero Xi Jinping se las había arreglado para comenzar su tercera vida.
Como explicó a la revista The New Yorker el sociólogo de la Universidad de Pensilvania Yang Guobin, “el sentido de pertenencia no se había extinguido”: “Persistía un orgullo y una sensación de superioridad, y también un poco de fe en que las adversidades que enfrentaba su padre serían temporales y antes o después regresaría”.
Las dos hipótesis se confirmaron. Su padre fue efectivamente rehabilitado y ocupó un lugar central en la China moderna: el desarrollo de la provincia de Guangdong, donde comenzaron los experimentos con el libre mercado.
El sentido de pertenencia a una elite de Xi también parece haber funcionado. Antes de asumir en 2012 su cuarta vida como presidente de la mayor economía del mundo, era considerado un administrador de provincias al que le gustaban las películas estadounidenses y le disgustaba hacerse enemigos. Pero los que confiaban en que seguiría así en el poder se equivocaron. El quinto presidente después de Mao comparte con el mítico líder el amor por las purgas (ahora en forma de lucha contra la corrupción) y por el poder. Como informó la revista The Economist, creó diez nuevos títulos para adjudicarse a sí mismo y se ha hecho con el control del sistema judicial, la policía y la policía secreta. ■