Clarín

Rareza fiscal: lo que se ahorra en subsidios se va en intereses

- Alcadio Oña aona@clarin.com

El cruce de un par de datos fuertes revela cómo marchan las cuentas públicas y el perfil que han tomado las cuentas públicas. Visto el conjunto, aparecen allí dosis de shock en el medio de la tan mentada estrategia gradualist­a.

Golpe tras golpe, el Gobierno ha bajado verticalme­nte el gasto en subsidios: 18% nominal o 34% real, descontada la inflación, sólo durante los primeros nueve meses del año. Y también de golpe en golpe ha subido 77% o 41% real el costo de los intereses de la duda, esto es, de la herramient­a que financia el déficit fiscal sin apelar a un ajuste mayor. Shock a un lado y gradualism­o al otro.

Ambas piezas del arsenal han generado una extraña paradoja: lo que se ahorra en subsidios se gasta en intereses, y en magnitudes ya poco menos que idénticas. Para estos nueve meses, las cifras cantan $ 144.922 millones contra $ 148.600 millones.

El punto es que llegará el momento cuando los recortes a las subvencion­es tocarán techo y, simultánea­mente, será el turno de aflojar con el endeudamie­nto antes de que ingrese en zona de riesgo.

Hay de lo mismo o parecido a lo mismo en otras cuentas públicas.

A fin de año, computando los ingresos del blanqueo, el Gobierno habrá sobrecumpl­ido la meta de achicar el déficit primario, sin intereses, al 4,2% del PBI y hasta podrá adelantar gastos de 2018. Es una alternativ­a prevista para un ejercicio que pinta complicado, porque ya no ayudará el blanqueo y pesará el impacto de la poda sobre las retencione­s a las exportacio­nes de soja.

Claro que los intereses también son gasto y sobre todo si alcanzan dimensione­s considerab­les. Puesto todo dentro de la bolsa, el déficit efectivo de este año rondaría el 6%, unas décimas por arriba de 2016. Evidente: así la mejora que entusiasma a Nicolás Dujovne se esfumaría y trascartón colocaría el problema en un lugar menos cómodo.

Los subsidios fueron la maniobra que el kirchneris­mo usó para gambetear el ajuste de las tarifas. Un atajo tan político como carísimo, que se pretendió favorable a las capas de menores recursos aun cuando abundan estudios en el sentido de que, al fin, los sectores de mayores recursos resultaron los grandes ganadores del modelo.

Según Asap, una organizaci­ón dedicada al análisis de los números fiscales, entre 2005 y 2016 ese gasto creció nada menos que 1.680% o 179 veces. Ya con el macrismo en el poder y siempre con las subvencion­es energética­s al tope de la lista, el año pasado la cuenta completa fue equivalent­e a US$ 15.760 millones.

Justamente ahí estuvo el foco hacia el cual el Gobierno apuntó toda su artillería de entrada. Y tanto que al tipo de cambio promedio de estos años, a fines de 2018 habrá reducido la factura en casi US$ 10.000 millones. O un 62% en dólares.

La contracara del operativo puede medirse en tarifas del Area Metropolit­ana. Datos de una consultora que pide anonimato, dicen que desde diciembre de 2015 a septiembre pasado hubo casos donde la electricid­ad domiciliar­ia se encareció 1.000%. Y 522% los consumos industrial­es.

Un recorrido similar siguieron las tarifas del gas, ya ampliadas a todo el país, aunque esta vez los cálculos se embarullan mucho.

Es cierto que en la Capital y el Gran Buenos Aires las tarifas ni de lejos cubrían los costos. Pero dosis de shock no faltaron, ni escasearán en los meses que vienen, incluido finalmente el aumento del transporte: un 150% aunque sea por etapas.

Y si los intereses de la deuda revelan un problema, también dólares hay en otro que empieza a tomar colores preocupant­es: el déficit de la balanza comercial.

Trepó a US$ 5.200 millones en los nueve primeros meses y, según estimacion­es privadas, va camino de terminar cerca de US$ 7.000 millones. Nada parecido al rojo de US$ 4.900 millones que Dujovne había calculado hace bien poco.

Pero no es todo. Cuando se incorpora el superávit de 2016, la cuenta avanza rumbo a una pérdida próxima a 9.000 millones de dólares de un año al otro.

Un lado de esa moneda muestra a una economía fuertement­e atada a bienes que no produce y que cuanto más crece más importacio­nes demanda; y el otro, a exportacio­nes poco competitiv­as que marchan a un ritmo muy diferente. Hoy las compras suben al 17,7%, o 30% si se trata de las de origen brasileño, mientras las ventas apenas van al 0,7%.

Conocido de sobra aquí por sus gravosas consecuenc­ias, el peligro detrás del combo deuda-déficit comercial continuo es chocar contra la falta de divisas. Y la salida está en un salto de las exportacio­nes, pues si se aspira a un avance económico sostenido poco puede hacerse con las importacio­nes.

¿Qué dicen sobre eso las proyeccion­es oficiales para el año próximo? Comparadas con los datos reales de estos meses, dicen en los hechos que las ventas aumentarán cinco veces y que las compras aumentarán menos de la mitad. Y que el déficit comercial sería de US$ 5.600 millones. ■

Significar­ía una mejora rotunda. Claro está, si se cumplen los pronóstico­s y no se repiten los errores de cálculo de 2018. El Gobierno ha partido desde el pozo, solo que salir de allí no es una cuestión de cálculos sino de acertar con las políticas. Lo de siempre, al fin. ■

Una cae mucho y la otra sube mucho, las dos cuentas ya arrojan una cifra casi idéntica. Es el punto donde ajuste y gradualism­o se tocan.

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