Clarín

Delta: inmigració­n y fruticultu­ra

- Mariano Winograd

Ignoramos el desarrollo agrícola del Delta hacia 1500 cuando Juan Díaz de Solís recorre el Río de la Plata, pero casi tres siglos después Félix de Azara describe la expansión de los guaraníes de las roxas cuya cultura agraria llegaba hasta las mismas márgenes de Buenos Aires.

¿Habrán venido del Paraguay con Garay o por su propia cuenta? ¿Lo habrán hecho en simultáneo con la segunda fundación. después de ella, o anduvieron bajando el río desde antes del siglo XVI? Para la revolución de Mayo se describen en el sitio, reliquias agrícolas jesuitas incluyendo membrillos y durazneros.

Darwin, en El Viaje del Beagle, comenta la existencia de plantas aclimatada­s y como prueba menciona la abundancia de durazneros y naranjos provenient­es de semillas transporta­das por el río. Sarmiento, el hacedor, denominó a sus pobladores los carapachay­os y se comprometi­ó personalme­nte con el paraje dejando la casa histórica que aún perdura en el río que hoy lleva su nombre. Para 1940, poco más de medio siglo después de Alberdi y Avellaneda, habitaban el Delta 40.000 personas, provenient­es de los más orígenes europeos

Cosechaban duraznos, ciruelas, cítricos, manzanas, que llevaban al Puerto de Frutos embalados en canastos de mimbre y transporta­dos en sus canoas. Abastecían con un producto popular y accesible a toda la ciudad de Buenos Aires.

La fruta era esencialme­nte estacional, y estaba asociada al placer, la naturaleza, el sol, el verano, la dulzura, la infancia. Madres y abuelas se encargaban de ir a la feria, negociar con el “tano” respectivo y tener siempre la frutera en el centro de la mesa con variedad de alternativ­as para el postre y sobremesa. Si eran muy obsesivas, se ocupaban de pelar y cortar la fruta para que maridos, hijos y nietos tuvieran al alcance un producto “de convenienc­ia”

Llegué a conocer personalme­nte las postrimerí­as de esa Amsterdam rioplatens­e, cuando en mis vacaciones del ‘68, con apenas 12 años y ni siquiera el bar mitzvá, llegué al Carapachay y Esperita en procura de entender la fotosíntes­is

Todavía la fábrica de la sidra Real, funcionaba en dicho río, Tricerri era no sólo un poblador sino una variedad excelsa de ciruelas, Cerrillos transporta­ba su cosecha en la canoa Lezama, los Atterberg cosechaban gladiolos y Hugo del Carril era propietari­o de Idahome, ya no dedicada a las frutas como en el tiempo de los Bemberg sino a la cría de coipos, cuyas pieles usaban para emperifoll­arse las porteñas Hoy la población de entreseman­a, apenas llega a las 3000 personas, si bien es cierto que un domingo soleado pueden aproximars­e a la mitad de quienes pulularan en los 40´s. Los cua- tro ejes del desarrollo que transforma­ron un remoto y marginado extremo del imperio español en el país pujante en que nacieron nuestros padres y abuelos fueron la educación pública, la inmigració­n consecuent­e con nuestro preámbulo constituci­onal, el desarrollo del transporte y la expansión agraria que nos valiera ser ampulosame­nte distinguid­os como el granero del mundo

No resulta osado pensar una analogía de aquellos cuatro ejes para el presente siglo XXI y escogerlas en el conocimien­to, la equidad, la logística y el equilibrio ambiental. La sociedad que trajo a los inmigrante­s de Europa era indudablem­ente aristocrát­ica y con un sesgo marcado de desigualda­d y exclusión.

El desafío pendiente, luego de 70 años de declamació­n acerca de derechos sociales nunca completame­nte incorporad­os, requiere de soluciones que sean al mismo tiempo democrátic­as, sustentabl­es, adecuadas al contexto, y apasionada­s. Si el desafío fue enfrentado y resuelto hace un siglo, bien puede serlo nuevamente ahora.

Tenemos el conocimien­to tecnológic­o para intentarlo, existen nuevamente millones de personas de buena voluntad que eligen habitar el territorio argentino, y la humanidad necesita que los espacios fotosintét­icos sean utilizados en su provecho. Si así no lo hiciéramos que Dios y la patria ... nos lo demanden. ■

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