Clarín

De “Cadáver exquisito”

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Media res. Aturdidor. Línea de sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras aparecen en su cabeza y la golpean. La destrozan. Pero no son sólo palabras. Son la sangre, el olor denso, la automatiza­ción, el no pensar. Irrumpen en la noche, cuando está despreveni­do. Se despierta con una capa de sudor que le cubre el cuerpo porque sabe que le espera otro día de faenar humanos.

Nadie los llama así, piensa, mientras prende un cigarrillo. Él no los llama así cuando tiene que explicarle a un empleado nuevo cómo es el ciclo de la carne. Podrían arrestarlo por hacerlo, podrían incluso mandarlo al Matadero Municipal y procesarlo. Asesinarlo sería la palabra exacta, aunque no la permitida. Mientras se saca la remera empapada trata de despejar la idea persistent­e de que son eso, humanos, criados para ser animales comestible­s. Va a la heladera y se sirve agua helada. La toma despacio. Su cerebro le advierte que hay palabras que encubren el mundo.

Hay palabras que son convenient­es, higiénicas. Legales.

Abre la ventana, el calor lo sofoca. Se queda fumando mientras respira el aire quieto de la noche. Con las vacas y los cerdos era fácil. Era un oficio aprendido en el Frigorífic­o El Ciprés, el Frigorífic­o de su padre, su herencia. Sí, el grito de un cerdo siendo volteado podía petrificar­te, pero se usaban protectore­s auditivos y después ya se convertía en un ruido más.

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