Noche de euforia para la cultura argentina
Del look heterogéneo de los asistentes al espontáneo grito futbolero de los amigos de la ganadora.
Las puertas se abrieron a las siete y rápidamente la gente ya se movía por el amplio salón recibidor de la Usina del Arte, ahí en los confines de La Boca. Entre medio de la circulación coreográfica de las bandejas, los que iban llegando se saludaban con la mano, con un beso, con un abrazo: algunos se ven seguido pero muchos se encuentran solo una vez al año, en esta fiesta de la cultura. Es una cita, y los atuendos asi lo atestiguan: hay quienes eligen el traje, las mujeres alternan entre el vestido corto y el largo –la media estación produce esas incertidumbres–, otros apelan directamente a lo descontracturado. Domina el plano los colores del vestuario argentino: negro, azul, rojo. Observado desde la altura, como en una foto tomada por un dron, el grupo es heterogéneo pero armonioso. Este es un ritual que ya lleva veinte años: escri- tores, editores, personalidades de la cultura, periodistas y políticos se juntan para festejar el descubrimiento de una novela nueva y, también, por qué no, para empezar a cerrar el año literario cultural. La del Premio Clarín Novela es la primera de las “fiestas de fin de año”, la que abre la puerta para las que vendrán de acá a la Navidad.
Los jurados fueron los primeros en llegar y algunos de los finalistas se animaban y se presentaban en persona. La ganadora, que todavía no sa- bía que había ganado, se acercó a Pedro Mairal y le dijo que estaba muy nerviosa. “No puedo emitir ningún tipo de expresión en mi cara”, le dijo Mairal, que guardaba el secreto con mil candados. “Yo también estuve ahí, tranquila”, concedió el autor de Una noche con Sabrina Love.
La noche se dividió en dos grandes momentos. El primero estuvo comandado por el acto de entrega; en el precioso auditorio de esta sala de conciertos, los presentes especulaban. “¿Quién ganará este año?” “¿Será un hombre o una mujer?” “¿Alguien ya editado o un autor nuevo?”. Entre las filas, algunas caras no podían disimular un nerviosismo extremo: eran los finalistas, acompañados de sus familias o de sus amigos, que les hacían el aguante. Cuando el nombre se reveló, después de largos segundos de misterio en los que parecía que el aire se iba a romper, Agustina María Bazterrica saltó de su silla y una verdadera hinchada de estadio explotó: nadie supo cuántos eran, pero se hacían oír como decenas.
Luego llegó la segunda parte de la noche. Como en una corrida de toros, se abrieron las puertas y la gente salió disparada al hall central. Las copas esperaban con la efervescencia dorada del champagne y otras bebidas espirituosas, y los asistentes ya se pudieron dedicar de lleno al parloteo y el chusmerío, dos prácticas retóricas que definen al gremio. Hubo pogo cerca de la bandeja de sushi.
Muchos platos cayeron al piso, en tanto otros consultaban en sus teléfonos el resultado del partido de River y Lanús por la Copa Libertadores, los jovenes se agrupaban en los rincones o donde las luces eran más tenues. Fue un Premio Clarín mucho más tumultuoso que los anteriores, como si la gente de pronto se hubiera reproducido. El arco cultural e ideológico era visiblemente más amplio.
Los ganadores pasaban de mano en mano, de abrazo en abrazo. Beatriz Sarlo huyó después de la ceremonia; de traje gris ajustado y zapatos rojos, había un dejo punk en su look. Y así llegó el fin de la velada. Alrededor de las doce solo quedaban cinco o seis trasnochadores, conversando en los sillones. Las copas ya vacías se acumulaban sobre las mesas, como últimos testigos de una noche de euforia para la cultura argentina. ■