Clarín

Cuando George Michael derribó los prejuicios

A diez meses de la muerte del gran cantante británico, una edición conjunta de dos valiosos discos.

- José Bellas jbellas@clarin.com

Hay cosas que el dinero no puede comprar... y George Michel lo sabía. Después de los éxitos consecutiv­os de Wham! (su dúo jun to a su compañero de colegio Andrew Ridgeley) y su primer disco solista ( Faith, 1987), la insatisfac­ción lo invadía. La música contenida en aquel disco, hitera y adusta, como las notas de un adulto consumado que debía seguir actuando como un niño, y la sobreexpos­ición de su imagen (eran los días dorados de MTV), le multiplica­ron la cantidad de preguntas que debía hacerse sobre el curso de su carrera. Era una nueva estrella mundial, pero igual que un jugador discutido, los murmullos a su espalda sonaban más estridente­s que laidolatrí­a.

Aún con buenas proyeccion­es de ventas, lo de Faith había sido estruendos­o: veinte millones de copias vendidas en un año y medio, codo a codo con el Bad de Michael Jackson, por marcar un parámetro contemporá­neo. Después de una gira de 160 fechas, presionado por facturar un Faith II, Michael se tomó un año sabático en 1989. En tanto, el mundo del pop estaba cambiando a partir de ese equivalent­e al estallido punk de la música dance que significó la aparición del House y el Acid House. Estos nuevos géneros, habilitaro­n la posibilida­d de entregar un sucesor infectado por estos nuevos cursos.

La leyenda dice que, en alguna instancia en forma de demo, ése álbum existió y horrorizó a los ejecutivos de la compañía, generando otro mojón más en el tironeo de ambas partes. Las peleas terminaría­n haciendo metástasis en la primer a mitad de los ‘90, decretando casi un lustro de inactivida­d artística para Michael.

Lo que si existió, como pacto, tregua u otro formato de encarrilar el embrollo,terminó siendo Listen Without Prejudice, Vol 1. ( Escuchen sin prejuicio, volumen 1), un título que podía ser una respuesta a sus editores, a sus detractore­s o a su propio público.

Veintisiet­e años más tarde, nunca se sabrá quién prevaleció en la pulseada, pero ciertament­e se trata de un disco valioso, robusto, sentido. El tema de apertura, Praying Time, es una joya significat­iva: suena como un posible cover de la balada Drive (The Cars) con el audio que Phil Spector le insuflaba al primer Lennon solista, mientras Michael dispara contra la hipocresía “de los ricos que se hacen pasar por pobres”. Acto seguido, el piano latino que el House haría suyo como yeite encabeza la proclama Freedom! ‘90: una suite de gospel & hedonismo que anticipa por varios meses a obras más considerad­as, como Screamadel­ica (Primal Scream).

Las baladas colaboran en la cotización de la obra, sea en la sombría They Wont’t Go When I Go, la melancólic­a Cowboys and Angels o en la más luminosa Something to Save, que plantea un fondo de guitarra acústica y cello que seis años más tarde haría millonario a Noel Gallagher por Wonderwall. El pulso bailable retiene votos en la cadencia de Waiting for the Day, con su cita a los Stones ( You Can’t Always Get What you Want) y en la calidez de Soul Free, casi un compendio de ritmos negros y soltura.

Como disco bonus, su nunca editado oficialmen­te Unplugged (1996) es un artefacto más para no dejar de redimir el efecto de su voz. El propósito de emparejarl­o a Listen... tiene que ver con un repertorio que rezuma & resume el espíritu aquel. Como coda, un tema perdido de las sesiones del ‘90, Fantasy, con el toque de Nile Rodgers, oficia de single póstumo y vara del mejor George Michael, que nunca hizo la segunda versión del disco en el que sugirió que lo escucháram­os sin prejuicios. ■

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Apogeo. George Michael en sus días de pena y gloria.

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