Una patrulla solitaria y perdida de un ejército en derrota
ISIS. Los atacantes individuales son enemigos inabordables desde la perspectiva militar y de seguridad para los gobiernos.
El brutal atentado en Nueva York interroga sobre si un ejército en derrota cuenta aún con semejante capacidad de daño. Pero puede haber un espejismo en esa mirada. El atacante se identificó, es cierto, ligado al ISIS. Ese califato ha sido una de las expresiones de extremismo más destructivo de la historia. Pero acaba de sucumbir perdiendo el territorio que controlaba entre Irak y Siria y sus últimas fuerzas se amontonan desflecadas en la provincia siria de Idlib con un destino ya inevitable. En las épocas de auge de la organización, y en su nombre, se escalonaron decenas de ataques alre- dedor del mundo con igual sello y multiplicado en sus efectos por un uso astuto de las redes sociales. Sin embargo, en su casi totalidad, los responsables de esos atentados no tuvieron contacto directo con el califato como ha sucedido con el asesino de Nueva York. Las atribuciones nunca fueron claras, con excepción de la propia reivindicación de los terroristas. Estos individuos obedecían el mandato del vocero de la banda y jefe de “operaciones exteriores” del ISIS, Abu Muhammad al-Adnani, quien llamó a emplear autos o camiones y a entregar la vida en ataques contra objetivos occidentales.
Los éxitos en el campo militar con una toma territorial con más de siete millones de personas sometidas en su breve estrellato desde 2013, le valieron a esa banda una fuerte corriente de admiradores en las barriadas pobres europeas y en EE.UU. habitadas por descendientes de inmigrantes del mundo musulmán sin inserción, trabajo o estudio que favorecía que esa orden tuviera eco. El terrorismo apostaba a esa retaguardia lumpen cuando llamaba a la muerte. Esta es la infección de una herida social que se combina con una etapa de extendido desprestigio de la política, ausencia de debate ideológico y, por lo tanto, de canalización de las frustraciones de esas masas. Una realidad que debería recibir mayor consideración de las capitales occidentales para entender qué sucede y cómo combatir este peligro.
La muerte de Adnani en agosto de 2016 en un bombardeo norteamericano en la provincia siria de Aleppo des- nudó la agonía de la organización que entró en declive resignando primero su principal capital Mosul, en Irak y últimamente Raqqa, en Siria. Ese final no alivió el peligro. Los analistas alertaron que esa caída de su poder y capacidad multiplicarían los ataques de estirpe yihadista contra blancos fáciles que es lo que ha venido sucediendo. Esa actividad potenció la amenaza pero también un torrente de teorías conspirativas sobre la persistencia de una organización capaz de despachar kamikazes dispuestos a todo y a cualquier destino en el planeta. No es así. Pero la creencia en una red con esos atributos es tranquilizadora frente a la constatación de un desafío mucho más grave sobre que no hay otra cosa que individuos que se lanzan por su cuenta y a su modo como espectros que se corporizan en su mayoría sin rastros claros previos. Un enemigo inabordable desde la perspectiva militar y de seguridad. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo confirmó esa visión cuando explicó el ataque contra los ciclistas, incluyendo los cinco argentinos, como la acción de un “lobo solitario” sin verificación de “un complot más amplio”. Fue el mismo formato de los atentados que se han amontonado este año desde Gran Bretaña hasta Alemania y Barcelona o poco antes en Niza y Orlando. Golpes realizados por uno o más individuos con una coincidente ausencia de pre- paración logística, escaso entrenamiento y cuya efectividad ha dependido de la casualidad.
El uzbeco Sayfullo Saipov, que atropelló a los ciclistas, exhibía dos armas de juguete en un extremo exuberante del mismo estilo desmañado. Al igual que muchos de los otros terroristas solitarios, tampoco este individuo mostró huellas previas. Es un inmigrante que vive en EE.UU., beneficiado por la lotería de visados, que trabaja en la remisera global UBER y cuyo único antecedente es una infracción de tránsito. No es claro si gritó “Ala es Grande”, pero sí se le halló una nota donde reivindicaba a la banda terrorista. En síntesis, una patrulla perdida individual de un ejército en derrota. Lo que alimenta esta barbarie es un furor íntimo, cargado de locura, de una grieta entre ellos y nosotros que el ISIS profundizó. Muchos otros grupos pujan ahora mismo por ser el siguiente estímulo global del terror, como la banda Al Shabbaab que ha atentado en los últimos días en Somalía en una exhibición de músculo con ese propósito. Se vuelve siempre al punto de partida. Si no se resuelven las razones sociales y geopolíticas que hacen posible al terrorismo y multiplican el semillero de lobos solitarios, y si no se identifica a sus financistas y auspiciantes, el ISIS será solo una etapa de un extenso drama. ■