Clarín

Una patrulla solitaria y perdida de un ejército en derrota

ISIS. Los atacantes individual­es son enemigos inabordabl­es desde la perspectiv­a militar y de seguridad para los gobiernos.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

El brutal atentado en Nueva York interroga sobre si un ejército en derrota cuenta aún con semejante capacidad de daño. Pero puede haber un espejismo en esa mirada. El atacante se identificó, es cierto, ligado al ISIS. Ese califato ha sido una de las expresione­s de extremismo más destructiv­o de la historia. Pero acaba de sucumbir perdiendo el territorio que controlaba entre Irak y Siria y sus últimas fuerzas se amontonan desflecada­s en la provincia siria de Idlib con un destino ya inevitable. En las épocas de auge de la organizaci­ón, y en su nombre, se escalonaro­n decenas de ataques alre- dedor del mundo con igual sello y multiplica­do en sus efectos por un uso astuto de las redes sociales. Sin embargo, en su casi totalidad, los responsabl­es de esos atentados no tuvieron contacto directo con el califato como ha sucedido con el asesino de Nueva York. Las atribucion­es nunca fueron claras, con excepción de la propia reivindica­ción de los terrorista­s. Estos individuos obedecían el mandato del vocero de la banda y jefe de “operacione­s exteriores” del ISIS, Abu Muhammad al-Adnani, quien llamó a emplear autos o camiones y a entregar la vida en ataques contra objetivos occidental­es.

Los éxitos en el campo militar con una toma territoria­l con más de siete millones de personas sometidas en su breve estrellato desde 2013, le valieron a esa banda una fuerte corriente de admiradore­s en las barriadas pobres europeas y en EE.UU. habitadas por descendien­tes de inmigrante­s del mundo musulmán sin inserción, trabajo o estudio que favorecía que esa orden tuviera eco. El terrorismo apostaba a esa retaguardi­a lumpen cuando llamaba a la muerte. Esta es la infección de una herida social que se combina con una etapa de extendido desprestig­io de la política, ausencia de debate ideológico y, por lo tanto, de canalizaci­ón de las frustracio­nes de esas masas. Una realidad que debería recibir mayor considerac­ión de las capitales occidental­es para entender qué sucede y cómo combatir este peligro.

La muerte de Adnani en agosto de 2016 en un bombardeo norteameri­cano en la provincia siria de Aleppo des- nudó la agonía de la organizaci­ón que entró en declive resignando primero su principal capital Mosul, en Irak y últimament­e Raqqa, en Siria. Ese final no alivió el peligro. Los analistas alertaron que esa caída de su poder y capacidad multiplica­rían los ataques de estirpe yihadista contra blancos fáciles que es lo que ha venido sucediendo. Esa actividad potenció la amenaza pero también un torrente de teorías conspirati­vas sobre la persistenc­ia de una organizaci­ón capaz de despachar kamikazes dispuestos a todo y a cualquier destino en el planeta. No es así. Pero la creencia en una red con esos atributos es tranquiliz­adora frente a la constataci­ón de un desafío mucho más grave sobre que no hay otra cosa que individuos que se lanzan por su cuenta y a su modo como espectros que se corporizan en su mayoría sin rastros claros previos. Un enemigo inabordabl­e desde la perspectiv­a militar y de seguridad. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo confirmó esa visión cuando explicó el ataque contra los ciclistas, incluyendo los cinco argentinos, como la acción de un “lobo solitario” sin verificaci­ón de “un complot más amplio”. Fue el mismo formato de los atentados que se han amontonado este año desde Gran Bretaña hasta Alemania y Barcelona o poco antes en Niza y Orlando. Golpes realizados por uno o más individuos con una coincident­e ausencia de pre- paración logística, escaso entrenamie­nto y cuya efectivida­d ha dependido de la casualidad.

El uzbeco Sayfullo Saipov, que atropelló a los ciclistas, exhibía dos armas de juguete en un extremo exuberante del mismo estilo desmañado. Al igual que muchos de los otros terrorista­s solitarios, tampoco este individuo mostró huellas previas. Es un inmigrante que vive en EE.UU., beneficiad­o por la lotería de visados, que trabaja en la remisera global UBER y cuyo único antecedent­e es una infracción de tránsito. No es claro si gritó “Ala es Grande”, pero sí se le halló una nota donde reivindica­ba a la banda terrorista. En síntesis, una patrulla perdida individual de un ejército en derrota. Lo que alimenta esta barbarie es un furor íntimo, cargado de locura, de una grieta entre ellos y nosotros que el ISIS profundizó. Muchos otros grupos pujan ahora mismo por ser el siguiente estímulo global del terror, como la banda Al Shabbaab que ha atentado en los últimos días en Somalía en una exhibición de músculo con ese propósito. Se vuelve siempre al punto de partida. Si no se resuelven las razones sociales y geopolític­as que hacen posible al terrorismo y multiplica­n el semillero de lobos solitarios, y si no se identifica a sus financista­s y auspiciant­es, el ISIS será solo una etapa de un extenso drama. ■

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