Puigdemont ya no es un héroe, sino una especie de Cantinflas
En caída. El ex presidente del gobierno catalán ha tenido una carrera fulgurante que al fin ha terminado en nada. Y hasta los suyos se burlan de su fuga a Bruselas.
Quien aspiró a héroe, el omnipresente Puigdemont president de Catalunya, es ahora famoso porque no está ni se le espera en ningún lado y no es un héroe sino una especie de Cantinflas que interpreta al Capitán Trueno. Puigdemont no está en ninguna parte porque se fue, en su huida, hacia su propia sombra una vez reducida a cenizas su idea de hacer República a la región catalana. Vivió su último instante de gloria creyendo estar en el exilio en una pensión de Bruselas, y luego se fue a un domicilio desconocido de la capital administrativa y política de Europa. Ahora vaga ya solo, una estrella caída que se burla ahora de su propia sombra.
Hizo de héroe desde enero de 2016, cuando le prometió a la CUP, grupo político pequeño, anarquista y decisivo en la consolidación de sus sueños, el viaje hacia la independencia republicana. Ahora ya no tiene ni esas alforjas.
El émulo de Houdini ha tenido una fulgurante carrera solemne que ha terminado en nada. Los suyos hacen burla de su fuga; acérrimo del Girona, equipo de fútbol de su ciudad natal, se perdió la victoria de éste frente al Madrid porque estaba haciendo las maletas para refugiarse en Bruselas. En la capital europea decía buscar garantías contra la persecución española, cuya justicia previsiblemente le iba a llamar acusado de sedición, de rebelión y de malversación, por haberse saltado las leyes a favor de su propia legislación para independizarse de España. Ahora ya no existe la independencia que proclamó como un adolescente burlón (después de proclamarla se fue a comer una pizza y ya no apareció más por el palacio en el que ejercía la presidencia de Cataluña) y ni él mismo existe, es todo bruma, o broma. Simuló estar trabajando, y para ello usó en Instagram una fotografía del cielo de Barcelona, pero él estaba entre el aroma de las coles de Bruselas.
Aquella misma noche (del último viernes) parecía haber inaugurado un heroico encuentro con su pueblo liberado al fin del yugo español; cuando el Gobierno de Rajoy reaccionó con la ley constitucional para derribar esa ilusión, parecía que Puigdemont iba a hacerse fuerte en la Generalitat, desafiando al Estado. Y en realidad estaba recogiendo vestuario (unos vaqueros, camisas blancas, corbatas, peine, un abrigo de cuello alto) para irse con cinco de sus consejeros a desafiar, pero desde Bruselas, a la autoridad judicial española.
Su conferencia de prensa diciendo que era un perseguido de la justicia fue el único acto visible o notorio de su fuga; luego amagó con volver a Cataluña, acompañando a sus colaboradores, que regresaban a cumplir con la justicia, pero hizo el Houdini (aquí ya se llama el puigdemont a esa figura) y se convirtió en una sombra, en manos esta vez de un abogado de prófugos. La justicia española lo llamó a declarar, acusado de delitos graves y bien concretos, pero él ha respondido con un wishful thinking: declarar desde Bruselas.
Ahora de Puigdemont se avergüenzan los suyos, y si tuviera capacidad para enfrentarse al que dijo ser seguramente se avergonzaría de sí mismo.
Ahora, ya no existe la independencia que proclamó como un adolescente burlón .
Pues fue, desde que inició el viaje hacia la independencia, un defensor ilusorio pero firme de la dignidad de los catalanes para ir solos por la historia y ha terminado simulando que es president del exilio republicano en Bruselas. ¿Exiliado? Exiliados, le han dicho, eran los que se fueron de la guerra civil, y aquí no ha habido ni una guerra chiquita. Ese viaje a ninguna parte es ahora una huida de ése que dijo ser. Puigdemont, que quiso ser tanto, ya no es sino un nombre propio en el desván de una historia que quizá no ocupa más de una raya en los libros. Houdini, que fue una sombra, tendrá más espacio. ■