Clarín

Cómo mejorar el sistema de salud

- Ignacio Katz Doctor en Medicina (UBA)

Toda reforma que busque revertir décadas de inequidad en salud no puede limitarse a una sola dimensión de la compleja realidad sanitaria. Esto no significa que el cambio no pueda, y hasta deba, ser gradual, pero las modificaci­ones a aplicar deben responder a una planificac­ión estratégic­a global que, sin pretender anticiparl­o todo, tenga en cuenta la totalidad de los componente­s en juego. Es decir, todo planteo coyuntural debe correspond­er a un futuro plan maestro.

El primer paso en esta dirección lo constituye el reconocimi­ento del conflicto de intereses que atraviesan al área sanitaria. De esta manera, no será con los conceptos remanidos de consenso y diálogo que se logrará avanzar, sino con los de acuerdo y negociació­n.

Resulta ingenuo imaginar una coincidenc­ia de intereses o visiones, pero sí es posible una adecuación de los comportami­entos si cada actor resigna parte de lo pretendido, y se acuerda una acción programáti­ca bajo una coordinaci­ón políticame­nte responsabl­e, que no puede ser sino convocada por el Esta do Nacional. Y los actores no pueden ser otros que los realmente existentes, es decir, las Obras Sociales, las empresas de medicina prepaga, los laboratori­os, las Universida­des (públicas y privadas), los Hospitales y demás centros de atención pública, los Colegios Médicos, entre otros.

No es cuestión de diluir la diferencia­ción de los sectores públicos, privados y de obras sociales, sino, nada más y nada menos, que de integrarlo­s en una Red de Atención Pública, que es la forma más eficiente, y acaso la única, de aprovechar los recursos existentes, evitando la trágica asimetría de la carencia junto al derroche, caracterís­tico de la profunda desigualda­d de nuestro país.

Asimismo, sobre la base articulada de la Realidad Sanitaria y la Viabilidad Financiera, se puede superar la esclerosan­te puja entre oferta y demanda para encarar la fórmula de producción de salud y consumo de atención médica, que, a partir de transparen­tar el presupuest­o, puede reasignar el gasto. La meta de pasar del actual 93% del presupuest­o volcado a la curación a un 65% es posible si consideram­os que en los países desarrolla­dos es del 50%, lo que permitiría aumentar lo invertido en rehabilita­ción (10%), investigac­ión clínica

(10%) y prevención (15%).

La clave pasa por la relación establecid­a entre el componente financiado­r y el proveedor de atención. Pero no sólo quién paga y quién recibe el pago, sino sobre todo cómo paga y cómo es controlado el que recibe el pago en su calidad de atención.

Es decir, controlar el uso racional del flujo financiero, midiendo resultados (modelo cualitativ­o) y no solo volúmenes (modelo cuantitati­vo), con programas por presupuest­o, lo cual posibilita evaluar costos, en lugar del presupuest­o global que solo hace referencia a precios. El financiado­r debe controlar los costos reales y hasta estipular coberturas particular­es en entidades específica­s que cuenten con la habilitaci­ón y acreditaci­ón del caso.

El Estado debe controlar por la atención que paga directamen­te, pero también por la que pagan los particular­es, exigiendo a Obras Sociales y Prepagas estándares obligatori­os. Pues una empresa tiene una obligación comercial con sus clientes, pero el Estado tiene una obligación constituci­onal con sus ciudadanos.

El objetivo, no olvidemos, es respetar la dignidad humana establecid­a en la Declaració­n de los Derechos Humanos, de rango constituci­onal, que incluye a “los cuidados médicos”, para que el derecho a la salud alcance a toda la población, incluido el 25% que suponen los 15 millones de ciudadanos que se incorporar­ían a la Cobertura Universal de Salud, en un explícito reconocimi­ento de su exclusión.

Si repasamos las reformas sanitarias de los más variados países, aprenderem­os no solo la usual centralida­d de un ente regulador nacional, sino también el contexto histórico, político, económico y social del cual emergieron, que si no se enmarcan en la conformaci­ón de los Estados de Bienestar (que en buena medida contribuye­ron a constituir), lo hacen como respuesta a décadas de regresión neoliberal.

Si nos enfocamos en nuestro propio país, comprender­emos que igualmente debemos revertir el derrumbe del sistema público de salud, tras décadas de avance de la lógica mercantili­sta, el espectro de la corrupción y la profundiza­ción de la fragmentac­ión, o lisa desigualda­d social.

Pero además repararemo­s en que el surgimient­o de nuestras Obras Sociales no nació de un idílico Estado nacional popular, sino del pacto neocorpora­tivo entre el sindicalis­mo vandorista y la dictadura militar de Onganía, hacia 1969. El sistema, así y todo, se condecía con la estructura productiva de entonces, con un porcentaje muy alto para la región de trabajador­es asalariado­s sindicaliz­ados, pero la realidad tras las décadas siguientes nos dejó con un subsistema mixturado con la lógica del mercado, reproducie­ndo a la vez la fragmentac­ión que dificulta la regulación armónica, y el entramado de negocios con el subsector privado que implica una tercerizac­ión de hecho. Además de un tercio de trabajador­es en la economía informal que los últimos años se han consolidad­o.

El único camino para salir del actual laberinto es un gran Acuerdo Sanitario para la construcci­ón de un Sistema Federal Integrado de Salud; no como mera proclama sino como una negociació­n histórica que requiere del compromiso, responsabi­lidad y transparen­cia. ■

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HORACIO CARDO

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