Clarín

Por un periodismo que no se suicide

- Fernando J. Ruiz Profesor de Periodismo y Democracia de la Facultad de Comunicaci­ón de la Universida­d Austral

Los datos de la impunidad son tremendos, sobre todo en México. La tragedia mexicana no tiene equivalent­e en el último siglo en América Latina. La sociedad incivil ha logrado bloquear los mecanismos de seguridad y de justicia que protegían no ya a los periodista­s, sino a los ciudadanos en general. La suma de muertos y desapareci­dos desborda todas las previsione­s, y alcanza el nivel de países en guerra.

Un periodista es allí un correspons­al de guerra que ingresa a una tierra de nadie, sin reglas y con tiros que llegan desde cualquier lado.

Las mafias están en todos lados, pero solo atacan en las zonas donde son impunes. La mafia del narcotráfi­co, por ejemplo, está instalada en Estados Unidos y en México, pero los periodista­s muertos están todos al sur del río Bravo.

La paradoja es que el periodismo es una de las únicas institucio­nes que puede ayudar a salir de ese callejón de la muerte.

Y algunos lo intentan y sufren las consecuenc­ias. Solo el hecho de contar muertos, es un acto de interpreta­ción que puede producir represa- lias. En la década del setenta argentina, el periodista Andrew Graham-Yooll empezó a hacer la contabilid­ad de la muerte, registraba y sumaba los crímenes, y comenzó a sufrir amenazas. Bastaba con salir del registro del caso aislado. Sumar y construir una tendencia ya era, y es ahora, un desafío inaceptabl­e.

En el 2016, el periodista Luis Cardona, de Chihuahua, fue registrand­o la secuencia del secuestro de quince adolescent­es a lo largo de varios meses, y fue el siguiente secuestrad­o. No sabe cómo se salvó. Hizo un documental animado que se llama “Soy el número 16”. Javier Valdez, del innovador medio Río Doce, fue asesinado en Sinaloa este año.

Lo peor es que una muerte tapa a la otra y crece la montaña de cadáveres. Se acumula dolor pero no se ve la salida.

Donde el crimen reina, el periodismo no puede tener los mismos estándares que en zonas donde el crimen es ocasional. Ante la impunidad se requiere un ajuste de las prácticas periodísti­cas. A esta altura de nuestra historia latinoamer­icana, donde tantas zonas de riesgo toda- vía tenemos, necesitamo­s estándares periodísti­cos que nos permitan colaborar en la construcci­ón de la comunidad a la vez que minimicen el riesgo de los periodista­s.

Crece lo que se puede llamar la estrategia indirecta: no ir de frente contra las mafias, sino investigar las falencias del Estado que permiten su infiltraci­ón. Es un periodismo que profundiza en leyes, en procedimie­ntos administra­tivos estatales y en presupuest­os. Al visibiliza­r los problemas estructura­les se acumula poder social para reformarlo­s. Si se avanza en fortalecer el Estado, es un espacio que se le gana a la mafia. En cambio, la estrategia directa es suicida en esas zonas. Un periodista no puede hacer nada frente a una asociación criminal que cuenta con fuertes redes de protección estatal. Y si tiene éxito en contribuir a destruir una mafia, ese espacio vaciado de poder estatal es ocupado por otra mafia.

La única alternativ­a es mejorar la herramient­a que la democracia tiene para garantizar los derechos: el Estado. Y el periodismo es también un andamio desde el que se lo mejora. ■

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