Clarín

El Chango que iluminó la noche de la dictadura

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Mañana se cumplirá medio siglo. Pasó el 4 de noviembre de 1967, cuando un zapatazo cambió un poquito la historia del país y de paso iluminó una noche negra y densa. El zapatazo de zurda se lo pegó a una pelota un señor que se llamaba Juan Carlos Cárdenas y a quien apodaban “Chango”, delantero del Racing Club, que vio un huequito en el arco del Celtic de Glasgow que defendía John Fallon, y que metió la pelota por ese agujerito impercepti­ble desde veinticinc­o metros: algo así como enhebrar la aguja de la gloria en el Centenario de Montevideo. Racing ganó ese día la Copa Interconti­nental. Fue el primer equipo argentino en ganarla, mérito para un club que ha sido primero en muchas cosas: obtener siete campeonato­s consecutiv­os en la era amateur, tres seguidos en la era profesiona­l, alzarse con treinta y nueve partidos invicto. En fin, cosas del fútbol...

Ser un chico de 17 años en 1967 no era fácil. Reinaba en el país la dictadura conocida como “Revolución Argentina”, liderada por el ge- neral Juan Carlos Onganía, un tipo medio brutazo al que uno de sus pares llamó “un general de cuarto grado”, y al que orientaba un grupo de fanáticos católicos nacionalis­tas que no habían pasado ni por la esquina del iluminismo. En plena era de Los Beatles y de “Let it be”, no podías andar por la calle con el pelo largo: la poli te enganchaba y te rapaba. Eso pasaba todos los días.

En un club de mis amores que no era de fútbol, sino de básquet, Imperio Juniors, colgaron aquel día banderas de Racing. Y los hinchas de otros equipos se lo bancaron; protestaro­n, sí, refunfuñar­on; bromearon sobre los expulsados del Celtic, cinco nada menos, y sobre el origen espurio de la gloria racinguist­a, pero al final se asociaron al festejo. No había grieta entre aquella buena gente, rendida en parte ante aquel humilde y batallador “equipo de José”, que dirigía Juan José Pizzuti.

La dictadura había prohibido la actividad política, los partidos políticos y hasta la ilusión de la política. Había lacrado el Congreso, prohibido libros, borrado canciones, censurado artistas, lo de siempre; y cualquier manifestac­ión callejera era reprimida con violencia por las fuerzas de seguridad. Pero, ¿quién se iba a animar a prohibir un festejo callejero por el Racing campeón del mundo? Así que la gente salió a la calle, muchos no simpatizab­an con la Academia, a cantar y a putear un poquito a los emperadore­s militares. Mérito del zapatazo del Chango.

Los salarios estaban congelados, la inflación en alza, la economía devastada, las mesas de siempre medio vacías y encima el dictador planeaba quedarse veinte años. Si había una esperanza, vivía en Madrid; pero Perón había dicho que había que desensilla­r hasta que aclarara. La cosa iba para largo. Fue en esa negrura que Racing echó un poco de luz, en aquellos años en los que los éxitos deportivos no eran habituales.

Al final, pasó lo de siempre: aquellas sombras se perdieron, ya nadie las recuerda. En cambio, el golazo de Cárdenas es inolvidabl­e.

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