Clarín

No hay nada que te impida disfrutar

- Sensacione­s Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Hace pocos días, una tía que vive en España y que ya cumplió los 85 me mandó un whatsapp. Preocupada por la salud de la única prima que le queda –viene de familia grande, mi abuela tenía once hermanos– comentaba: “Estamos llegando al final del camino”. No supe bien qué responderl­e y le dije algo cierto pero que evade el debate: vos estás muy bien.

La conciencia de la finitud puede ser más dolorosa que las arrugas, aunque a veces vayan de la mano. Los hombres nos agobiamos menos que las mujeres por la estética del tiempo. Quizás el marketing fácil o ciertos prejuicios ayudan. Una cana parece aportarnos cierto halo de vida bien disfrutada y hasta la pequeña panza se percibe con una indulgenci­a que nunca se les ofrece a ellas. Pero la mirada hacia adelante es la misma. Los que pasamos los 50 sabemos que, al menos en números, hay menos hacia adelante que hacia atrás. Así parezcamos y nos sintamos jóvenes, las células no se terminan de convencer.

Después de pasar alguna noche algo insomne, mi cuerpo se rebela. Tengo ganas de hacer, no quiero perder tiempo en el dilema de la existencia. Mientras esté aquí, mientras me entusiasme con algo nuevo o viejo, mientras se me ocurra la locura de estudiar tal cosa desde cero voy a acentuar esa fuerza que me mantiene acelerado y me produce ilusiones que aún hoy me llevan a caer de un acantilado de tanto en tanto. Acompañar a los hijos todo lo que pueda, sentir que una pareja de (casi) dos décadas aún va por más, animarse a nuevos amigos en una época en que todos reiteran que “los verdaderos amigos son los de la adolescenc­ia” (¿será? ¿o será el temor a abrirse al otro ya de adulto?).

Hay demasiado para frenarse porque un reloj indique cierto tiempo. Ese tiempo, claro, llegará. Y no creo que por haber vivido con más plenitud uno sienta que está mejor preparado. No. Pero al menos quiero, mientras pueda, recordar ese dicho de “gozar como marranos”. De la bacanal de la vida. Con alguna arruga, con menos pelo, pero con un disfrute que no te quita nadie.

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