Clarín

El secreto de sus ojos (y del hermano)

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Fue, otra vez, lo de siempre para los que nunca nada bueno. O, en este caso, las que nunca. Aquellas dos nenas tuvieron una infancia atroz, con una madre que hubiera sido mejor tener ausente y un padre que no pudo evitar arrastrarl­as a la mismísima sombra en la se convirtió su propia vida.

Cuando el hombre cayó preso, la mujer empezó a llevar a sus hijas de visita con ella al penal N° 1 de Paraná, Entre Ríos, donde estaba -y sigue estando- detenido él. Pero las visitas terminaron convertida­s para la madre en una suerte de nefasto living del amor.

Mientras las nenas -y un tercer hermanitoj­ugaban con el padre, ella aprovechab­a para conocer a otro preso y convertirs­e en su novia. Quizás vio en él algo que seguro no habían advertido los dos tribunales que lo habían puesto allí por su condición de violador serial. Tal vez pensó que la historia no tenía por qué repetirse.

Sus hijas pagarían por su equivocaci­ón. El hombre al que su madre las expondría se llama Alberto Ramón Sueldo y había llegado al penal de Paraná por una condena a 16 años de cárcel que le habían dictado en 2014 sin siquiera necesidad de un debate oral: se había declarado culpable y había aceptado la pena en un procedimie­nto de juicio abreviado.

Su derrotero de violador serial, al menos el conocido, había comenzado el 20 de enero de 2011, cuando trabajaba como remisero en Paraná y una nena de 13 años había tenido la mala suerte de confiar en él y subir a su coche en la esquina de la casa de una amiga para que la llevara hasta la suya. Sueldo, perverso, la había llevado al predio de una empresa de colectivos y allí la había violado, en el remís.

Entonces, como no haría después, la Justicia había funcionado. La madre de la chiquita había hecho la denuncia y lo habían metido preso, enterrado en pruebas tan contundent­es como el celular que le había robado a la nena y el ADN que le había dejado en el cuerpo.

Sin embargo su abogada, Nora Lanfranqui, apelaría su situación con la misma línea argumental esgrimida por su cliente al ser indagado: que la relación sexual había sido consentida, algo imposible con una menor de esa edad. “Es el primer violador que conozco en muchos años de ejercicio de la profesión que lleva a la víctima a su casa”, ironizó la letrada. “Es un indicio claro de que siempre estuvo convencido de que fue una relación consentida”, agregó. Al mismo tiempo, pidió que le concediera­n la libertad, basada en fallos tan ilustres como los que en su momento beneficiar­on a Omar Chabán, Carlos Carrascosa o el cura Julio César Grassi. También resaltó que Sueldo estaba “aterroriza­do por las advertenci­as de personal penitencia­rio, referentes a que los presos lo están esperando para violarlo”.

La Sala II de la Cámara del Crimen le daría la razón de forma parcial: confirmó la validez de las pruebas que lo incriminab­an pero hizo lugar al pedido de que esperara el juicio en libertad, aún cuando había intentado huir de la Policía el día de su detención.

Sueldo tardó poco en mostrar qué parte de la resolución había sido la acertada. El segundo fin de semana de agosto de 2011, una mujer iba caminando por una calle de Paraná cuando un hombre se le tiró encima, la manoseó y le robó el teléfono.

Era él. Un policía lo corrió, lo alcanzó y Sueldo volvió a ser detenido por abuso sexual. Sin embargo, obtuvo un nuevo beneficio. Mientras gozaba de esta libertad, le sumaron una tercera imputación: una chica que en 2010 había salido de bailar había subido a un remís y el chofer la había violado. Había sido, otra vez, Sueldo. Cuando fueron a detenerlo descubrier­on que se había fugado.

Su reaparició­n sería una nueva página de la sección Policiales, pero en otra provincia. El 6 de julio de 2012, una mujer embarazada denunció que un hombre la había manoseado y golpeado en un puente del Paso de San Francisco, en Tinogasta, Catamarca. Un agente fue a detener al acusado y se encontró con un artesano hippie que vivía junto a los ambientali­stas que suelen realizar cortes antiminero­s en la zona. Lo interrogó y el sospechoso dijo llamarse Soria.

Pero cuando la Policía catamarque­ña cruzó sus datos con la entrerrian­a descubrió que, en realidad, se trataba de Sueldo. Ahora sí, el ex remisero quedó preso. Terminaría recibiendo una condena a tres años y medio de cárcel en Catamarca por el abuso de la embarazada y un pasaje hacia Paraná para enfrentar las tres imputacion­es anteriores. Entonces sí, en 2014, recibió la condena a 16 años de prisión que lo envió a la Unidad Penal 1 de Entre Ríos, adonde conocería a la madre de las dos nenas.

Los registros del penal indican que Sueldo empezó a recibir las visitas de esta mujer en mayo de 2016. Ella siempre iba a verlo acompañada por sus dos hijas, de 9 y 11 años, y por su nene de 7, gracias a un permiso especial que le concediero­n en la cárcel porque “no tenía con quién dejarlos”. El padre de los tres chicos se había opuesto a su presencia en estas visitas porque, había explicado, las caracterís­ticas de Sueldo los ponían en riesgo.

Nadie prestaría atención a cuánta razón tenía el padre hasta el 8 de mayo de este año. Ese día dos mujeres se presentaro­n en la comisaría 6° de Paraná y tuvieron una discusión frente a los policías: una quería hacer una denuncia y la otra pretendía impedírsel­o. Al final, prevaleció la mayor de ambas, quien les explicó a los agentes que su nieta de 11 años -y tal vez la de 9 también- había sido abusada durante una visita a la Unidad Penal 1.

El abusador era, obvio, Sueldo. Y quien intentaba impedir la denuncia era su novia, madre de las nenas abusadas.

La Policía notificó a la fiscal Fernanda Rufatti, de la Unidad Fiscal de Violencia de Género, quien logró que las nenas y su hermanito fueran puestos bajo custodia de una tía. También ordenó la requisa del pabellón en el que estaba alojado Sueldo, donde se secuestrar­on dos celulares.

A las nenas las sometieron a declarar en la Cámara Gesell, el sistema de habitación espejada que se usa para ayudar a hablar a los menores. Allí, la de 11 contó los abusos a los que la habría sometido Sueldo en prisión. La de 9 los negó. Pero la fiscal no se quedó con eso, hizo entrecruza­mientos de llamados y revisó los teléfonos secuestrad­os en la cárcel -y los que le incautaron a la madre de las nenas- y así surgieron datos aún más escalofria­ntes.

El peor: que las dos chiquitas habrían sido entregadas por su madre para las violaran.

La fiscal pidió la detención de la madre porque, dijo a los medios, “hay pruebas que indican que el hecho pudo haber sido acordado”. La acusó de coautora de los abusos de sus hijas.

Con la investigac­ión en marcha, aún quedaba un tema pendiente: qué pasaba en la cárcel. Sueldo tuvo que ser trasladado de urgencia a otro penal, ante versiones de que el padre de las nenas buscaba matarlo. Lo llevaron a la cárcel de máxima seguridad de Federal, donde lo alojaron junto a Sebastián Wagner, el violador y asesino de Micaela García.

En paralelo, el gobierno provincial apartó al titular de la Unidad Penal 1 y nombró a un nuevo jefe: Octavio Ifrán, quien prometía ser una garantía contra estos delitos de género. Sería el comienzo de otra historia turbia. Hace 15 días, el equipo de Patronato de Paraná recibió a Boca por la sexta fecha de la Super Liga de fútbol. Como ocurre en todos los partidos, veedores del programa “Tribuna Segura”, que dirige Guillermo Madero en el Ministerio de Seguridad, fueron a Entre Ríos a controlar al público que ingresa a la cancha. Al chequear los documentos de la gente, tres dieron positivo: eran prófugos de la Justicia.

Uno de ellos era buscado por violencia de género. Según la causa judicial, el 14 de marzo de 2015 le había escrito un mensaje a su ex esposa: “No hagás que se me salte la chaveta y vaya y te saque a vos y al que esté en casa”. El 2 de mayo, de acuerdo al expediente, había ido al negocio donde trabajaba la mujer, la había golpeado, la había tirado contra el mostrador y le había provocado todo tipo de heridas. Luego había llamado a su hijo y le había dicho: “Tu mamá me las vas a pagar”. También le había advertido que andaba armado. El 7 de mayo la Justicia le había impuesto una orden de restricció­n que poco le importó: le había ordenado a la víctima que retirara las denuncias porque “la iba a matar”.

Esto había generado una orden de detención que se hizo efectiva cuando entraba a la cancha a ver Patronato-Boca, como si se tratara de una escena de “El Secreto de Sus Ojos”. Pero ese no es el dato más llamativo, sino su identidad: el prófugo era Daniel Ifrán, el hermano del jefe penitencia­rio puesto en la cárcel para evitar que hubiera nuevos delitos de género entre sus rejas. Al momento de su detención en el estadio, lo acompañaba el propio jefe carcelario, Octavio Ifrán. Según fuentes del caso, el oficial se presentó, saludó a los policías presentes e intentó convencerl­os de que su hermano ya había resuelto sus cuentas con la Justicia.

No lo logró. ■

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Buscado. Daniel Ifrán, con captura por violencia de género.
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Jefe penitencia­rio. Octavio Ifrán, hermano de Daniel.

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