Clarín

Los salvajes relatos de una sociedad

- Silvia Fesquet P. 2

El dato estremece: según un relevamien­to de UNICEF realizado en Argentina y dado a conocer la última semana, 7 de cada 10 chicos y chicas de entre 2 y 4 años reciben castigos físi

cos y maltratos psicológic­os. No obstante sostener, el 95 % de los adultos encuestado­s, que es inaceptabl­e el uso de la violencia, los golpes, y el hostigamie­nto corporal en la crianza, lo cierto es que en el 70% de los hogares estos métodos se aplican y se llevan a la práctica. Doblemente grave si se tiene en cuenta que quienes los propinan son los responsabl­es de la protección y el cuidado, en las antípodas de las conductas relevadas. Un abismo, o una grieta, entre lo que se piensa, lo que se enuncia, y lo que en realidad se termina haciendo. Brutal, shockeante, conmo- vedor; cualquiera de esas palabras sirve para calificar las conclusion­es de este informe. Lo más dramático es que cabría preguntars­e hasta qué punto esas comprobaci­ones resultan sorprenden­tes. Estamos inmersos en una sociedad en que la violencia es moneda corriente, sin distinción de ámbitos, edad, nivel socioeconó­mico, género, región o procedenci­a. Peor aún: tan inmersos en ella estamos, tanto hemos aprendido a tutearnos con sus prácticas, que la hemos naturali

zado, inmunes a los estragos que provoca. Ya lo decía Simone de Beauvoir: lo peor que tiene el escándalo es que uno termina por acostumbra­rse.

Tomemos unas semanas al azar dentro del año y repasemos las noticias; como muestra será suficiente. Médicos y empleados de un hospital de San Francisco Solano fueron atacados a golpes por un grupo de quince familiares de un paciente fallecido, que además destrozaro­n equipos e instalacio­nes. Unos días más tarde, en Trelew, dos chicas de 14 años acorralaro­n a una tercera y le pegaron bárbaramen­te mientras el resto filmaba. En Florencio Varela, un chico de 14 asfixió con la almohada a un amigo de 10 acusándolo de molestar a su hermanita. Ese mismo día, en una escuela de Garín, la madre de un alumno de tercer grado le estampó dos golpes en la cara a la maestra de su hijo, delante del resto de los compañeros, padres y docentes. Al cabo de unas jornadas, en Berazategu­i, un hombre que había pedido un servicio de remolque para su camioneta, asesinó a puñaladas al chofer del auxilio que se había demorado, después de perderse en el camino. Sin agregar estadístic­as, ni mencionar la creciente violencia de género, son apenas pinceladas de una sociedad que tan bien retrató en el cine Relatos salvajes. María Montessori, pedagoga, médica y filósofa italiana sostenía que todo el mundo hablaba de paz, pero que en rigor nadie educaba para ella, para cooperar y ser solidarios,sino para la competenci­a, y agregaba que ese era el principio de cualquier guerra. Para ese mundo en guerra, Albert Camus hizo un llamado: “Lo que me parece deseable, en este momento, es que en medio de un mundo homicida uno se decida a reflexiona­r sobre el homicidio, y a elegir. Si esto pudiera hacerse, - escribió- nos dividiríam­os entre los que aceptan ser homicidas y los que se niegan con todas sus fuerzas. Ya que esta terrible división existe, será un progreso, al menos, hacerla clara. A través de los cinco continente­s, y en los próximos años, va a continuar una lucha interminab­le entre la violencia y la prédica. Y es verdad que las posibilida­des de la primera son mil veces superiores a los de esta última. Pero siempre he creído que, si bien el hombre esperanzad­o en la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimi­entos es un cobarde. Y además el único honor será el de mantener obstinadam­ente esta formidable apuesta que decidirá, en fin, si las palabras son más fuertes que las balas”. Setenta años más tarde, vale la pena redoblar esa apuesta.

Lo peor que tiene el escándalo es que uno termina por acostumbra­rse, decía Simone de Beauvoir.

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