Clarín

El peronismo le suelta la mano a Boudou, como hizo con María Julia A la hora de juzgar algunos gestos del show, los gobernador­es peronistas recelan más de la interna de los jueces que del Gobierno.

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

El peronismo, como la Argentina, siempre deja señales. Sólo hay que prestarles atención. Si Amado Boudou hubiera frenado por un minuto su existencia frenética se hubiera dado cuenta quien había pagado la condena más dura por los años de excesos del

menemismo. Ningún peronista sufrió con la cárcel el festival de la corrupción ni las coi

mas de las privatizac­iones. Porque el arresto domiciliar­io de seis meses que disfrutó Carlos Menem fue casi una broma. El símbolo del castigo a los alocados ’90 fue para María Julia Alsogaray, la hija del ingeniero que había fundado la Ucedé, el pequeño partido que reivindicó al liberalism­o pero que recién llegó al poder verdadero con ayuda peronista. Después de paladear las burbujas del champagne, de privatizar los teléfonos y prometer la limpieza del Riachuelo en 1.000 días que nunca llegaron, la señora Alsogaray terminó presa en una cárcel pequeña durante 22 meses. Después tuvo otros 19 meses de prisión domiciliar­ia. Y falleció casi en el anonimato, hace 44 días, de un cáncer de páncreas.

Los padecimien­tos de María Julia deberían haber sido un manual de aprendizaj­e para Boudou, quien hizo sus primeros escarceos en la política justamente en el partido patentado a mediados de los ’80 por los Alsogaray. Porque el peronismo está muy lejos de preocupars­e por su situación. No son casuales los rezongos y pataleos de Aníbal Fernández en las últimas horas o de Luis D’Elía, casi un extranjero para los muchachos del movimiento. Gritan desaforado­s contra el abandono peronista que sienten en estas horas bravas. Pero serán quejas en vano.

“Amado no es un preso político y mucho menos un mártir; que se deje de joder…”, ilustra un compañero que supo compartir algunas jornadas de algarabía cuando sonaban los acordes rústicos de la Mancha de Rolando. Ni siquiera surte efecto el salvavidas del tuit de Cristina, quien hasta ahora resumió su defensa al módico esfuerzo de compartir en las redes una frase de la marca Unidad Ciudadana sobre el riesgo que estaría corriendo la democracia por el encarcelam­iento de Boudou.

La respuesta tardó apenas veinticuat­ro horas y vino desde uno de los peronistas triunfador­es en la elección amarilla del 22 de octubre. “La de

mocracia no corre ningún riesgo”, avisó el gobernador Sergio Uñac desde San Juan. Y lo mismo piensan Juan Manuel Urtubey, Juan Manzur y algunos otros mandatario­s que están bastante más preocupado­s por revertir el impacto negativo en sus economías regionales que puedan tener las recientes medidas impositiva­s anunciadas por Mauricio Macri.

Es cierto que el peronismo, como otros secto- res de la Argentina, ha quedado bajo estado de

shock tras la detención del ex vicepresid­ente. Y que la imagen despeinada, en patas y en joguineta del hombre que les refregaba su poder hasta hace un par de años no deja de inquietarl­os un poco. Pero, a la hora de juzgar algunos gestos de show que rodearon la detención de Boudou, los gobernador­es del movimiento recelan mucho más de la interna de los jueces federales que del propio Gobierno.

Además, hay otra cuestión que el peronismo no olvida. Mucho más que los desplantes y el exhibicion­ismo de Boudou, les ha quedado grabado aquel jueves santo de 2012 cuando el entonces ministro de Economía, tras recibir los primeros planteos judiciales por el escándalo con la imprenta Ciccone, pidió en una conferenci­a de prensa transmitid­a casi en cadena nacional la renuncia del fiscal Carlos Rívolo; la del juez Daniel Rafecas y la del Procurador General de Justicia, Esteban Righi.

Tal era el poder del chico mimado de Cristina que los dos primeros tuvieron que dejar la investigac­ión y el jefe de los fiscales debió renunciar. El “Bebe” Righi no era cualquier Procura

dor. Lo había designado Néstor Kirchner en 2005 atendiendo sus laureles peronistas de los ’70. Había sido ministro del Interior de Héctor J Cámpora, y se ganó la fama de dirigente bravo cuando dio un discurso garantista ante la Policía Federal en una época signada por la violencia armada, la represión estatal y las balas fáciles. Boudou lo trató públicamen­te de lobbysta judicial y la ex presidenta lo echó veinticuat­ro horas después.

El peronismo sabe que la caída de Boudou no es gratis. “Nos pusieron una mochila llena de piedras en la espalda y nadie importante del movimiento va a salir a defenderlo”, advierten desde la seguridad del anonimato. Sus principale­s dirigentes se preparan para el desafío que el lastre de Cristina y su listado de colaborado­res presos le presentan a la necesidad de una renovación.

Hoy no están dadas las condicione­s para que el peronismo acepte acompañar un eventual pedido de desafuero para Cristina, en caso de que avancen aún más sus infortunio­s judiciales. Pero estiman que la imagen abatida de Boudou con las esposas puestas les servirá para neutraliza­r cada vez más la influencia de la ex presidenta en el Senado y en la interna partidaria.

Boudou ya se había olvidado de los días juveniles en la Ucedé y se sabía de memoria la mar

cha peronista. Sonreía como Gardel y hacía la V triunfalis­ta del movimiento con los deditos cada vez que le sacaban una foto. Pero la simbología no es suficiente y quedará para la crueldad de los memes en internet. Ahora que está en la cárcel, el peronismo no quiere saber nada del galán marplatens­e caído en desgracia. Como le pasó a María Julia con el menemismo, deberá batallar en soledad para poder volver a respirar pronto el aire de los hombres libres.

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