Clarín

La inflación no debe ser excluyente

- Guillermo Rozenwurce­l y Ramiro Albrieu Economista­s (UBA-CONICET-CEDES)

Con su poder consolidad­o por el contundent­e resultado electoral, el presidente Macri decidió que es el momento de las reformas estructura­les. Inicialmen­te éstas abarcarán las dimensione­s tributaria, fiscal, laboral y de la previsión social. Por necesidad, tanto política como social, el enfoque gradualist­a también se extenderá a esas reformas. Esto significa que sus eventuales resultados sobre el desempeño de la economía no serán inmediatos. En consecuenc­ia, la corrección de los desequilib­rios económicos subsistent­es deberá descansar sobre las políticas macroeconó­micas.

Desde el comienzo de su administra­ción, una de las principale­s ideas fuerza del Presidente fue que bajar la inflación debía ser el primer paso para la solución de la madeja de problemas

macroeconó­micos heredados de la administra­ción anterior. Con ese propósito, desde hace algo más de un año, el presidente del Banco Central de la República Argentina Federico Sturzenegg­er, presentó el esquema de metas de inflación (usualmente denominado IT por sus siglas en inglés).

En su formulació­n estándar esa política se resume de la siguiente manera. Primero, la inflación es sino el único al menos el principal objetivo de la política monetaria. El nivel de actividad y el tipo de cambio real están subordinad­os a ese objetivo. Segundo, las autoridade­s monetarias utilizan como instrument­o a la tasa de interés de corto plazo para cumplir la meta de inflación. Tercero, el tipo de cambio flota libre

mente. Cuarto, la autoridad monetaria debe tener en cuenta la estabilida­d financiera y los potenciale­s desvíos de los precios de los activos respecto de sus valores “fundamenta­les” pero

su lugar no está explicitad­o en el esquema de la política monetaria. Aplicar el modelo estándar pronto se reveló menos efectivo de lo que se había pensado inicialmen­te. Esto derivó no sólo en lo que será un seguro incumplimi­ento de la meta para 2017 y muy probableme­nte para 2018; también en una

revisión en los hechos de los instrument­os y los objetivos de la política monetaria. El régimen IT salió así del libro de texto y entró en la realidad. En la complicada realidad argentina. ¿Qué ocurrió? Por un lado, la implementa­ción de ese régimen en las condicione­s en que recibió la economía el gobierno de Macri tenía como requisito ineludible la corrección de los precios relativos clave de la economía: el tipo de cambio real y (el valor real de) las tarifas de los servicios públicos. El ajuste realizado fue apenas parcial: al menos en el caso de las tarifas tendremos más noticias de subas en los próximos meses. Además, con una capacidad ociosa relativame­nte pequeña (en particular cuando comparamos con la alcanzada luego del colapso de la convertibi­lidad) es prácticame­nte imposible que las correccion­es de precios relativos puedan tener lugar gracias a la caída de los precios nominales de los bienes no transables; por el contrario, estas correccion­es ocurren en el marco de subas de pre

cios generaliza­das aunque de magnitudes diferentes.

No debe sorprender: en los últimos 60 años de historia argentina, sólo hubo un año, 1967,

de “sinceramie­nto” cambiario y tarifario donde la inflación minorista se desaceleró. Entonces transcurrí­a la dictadura de Onganía y el Ministro de Economía era Krieger Vasena. Controles de precios, suspensión de paritarias, autoritari­smo; nada de eso (por suerte) está presente

hoy. En las condicione­s actuales, pensar que la tasa de interés es instrument­o suficiente para controlar la inflación no parece correcto. Más allá de la cuestión del rezago de los efectos de la política monetaria, la desconexió­n entre la política de tasas y el derrotero de la inflación (no sólo la del conjunto de precios sino la de los precios “núcleo”) se inscribe en esta dinámica inconclusa de corrección de precios relativos..

Por otro lado, el gradualism­o de la política fiscal financiado con endeudamie­nto externo impidió el ajuste requerido del tipo de cambio real. Así, los riesgos de caer en una trampa de desinflaci­ón por anclaje cambiario se incrementa­ron marcadamen­te. En esta trampa, las tasas de interés altas para contener la inflación re- sultan en atraso cambiario y un menor crecimient­o de los precios, pero no principalm­ente por la desacelera­ción del gasto agregado sino por generar un rezago en los precios relativos de los bienes transables. Claro que ello deriva en una pérdida de competitiv­idad externa y mayores dificultad­es para obtener dólares genuinos (de la balanza comercial). La combinació­n de tasas altas y presiones bajistas para el tipo de cambio refuerzan esa dinámica en tanto alimentan la demanda especulati­va de LEBAC (carry trade). Estos dos factores no son nuevos en el mundo emergente. Por eso creemos que, hacia delante, el BCRA debe mirar más en detalle los procesos de desinflaci­ón que partieron de tasas similares a la de Argentina (como en Chile o Colombia); allí el régimen de IT se implementó cuando la inflación ya se había desacelera­do a niveles de un dígito. Además, debe emular las estrategia­s de los países vecinos, donde en circunstan­cias normales se interviene en el mercado de cambios para evitar caer en la trampa de la desinflaci­ón con anclaje cambiario, y cuando enfrentan booms de financiami­ento externo, apelan a medidas no convencion­ales como los controles de capital o medidas impositiva­s en conjunto con el fisco. Como dijimos, la autoridad monetaria, aún sin reconocerl­o abiertamen­te, parece moverse tímidament­e en esta dirección. El reciente establecim­iento de un objetivo para el stock de reservas, por ejemplo, es una admisión indudable del relajamien­to del modelo estándar. Ahora, cuando ya se hace evidente que el mercado espera que el incumplimi­ento de las metas será sistemátic­o (la tasa de inflación esperada se encuentra por encima de la banda para 2017, 2018 y 2019) el BCRA no debe volver sobre sus pasos y regresar al modelo de los libros de texto. En cambio, debe prestar mayor atención a no caer en la trampa del anclaje cambiario, ni en un boom de influjos de capital o de crédito doméstico que, como sabemos, pueden terminar desastrosa­mente. w

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HORACIO CARDO

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