Clarín

El copetín, un clásico porteño de todas las generacion­es

Un mozo de 44 años y un bartender de 19 cuentan cómo se sigue viviendo esta costumbre en la ciudad.

- Nahuel Gallotta Especial para Clarín

Fue hace algunas semanas, y Antonio Rodríguez (44) lo recuerda con cara de

feliz cumpleaños. Tres de sus clientes entraron al bar La Academia con sus nietos veinteañer­os. Antonio trajo lo de siempre, eso que no se pregunta ni cambia. “Noté que sentían placer de estar ahí con los nietos; como que era algo que habían soñado. Les transmitía­n un ritual, un placer”, dice. A la semana siguiente los cuatro nietos regresaron. Solos. Con los días se hicieron habitués, y fueron trayendo a más amigos. Piden lo mismo que sus abuelos: copetines

con triolets. “El copetín no murió. Puede que se vea menos, pero son varios los clientes que siguen transmitie­ndo la tradición”, afirma Antonio, que no quiere saber nada con eso de “bartender”: pide que en la nota se lo presente como “mozo profesiona­l”.

Por segundo año, la Cámara de Cafés y Bares de la Asociación de Hoteles, Restaurant­es, Confitería­s y Cafés organizó la "Semana del Copetín porteño", que terminó ayer. La propuesta fue que 120 bares ofrecieran un aperitivo y algo para picar por $ 100. El copetín porteño tuvo su época do

rada en los ‘80 y ‘90. Muchos vecinos tenían “su bar”. Se trababa de clientes que entraban varias veces al día, bebían un copetín al paso y seguían con sus actividade­s. O pasaban a la salida del trabajo. Era el momento de relaja- ción, el momento de uno. El mozo también psicólogo y escuchaba las penas. Hubo una generación de hijos y nietos que buscaban a sus padres en los bares, donde se pasaba más tiempo que en las casas. Juan Martín Pereira tiene 19 años y

es bartender. Dice que a diferencia de los clientes mayores, a los pibes hoy les gusta conocer distintos bares, según la carta y las ofertas del happy hour. “Para los jóvenes, la cerveza es el copetín de antes. Ahora está explotando mucho la cerveza artesanal”, explica, y agrega que muchas veces se debe a la economía. Algunos bares suelen ofre- cer 2x1 en cervezas entre las 18 y las 21. Y vienen con acompañami­entos: pueden ser rabas, unas papas fritas con cheddar, o alguna empanadita. Nada que ver a los palitos, papitas y aceitunas del triolet.

Antonio lo mira y escucha con mala cara. Responde que sus clientes no conciben a la cerveza como copetín. El que se pide en La Academia puede ser un Campari, Cinzano o Fernet. Con un poquito de jamón, queso y aceitunas, cuesta $ 65. Marca otra diferencia: el cliente del copetín va al bar con lo puesto, sin arreglarse. El de la cervecería va con su mejor pilcha, como si saliera de levante.

En lo que se podría decir que Antonio coincide es en el público. No es gente que busca el 2x1 o la oferta, pero sí un laburante bajo. “Acá hay clientes que me dicen 'trabajo ocho horas y hago dos extras para gastármela en el bar'. Es un momento sagrado. Mientras toman su copetín no quieren que nadie los moleste”. El ritual a veces incluye el hábito de invitar a otro. El hombre de bar nunca va a decirle a un amigo que lo extraña o que lo quiere. Todo eso lo dice pagando un aperitivo. Así son -somos- los porteños en los bares de barrio.

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SILVANA BOEMO Tradición y futuro. Antonio Rodríguez y Juan Martín Pereira, en la barra del bar La Academia.

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