CON EL BRILLO DEL METAL
Megadeth, Anthrax (foto) y Rata Blanca se lucieron en Monsters of Rock, el festival que se realizó en Tecnópolis.
La renovación del romance del público argentino con Dave Mustaine y Megadeth; la confirmación de Rata Blanca como una banda inoxidable del metal nacional; Anthrax como un aperitivo de lujo: estos fueron los puntos más altos de la octava edición argentina del Monsters of Rock, que se realizó el sábado en el microestadio de Tecnópolis.
Con un pequeño retraso según el horario oficial, Anthrax subía a escena para dar comienzo al desfile de peso pesados por el escenario de Tecnópolis, y no podían hacerlo de manera más avasallante. La tríada ini- cial con Among The Living, Caught in
a Mosh y Got the Time generó un revuelo en el campo del microestadio y la aceleración de los miles de corazones thrashers que lo habitaban. El quinteto neoyorquino, parte importante de la avanzada crossover que dotó al heavy metal y el thrash de distintas sonoridades –hip hop, hardcore, alternativo- durante los años ‘90, mantiene su sello de calidad signado por un sonido milimétrico y filoso al mismo tiempo que contundente y orgánico.
Es llamativo el descollante estado
de la voz de Joey Belladonna; los dos líderes de la banda, Scott Ian (guitarra y voces) y Charlie Benante (batería), siguen hambrientos comandando el barco y logrando que cada show de Anthrax se viva como si fuese el último. Con una lista de temas que fluctuó entre hits ( Indians, Madhouse, Antisocial) y novedades incluidas en
For All Kings (de 2016) dejaron la vara altísima, todo un desafío para quienes cubrirían el escenario en la próxima hora: el grupo de metal más internacional del país, Rata Blanca.
El paso del tiempo y el alejamiento de ciertas posturas polémicas le hicieron muy bien a Rata Blanca. Walter Giardino, Adrián Barilari y compañía no olvidan su valioso nivel de profesionalismo y siguen capaces de dar shows de alta calidad en términos de audio, puesta en escena y ejecución. A pesar de que el título del tema que abrió el show ( Los chi
cos quieren rock) suene un tanto ingenuo y sonrojante, no pasa lo mis-
mo con el riff que lo define: un tributo al hard rock más sucio y callejero de la escuela AC/DC coronado con un efectivo estribillo en la vena del rock ‘n’ roll salvaje de los primeros Mötley Crüe. Luego de comenzar a todo o nada, la banda se acomodó en su juego y despachó sus infaltables canciones “que sabemos todos” como La leyenda del hada y el mago, Guerrero del ar
co iris o Agord, la bruja, redondeando poco más de una hora de intenso y sofisticado rock metálico.
Pasadas las 21.30, llegó el gran cierre a cargo de Megadeth. Dave Mustaine, su cantante, guitarrista, fundador y líder indiscutido, tiene una estrecha relación con sus fans locales, quienes lo reverencian sin mediar razón. Si bien está claro que Mustaine hizo méritos para tener semejante pleitesía (supo reordenar su vida luego de ser expulsado de Metallica y formar una de las bandas más grandes del metal; es el creador de Rust In Pea
ce, quizá el mejor disco del thrash metal), es llamativo que el vínculo se mantenga intacto desde diciembre de 1994 -cuando Megadeth entregó cinco shows memorables en el Estadio de Obras- ya que la banda nunca pudo retomar el nivel de brillo del mencionado álbum o su posterior Countdown to Extinction.
Mustaine es un tipo que, más allá de declaraciones desangeladas o algún que otro desafine en su voz, se suele salir con las suyas ¿Cómo lo logra? Por un lado eligiendo bien a sus nuevos laderos (excelente actuación del brasileño Kiko Loureiro en guitarra) y fundamentalmente con esas canciones incontestables que son Hangar 18, Symphony of Destruction, Tornado of Souls o Holy Wars… The Punishment Due, nada más ni nada menos que sus personales “goles a Inglaterra” que lo eximen de (casi) toda crítica y lo enmarcan para siempre en el lugar de un semi Dios del metal. Para Megadeth también, lo hecho, hecho está. Y está bien hecho.