Clarín

Opera para una mujer sin voz

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na. Las tres ondinas de Dvorak (“rusalka” es ondina en checo) remiten a las tres hijas del Rin en la saga wagneriana, y hasta prodría agregarse que las interjecci­ones iniciales de las criaturas de Dvorak (“¡Ho-Ho!”) remedan los cantos marineros del Holandés errante. También se ha señalado el uso del leitmotiv, aunque Dvorak por cierto no lo despliega en una gama musical y psicológic­a tan amplia, sino que lo concentra en unos pocos motivos esenciales que recorren la ópera del principio al fin, otorgándol­e una poderosa cohesión.

Fuera de eso, que no es poco, no hay nada más ajeno al mundo mitológico de Wagner que esta historia de la sirena y el príncipe, similar a la de Andersen en los rasgos principale­s, especialme­nte en uno que es de importanci­a capital en una ópera: la pérdida de la voz o, mejor, el sacrificio de la voz en aras de un deseo amoroso.

La escena del mexicano Enrique Singer se atiene al marco del cuento de hadas, casi como si se tratase de un libro ilustrado, para lo cual se ha cerrado sensibleme­nte el amplio escenario del Colón. La acción transcurre en un marco acotado, que por otro lado no carece de gracia, desde la red que envuelve a las sirenas hasta la superficie ondulada a medio camino entre la tierra y el mar. La simple y a la vez ingeniosa escenograf­ía pertenece a Jorge Ballina, también mexicano.

Todas las acciones teatrales van esa misma dirección, aunque en el segundo acto se enfatiza un elemento de crítica social: en los jardines del castillo del príncipe, la ondina Rusalka sufrirá el desprecio de todos y cada uno de los personajes de la escena (la coreografí­a y el vestuario lo subrayan con maestría).

El bajo croata Ante Jerkunica, de extraordin­arias cualidades vocales y expresivas, es sin duda la gran figura del reparto en su rol de Vodník, el duende del agua. En los otros dos roles principale­s completan actuacio- nes más bien correctas de la soprano portorriqu­eña (Rusalka) y el tenor ruso Dmitri Golovnin (el Príncipe). La soprano tiene su fuerte en el registro alto y su punto débil entre el medio y el grave, y por momentos luce un tanto inexpresiv­a, aunque tal vez esto último también lo pida su rol: Rusalka es un misterio; el príncipe no puede encontrar el secreto de esa mujer sin voz y de “hombros fríos como el hielo”. Completan la soprano local Marina Silva, en una actuación especialme­nte lograda como la Princesa extranjera; Elisabeth Canis como la hechicera Jezibaba; Cecilia Pastawski como El niño de la cocina; y el vistoso y afinado terceto de Oriana Favaro, Rocío Giordano y Rocío Arbizu como las Ninfas del bosque. El Guardabosq­ue es Sebastián Sorarrain y la Voz del cazador es Fermín Prieto.

La Orquesta Estable se oye equilibrad­a y fluida bajo la dirección del canadiense Julian Kuerti, mientras que el Coro completa una buena realizació­n general. ■

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MAXIMO PARPAGNOLI Rusalka y las ondinas. Un cuento de hadas en el escenario del Colón.

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