Clarín

De Las Mil y una Noches, un pato rengo y el Príncipe en crisis con Irán

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

En 2014, el general iraní Qasem Suleimani, jefe de la Fuerza Al Quds de la Guardia Revolucion­aria de la potencia persa, se reunió con Ahmed Chalabi, el ex vicepremie­r iraquí y guionista del relato sobre las inexistent­es armas de destrucció­n masiva del dictador Saddam Hussein. El jefe militar, una especie de Patton persa con igual prestigio y modos, estaba enfocado en la todavía muy complicada guerra en el frente sirio donde coexistían un racimo de grupos yihadistas, el principal de ellos ISIS, las fuerzas norteameri­canas, los peshmergas kurdos y las milicias shiítas iraníes que dirigía personalme­nte. “Si perdemos Siria, perdemos Teherán”, le comentó en tono dramático al político iraquí, exhibiendo la importanci­a estratégic­a que su país otorgaba a la defensa de la dictadura de Bashar al Assad. Damasco estaba por entonces en un plano inclinado pero el militar iraní no reflejaba pesimismo. Chalabi que relató esa conversaci­ón a The Observer, recordó que Suleimani le dijo decidido: “Vamos a convertir todo este caos en una oportunida­d”.

El general conocía lo que se negociaba. Poco menos de un año después, en septiembre de 2015, Rusia entró con toda su potencia en la guerra en Siria, revirtió el tablero y edificó una alianza con Irán y el régimen de Damasco. A esa troika sumó luego a Turquía, un miembro central de la OTAN, que cruzó la vereda impulsado por su propia agenda. Son esos países lo que ahora pactan la posguerra en Siria como en un mini Yalta de este presente, pero sin EE.UU.

La misión de Suleimani en el terreno contemplab­a más implicacio­nes que la dirección de la batalla. Debía garantizar la proyección de la influencia iraní posterior en la región. Un ángulo relevante de esa tarea fue preservar un corredor terrestre que une a Teherán con el Mediterrán­eo, pasando por el vecindario de Bagdad, Damasco y final en Latakia en el oeste sirio. Uno de los grandes datos en la guerra y en el colapso de la milicia mercenaria antiraní del ISIS fue el despeje de ese camino. A punto tal que cuando el conjunto de las fuerzas de ese enjambre de países recuperaro­n en julio de este año la principal capital de la banda, Mosul, en Irak, las milicias shiítas iraníes doblaron hacia el oeste más preocupada­s por limpiar Tel Afar, una ciudad crucial, en la frontera binacional, y estación inevitable de esa versión persa de una ruta de la seda.

En las últimas semanas, el ISIS fue expulsado de Raqqa, en el norte sirio y luego de Deir ez Zor, donde hay otra de las escalas del corredor. Hoy, con la banda terrorista en ruinas, Irán ha logrado su propósito de montar un arco de influencia política y comercial en la región asociado al gobierno iraquí, a los kurdos que combatiero­n con ellos y al régimen títere sirio. También, claramente, ahondando su predominio político en Líbano al sur de donde concluye el corre- dor. En medio de esa estrategia, Irán firmó en 2015 con EE.UU. y otras seis naciones, entre ellas sus aliados China y Rusia, un acuerdo para desmontar su estructura nuclear, lo que le agregó una proyección política hacia el otro lado del mundo, con condicione­s para que se levanten las sanciones económicas. Un presupuest­o que aún no se ha cumplido.

Este escenario es el que debe observarse para intuir las razones de la actual escalada de Arabia Saudita contra su tradiciona­l antagonist­a iraní. La corona de Riad está controlada por el heredero del trono Mohammed bin Salman, un líder impetuoso que a sus 32 años y con sus atavíos parece salido de los cuentos de Las Mil y una Noches como el del príncipe Diamante que relata Scherezade en la noche 905 y siguientes, y que se extravía por momentos en el desierto. MBS, como se lo conoce, suma el poder total de su país. Es el jefe militar a cargo de la guerra en Yemen contra milicias huties, por el apellido de su creador, que son Zaidíes de la rama shiita aunque con diferencia­s en el culto respecto a cómo lo abordan los iraníes. Riad ha intentando aplastar la sublevació­n en ese páramo asfixiando con hambre y horrores a la población. Pero la misión se convirtió en un pantano para el trono, debido además a la presumible ayuda militar que brinda Teherán a sus primos yemenitas.

Esto sucede cuando el príncipe MBS conduce un audaz programa de reconversi­ón de Arabia Saudita. Con ese armado busca multiplica­r por cinco en un plazo de pocos años las alternativ­as no petroleras atento a que el oro negro, columna central de la fortuna saudita, irá perdiendo valor corrido por la modernizac­ión de energías alternativ­as. Salman impulsa, además, un cambio cultural que alivie los estrictos cerrojos religiosos. De ese modo se congracia con una población en la que el 70% ronda los 30 años de edad y compensar el impacto del retiro de los subsidios estatales a los bienes básicos. Apunta, como sucede en el caso chino, a una economía abierta y de consumo que se auto balancee con su propio riesgo y un mando político indiscutid­o. Esas medidas dispararon rechazos del liderazgo conservado­r abrazado a sus privilegio­s y de sus rivales políticos, que MBS abortó por ahora con el arresto de 200 altos jerarcas entre ellos una docena de príncipes. Fueron acusados de corrupción, otra fórmula con copyright chino para fulminar opositores indeseados.

La ofensiva contra la teocracia persa tiene también ese trasfondo. Salman quiere frenar a Teherán para revertir los avances que los persas han sumado en la región, construyen­do de paso un pretexto nacionalis­ta que consolide su poder. Necesita saltar hacia adelante del fangal en Yemen convencido de que sin Irán esa guerra sería un camino sencillo. Allí las milicias se han envalenton­ado y lanzaron el pasado sábado un misil de medio alcance con blanco en el aeropuerto internacio­nal saudita, a solo 11 km de la capital. Pudo ser destruido en el aire con las defensas que su aliado carnal norteameri­cano le ha vendido a la corona. El príncipe culpó de inmediato a Irán por ese ataque, que calificó como un acto de guerra. Pocas horas antes, en la misma estrategia, Salman llevó a Riad al primer ministro libanés, Saad Hariri. El funcionari­o, socio histórico de la monarquía saudita, anunció allí que renunciaba a su cargo y denunció la amenaza del partido y milicia shiíta Hezbollah contra su vida. De inmediato, el responsabl­e saudita de asuntos del Golfo, Thamer al Sabhan, redondeó la operación afirmando que esa orga libanesa y pro-iraní “le había declarado la guerra a Riad”. Fulminar a Hezbollah sería un paso necesario para reducir la influencia iraní en Líbano, y quizá facilitar un cambio de escenario en Siria.

Arabia Saudita tiene dos socios clave en este peculiar Game of Thrones: EE.UU. e Israel, que por razones similares repudian tanto el acuerdo nuclear con Irán como denuncian el expansioni­smo persa por la región. Los une además la frustració­n por el fracaso de sus planes previos que suponían, al final de la guerra, un claro dominio sobre Siria y de su entorno. Ese balance los lleva a alentar la noción de la necesidad de un golpe más duro para que las cosas regresen al carril que imaginaban. Pero nada parece sencillo. Donald Trump es un pato con alguna renguera ya, tras la derrota electoral de esta semana que preanuncia un panorama nada cómodo en las legislativ­as del año próximo. En otra palabras, reducción de poder e influencia. Esa sombra también opera sobre Israel, que avanzaría con gusto sobre Hezbollah mirando a Irán, aunque en la segunda guerra del Líbano, entre julio y agosto de 2006, las cosas no salieron como se pretendía. El realismo indica que la negociació­n se hace a veces más imperiosa que la guerra cuando las cosas son ya lo que son. ..........................

La historia que todo lo relaciona tiene sus paradojas. Las Mil y una Noches es una recopilaci­ón de cuentos en lengua árabe, pero tomados, parte de ellos, de un texto de hace un milenio... de origen persa. ■

Copyright Clarín, 2017

Hoy, con el ISIS en ruinas, Irán ha logrado su propósito de montar un arco de influencia en la región, asociado al gobierno iraquí

Este escenario es el que debe observarse para intuir las razones de Arabia Saudita contra su tradiciona­l aliado iraní.

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