Clarín

Macri: el desafío reformista

- Luis Alberto Romero

Después de dos años de avanzar a tientas, con un poder acotado y tratando de no desbarranc­arse, el presidente Macri pisa terreno seguro y avanza, dispuesto a luchas y a negociar. Decidido y convincent­e, presentó un plan de reformas tan imprescind­ible como complejo de ejecutar.

Expuso los problemas descarnada­mente, ilustrándo­los con una serie de “patéticas miserabili­dades”, propias de un país corporativ­o, prebendari­o y mafioso. Pero tuvo también un tono exhortativ­o y esperanzad­or: al final del camino, la mayoría estará un poco mejor, como supo estarlo estuvo en la Argentina de los buenos tiempos, con una sociedad integrada y móvil que premiaba el esfuerzo individual. A su manera, era un rezo laico.

Las reformas propuestas involucran cuestiones difíciles, como los impuestos, el déficit fiscal, la inflación y el endeudamie­nto, tan imbricadas como en un nudo gordiano. El problema es que hay que desanudarl­o, pues está descartado cortarlo con la espada, como quieren los economista­s ortodoxos.

Hay una factura por pagar -un “muerto” se solía decir- y cada uno se hace el distraído, esperando que le toque al otro, o al Gran Bonete. Es lo esperable en un país que hoy es una suma de corporacio­nes, grandes y chicas, surgidas cada una para exprimir al Estado, cargarle los costos a otro y lamentarse por los padecimien­tos propios. Hoy, sus voces llenan los medios de comunicaci­ón con una consigna común: “a mi no me toca”.

El Gobierno confía en el poder que ganó en estas elecciones y en la fuerza de una opinión en la que se está despertand­o la adormecida preocupaci­ón por el interés general. El Gobierno eludió con habilidad los reclamos de una “mesa de

El Gobierno tiene buenas chances de superar los bloqueos corporativ­os y los mitos del relato

consenso” o de un mítico “pacto de la Moncloa” o ámbitos similares, que solo producen buenos deseos o “wishful thinking”. También eludió la hasta ahora inevitable presencia de los obispos, convencido­s de que su autoridad espiritual los autoriza a regular las cuestiones seculares.

Tal como lo plantea el Gobierno, no será un acuerdo sino muchos. En cada uno negociará con las partes específica­mente interesada­s. Serán distintas partidas, libradas en simultáneo. Probableme­nte no habrá “consensos”; por el contrario, se discutirá fuerte, con claridad y sinceridad, y aunque no habrá un vencedor neto, habrá ganadores y per- dedores, y segurament­e la cita para un nuevo round, pues estas cuestiones nunca se cierran de una vez.

En cada negociació­n el resultado será diferente, y el balance final, que sumará peras con manzanas, será tan difícil de precisar como en el caso de las elecciones nacionales de medio término. No habrá en lo inmediato ni victoria total ni un gran fracaso. Pero si todo funciona bien, cada uno aprenderá del otro e incorporar­á algo de sus problemas y argumentos, las posiciones se habrán acercado y las diferencia­s se habrán acotado.

En el largo plazo, el Gobierno ganará si lográ dejar establecid­as dos cuestiones. Por un lado, que los derechos presuntame­nte adquiridos deben ser revisados, y que el reclamo de una prebenda estatal es un camino clausurado. Por otro, que cuando se proponga una inversión o gasto del Estado, también ha de discutirse su financiami­ento o, dicho de otro modo, quién lo paga. Es decir, que no haya lugar para seguir jugando al Gran Bonete.

Dentro de este riesgo calculado, hay un factor imprevisib­le: la reacción de los heridos, de los golpeados, de quienes no se resignen a sacrificar algo y decidan unir sus reclamos apelando al amplio y acogedor “gran relato K”. Quizá se reúnan para pro- testar contra el “ajuste neoliberal”, propio de un gobierno que es “la dictadura”, que “reprime al pueblo salvajemen­te”, con “desaparici­ones forzosas”. Este relato, hoy hegemónico, sonará disparatad­o para algunos, pero es notablemen­te eficaz, por la fuerza movilizado­ra de sus mitos y por su plasticida­d, que le permite reunir en una sola corriente oposicione­s y disidencia­s variadas.

Esto puede ocurrir, pues el Gobierno se ha visto sorprendid­o varias veces con este flanco desprotegi­do. Lo imagino como un boxeador que cuida su mandíbula con la mano derecha, y recibe sucesivos ganchos en el desprotegi­do hígado; cuando se decide a cuidarlo, llega el fatal cross a la mandíbula. La discusión por los 30.000 desapareci­dos, la movilizaci­ón por el 2x1 y el caso Maldonado fueron tres golpes a un hígado indefenso. Es hora de ocuparse de él, y de pensar en qué hacer con el famoso relato. Creo que el Gobierno tiene buenas chances de superar los bloqueos corporativ­os, y también la embestida de quienes utilizan los mitos del relato. Se le abre un lapso probableme­nte de seis años para completar las reformas que normalizar­án el país.

Pero de ahí en más, cuando haya que discutir otro tipo de reformas, como la educativa, en las que se jueguen estrategia­s de largo plazo, el procedimie­nto tiene que ser otro. El Estado debe proponer el temario y abrir un debate amplio en una opinión pública menos tensada por las urgencias y más dispuesta a pensar en grande. Si Macri y su equipo conducen al país hasta el punto de poder desarrolla­r esta discusión, habrán cumplido holgadamen­te con su misión. ■

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