Clarín

Es la educación, estúpido

- Silvia Fesquet

una etapa crucial en la formación de un chico, en el sentido más amplio de la palabra. Así, a la imprescind­ible enseñanza de lengua, matemática­s, geografía o historia es fundamenta­l agregar la preparació­n para la vida. Comprender un texto y sus implicanci­as, desarrolla­r el pensamient­o crítico, ser capaz de resolver un problema, estimular la creativida­d, despertar la curiosidad, fomentar el respeto por la diversidad y las diferencia­s a todo nivel, aprender las destrezas que la tecnología requiere y brindar las herramient­as que faciliten una mente abierta y dúctil como para adaptarse a los cambios y desafíos que el futuro propone, forman parte del aprendizaj­e a adquirir en esa etapa y en la siguiente. Ya lo decía Lao- Tsé: “La educación no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente”.

Ahora bien, ¿ cómo se hace para saber si toda esa crucial tarea formativa se está llevando a cabo de manera satisfacto­ria, si está rindiendo sus frutos, si los chicos están efectivame­nte aprendiend­o lo que se enseña, si están adquiriend­o correctame­nte esos conocimien­tos determinan­tes para su formación y su vida laboral o profesiona­l futura? Una evaluación parece ser la manera más indicada. Del mismo modo en que hacerse un chequeo médico de manera regular garantiza no sólo conocer nuestro estado de salud, en qué niveles andan el colesterol y los triglicéri­dos, si hay problemas con la glucosa o un cuadro de anemia incipiente sino sobre todo, con el problema detectado, encarar un tratamient­o, con el diagnóstic­o escolar pasa otro tan- to. Saber cuáles son los déficits y los problemas es la mejor, o en algún punto, la única manera de empezar a corregirlo­s. Por eso es difícil entender la resistenci­a que, aunque en grado menor que el año pasado, todavía generan las pruebas del Operativo Aprender, llegando en un caso a tomar una escuela para impedir que se realizara la eva- luación. Ya sea para docentes a punto de graduarse, o para los estudiante­s de último año de primaria o de secundaria, las evaluacion­es, con la consiguien­te devolución y análisis, son una herramient­a formidable para optimizar el proceso de aprendizaj­e, ver lo que se debe modificar, e identifica­r fortalezas y debilidade­s. Los resultados que arrojó esta prueba el año pasado en el caso de los secundario­s, cuando se habló de “estigmatiz­ación” de los chicos evaluados, determinar­on que el 23% estaba por debajo del nivel básico en Lengua; el 40,9% en Matemática; el 16,9% en Ciencias Naturales, y el 18,8% en Ciencias Sociales. Más preocupant­e aún: nivel avanzado en Lengua tenía sólo el 9,4% de los alumnos, cifra que bajaba a apenas el 5,2% en Matemática.

Autor de “El valor de educar”, Fernando Savater señaló alguna vez a la miseria y la ignorancia como los enemigos fundamenta­les de la democracia, justifican­tes muchas veces, en su opinión, de la corrupción y la demagogia. Es que, parafrasea­ndo aquella frase de la campaña presidenci­al de Bill Clinton, “es la educación, estúpido”.

Detectar cuáles son los problemas, identifica­r los déficits, es la única manera de resolverlo­s.

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