Clarín

Cristina vs Lali, la guerra inesperada de dos abogadas exitosas

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Como en todas las familias bravas, el kirchneris­mo ha entrado en una batalla de todos contra todos. Y el primer desafío verdadero para Cristina vino del lugar más inesperado. No fue Lázaro Báez, preso desde hace casi dos años. Ni fue Amado Boudou, preso desde hace diez días. Ni fue ningún gobernador, ningún intendente, ningún sindicalis­ta. La bandera de la rebelión la levantó del piso Alessandra “Lali” Minnicelli, la esposa del anteúltimo de los detenidos K, el alguna vez poderoso superminis­tro Julio De Vido.

Lali no es una improvisad­a. Y, como Cristina lo ha proclamado alguna vez en la Universida­d de Harvard, también podría decir que es una abogada exitosa. Fue número dos de la SIGEN (Sindicatur­a General de la Nación), el organismo que debía controlar los contratos entre el Estado y las empresas privadas, es decir, muchos de los contratos que autorizaba su marido cuando era ministro de Planificac­ión. Rincón estratégic­o del Estado que ocupó mientras Néstor Kirchner fue presidente. Hasta que, vaya sorpresa, Cristina llegó a la presidenci­a y decidió que era de hora de sacar a Lali del Gobierno. De Vido se quedó pero su esposa volvió al desierto inhóspito del sector privado.

Lali jamás se olvidó de aquel desaire de Cristina. Sobre todo porque, como bien lo retrataba en su crónica de ayer en Clarín el periodista Nicolás Wiñazki, nació en Río Gallegos y conoció a la familia Kirchner antes que Cristina. Viejas afrentas patagónica­s que afloran en la guerra de estos tiempos. Lo cierto es que Minnicelli se recibió de abogada en la Universida­d de Buenos Aires y tiene un Summa Cumme Laude en la Universida­d de Salamanca. Y no solo se ubicó como presidenta de la Consultorí­a en Estrategia Legal Fonres. Cuando Cristina la eyectó de la SI- GEN, también se convirtió en la asesora más cercana y confiable que tiene De Vido.

Dicen los habitantes del universo legal y del derecho administra­tivo que Lali fue la autora intelectua­l de muchas de las iniciativa­s que De Vido tuvo como ministro en tiempos de Cristina. Una de las más recordadas fue aquella por la que se invitó en 2011 a quienes tenían subsidios al consumo energético a que renunciara­n a mantenerlo en beneficio de la Patria. Lo hicieron alegrement­e la organizaci­ón Greenpeace, el roquero Fito Páez y hasta el hoy malogrado Boudou, pero la osadía de la medida fue perdiendo impacto cuanto más se conocían los manejos oscuros del presupuest­o estatal en manos del kirchneris­mo. La parábola del buen samaritano no tuvo cabida en el torbellino de la decadencia cristinist­a.

Lali aguantó a pie firme las acusacione­s con- tra su marido y las evidencias de que se aproximaba un destino de cárcel. Soportó el abandono del peronismo en el Congreso; la quita de los fueros legislativ­os que anunció el final y el timbrazo de los gendarmes en el portero eléctrico de su departamen­to en Palermo Chico. Pero estalló cuando escuchó a Cristina esquivar por radio una mínima defensa de su ex ministro y decir, muy suelta de cuerpo, que sólo ponía las manos en el fuego por su familia. Allí se terminó la prudencia y empezó la guerra de verdad.

Por eso, las frases que eligió Lali para responderl­e a Cristina fueron cuidadosas, frías y explosivas. Habló mucho en las dos entrevista­s que la semana pasada le dio a Luis Novaresio en radio La Red, y a Antonio Laje en el noticiero de América. Pero los dos puntos más altos fueron “el gesto (de Cristina) tuvo bastante de inhumano…”. Y un planteo que llegó para quedarse en la historia breve de la épica kirchneris­ta. “Julio tiene mucho para contar…”. Así, con tranquilid­ad pasmosa pero en tono de amenaza. Ni siquiera Luis D’Elía se había atrevido a tanto, cuando se sirvió del argot porteño para pedirle a la ex presidenta “que no se haga la pelotuda”.

Ahora, tanto la familia De Vido como el gobierno de Mauricio Macri creen que es inminente la citación de un fiscal para que el ex ministro revele algunos de los muchos datos que, como apuntó Lali, tiene para contar. Ella es quien conduce la estrategia de los abogados defensores de su marido y quien ayuda a algunas otras de las familias con ex funcionari­os en prisión. Entre ellas, la familia de su propio hermano, Claudio “El Mono” Minnicelli, preso en Marcos Paz después de estar diez meses prófugo y de ser arrestado en Chapadmala­l por maniobras fraudulent­as con cargamento­s en la Aduana.

Mientras Lali y Cristina libran su batalla personal, De Vido intenta desde la cárcel involucrar al peronismo en su defensa. Escribe cartas de puño y letra; invoca la memoria de Néstor Kirchner y ubica en la categoría de “monjes negros” a los dirigentes que pasaron por el gobierno kirchneris­ta y hoy están muy lejos de la hoguera que los consume. Pone a Sergio Massa y a Florencio Randazzo en el lugar de los enemigos y consigue la solidarida­d de Guillermo Moreno y de Gabriel Mariotto, quien lo defendió con un verso juvenil y conmovedor del Indio Solari (“todo preso es político”). Y sumó hasta la sorprenden­te comprensió­n del senador Miguel Angel Pichetto, el indiscutid­o campeón de resistenci­a en la interna depredador­a del peronismo.

No la tiene fácil Cristina. Va a ser difícil para la ex presidenta despegarse del ministro más cercano que los Kirchner tuvieron durante 12 años. El que conoce todos los secretos y ahora está enojado en una cárcel común. El que todavía tiene a su lado a su esposa, una abogada que ha jurado venganza y promete arrastrar a todos y a todas al infierno insuperabl­e del naufragio.

Fue número dos de la SIGEN mientras Néstor Kirchner fue presidente. Cuando llegó Cristina decidió que era hora de sacar a Lali del Gobierno.

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