Sobrevivió al brutal ataque de su marido y se recuperó: “Hoy soy feliz”
Lorena fue torturada 6 horas y quedó al borde de la muerte. Hoy, dice, volvió a apostar a la vida.
Lorena sonríe. Esa mueca de felicidad es la mejor síntesis de su recuperación. Pensó que no iba a volver a pasar, que la brutal tortura que sufrió iba a dejar marcas imborrables. Pero hoy, dos años después de haber sido víctima de un episodio extremo de violencia de género, Lorena sonríe. Se siente libre, se siente otra vez bella, se siente feliz. “Si él supiera como estoy ahora, se revolcaría en la tumba”, dice.
El caso de Lorena Serrano (38 años) conmocionó a Rosario en noviembre del 2015. Su marido, Alberto Marconi (45),la encerró en su taller mecánico y la torturó durante seis horas: primero la rapó, después la golpeó, la quemó con una plancha y le disparó en las dos rodillas.
Pero cuando Lorena esperaba el tiro de gracia, su pareja giró el revólver y su suicidó. Quedó dos horas atada y amordazada con el cadáver a su lado. Hasta que la policía entró al lugar y la rescató. La recuperación física le demandó más de tres meses. Los disparos rompieron las rótulas y quebraron los fémures de ambas piernas.
Lorena pasó días postrada en un sillón. Pensó en tirar la toalla, pero decidió pelearla por sus seis hijos: dos mellizos –hijos del mecánico-, que en aquel momento tenían tres años, y cuatro más grandes, de 12, 14, 16 y 20, de otro matrimonio. A los tres meses volvió a caminar. Más tarde retomó el trabajo en una panadería. Empezó el gimnasio, recuperó la vida social, puso una peluquería con una amiga y se enamoró.
“Sigo apostando al amor. Me enamoré de vuelta. Todos no son iguales. Hay hombres que valen un montón. Voy con el freno puesto. Durante la recuperación, me propuse estar sola. Pero conocí a una persona y me enamoré. Hoy soy feliz”, dice a Clarín sentada en el sillón de los peores recuerdos.
La primera vez que volvió a salir de noche junto a sus amigas, Lo- rena respiró profundo y sintió una libertad olvidada. Antes, todo eran celos, mensajes intimidatorios, amenazas y golpes. “Me arrepiento de no haberme alejado de él cuando todos me decían que me iba a terminar matando. Yo pensaba que no iba a salir adelante si me quedaba sola con los chicos. Me aterraba quedarme sin dinero para mantenerlos. Hoy mi pensamiento es que aunque tomemos mate cocido con mis hijos, la libertad es impagable”, reflexiona.
El perdón, dice Lorena, la ayudó a salir adelante. “Lo perdoné, sé perdonar. Fui al cementerio. Lo necesita- ba. Me quedaron algunos buenos recuerdos, prefiero aferrarme a eso. Ya no le puede hacer más daño a nadie”, asegura. Su preocupación, ahora, está puesta en las miles de mujeres que, están en situaciones similares.
“Nos nos dejemos matar más, pidamos ayuda, gritemos. Esta violencia tiene que parar”, pide. En su caso, la Justicia nunca la ayudó. Hizo tres denuncias penales, una caratulada como intento de homicidio. Pero su pareja jamás pisó una comisaría. “Fui a la fiscalía con el tabique roto, con moretones y con lesiones abdominales, pero nadie hizo nada”, maldice.
Lorena está convencida de que no fue un ataque impulsivo y que su marido buscó “desfigurarla” para que no le pudiese gustar más a nadie. La tortura fue planificada: en su taller tenía sogas cortadas a medida, toallas, bolsas negras, una máquina de cortar el pelo y una pistola con silenciador. Una semana antes, el mecánico invitó a Lorena y a una de sus hijas a un recital. Luego las llevó al taller. Pero su hija no quiso entrar y se fueron. “Iba a lastimarnos a las dos”, afirma. El perverso plan lo ejecutó días más tarde. Pero no logró su objetivo. Hoy Lorena no para de sonreír. ■