Un argentino busca poner en órbita una “constelación” de 300 satélites
Los artefactos envían datos en tiempo real sobre áreas afectadas por catástrofes y daños ambientales.
La construcción y puesta a punto de un satélite artificial, históricamente, era una obra de la ingeniería aeronáutica reservada para las grandes potencias. Pero con la llegada de las miniaturas electrónicas, que inauguraron un nuevo paradigma en tecnología espacial, empresas privadas e investigadores ahora pueden soñar con situar objetos a 700 kilómetros de altura con fines comerciales o científicos. A nivel local, la empresa Satellogic, que ya ubicó seis nanosatélites en órbita, planea montar una constelación de 300 unidades para que den vueltas alrededor del planeta.
El crecimiento de Satellogic fue explosivo, algo que coronó con cinco sedes en puntos estratégicos del globo. En Argentina se realiza el proceso de investigación y desarrollo, y en Uruguay se construyen. El software de procesamiento y análisis de datos se completa en Tel Aviv y Barcelona, y en San Francisco está el área comercial. Su director ejecutivo y fundador, Emiliano Kargieman, contó los planes de la compañía, que diseña sus propios objetos.
“Hace siete años comenzamos el proceso de construir una tec- nología que nos permitiera crear satélites para tomar imágenes de forma más eficiente que los tradicionales. La intención no fue dedicarnos a la conquista aeroespacial, sino enlazar una plataforma alrededor del planeta para medir fenómenos globales en tiempo real”, indica.
La actual red de Satellogic está integrada por el Capitán Beto, Manolito, Tita, Fresco, Batata y Milanesat. Los próximos a despegar desde una base en China son Ada y Maryam, en homenaje a Ada Lovelace, precursora de la informática y pionera a la hora de describir un lenguaje de programación y Maryam Mirzajaní, matemática iraní y profesora en la Universidad de Stanford.
Los planes a futuro contemplan lanzar unos 12 el próximo año y otros 60 en 2019. “La idea es llegar al fin de la década con un promedio de 100 por año y alcanzar una constelación de 300 operativos. Editamos una generación nueva cada diez meses. Algunos instrumentos nos insumen un poco más de tiempo desarrollarlos, aunque en general tardamos tres semanas y tienen una vida útil de tres años. El precio, dependiendo de los instrumentos, es más de 100 mil dólares y menos de un millón”, aclara.
Estos nanosatélites rondan los 40 kilos y son un poco más grandes que los cubesat, miden 80 centímetros de alto por 40 de ancho, similar al tamaño de una silla. “Están recubiertos de aluminio, fibra de carbono, espejos y lentes. Tienen paneles solares para abastecer parte de los instrumentos y un sistema de propulsión para cam- biar la órbita si lo llegamos a necesitar”, explica Kargieman.
Como no hay regulaciones sobre la órbita que ocupa cada satélite, cuanto más sean, más altas son las chances de un choque. “Estos satélites dan una vuelta a la Tierra cada 90 minutos a 7.500 km/h. Ante la amenaza de una colisión, hay organizaciones que monitorean los satélites en órbita con radares. Si detectan una probabilidad de choque, te envían un alerta con una semana de anticipación para que le modifiques la trayectoria. Lo vas monitoreando y, si vemos que es necesario, realizamos una maniobra correctiva. Aunque todavía nunca nos hizo falta”, argumenta.
Para analizar toda la información que recopilan estos nanosatélites, Satellogic escogió Azure, el Data Center de Microsoft para procesarla de manera inteligente. “Sabemos que operan con tecnología open source (código abierto) como es el caso de Linux, lo que es un desafío para nosotros ya que en los últimos años, cambiamos mucho la mirada sobre el software de código abierto”, sostiene Ezequiel Glinsky, director de nuevos negocios de Microsoft.
Estos nanosatélites, obtienen imágenes de alta resolución de lo que pasa en cada metro del planeta. “El problema era qué hacer con toda esta información, como transformar esos datos en conocimiento útil para mejorar las decisiones de gobiernos, empresas o un particular. Porque no sirve distribuir fotos actualizadas de la superficie de la Tierra, si nadie dispone el tiempo y los recursos para mirarlos. Lo que se pide es el conocimiento digerido y para este proceso elegimos a la plataforma tecnológica de Microsoft”, expone Kargieman. ■