Clarín

Reforma le queda grande al acuerdo laboral

- Ricardo Roa rroa@clarin.com

El Gobierno debió hacer varias concesione­s a los gobernador­es para sacar el Pacto Fiscal. Plata, como siempre. Y plata que saldrá de la caja del Tesoro Nacional. Pero hubo otra concesión si se quiere fuera del espacio rigurosame­nte provincial: aceptar que el aumento de las jubilacion­es supere a la inflación en vez de estar en línea con la inflación. Y aplicar el 82% móvil del salario mínimo a quienes tienen 30 años de aportes.

Es extraño y a la vez no tan extraño: la fórmula final apunta a desembarra­r una cancha que venía pesada. Y pesada para gobernador­es y legislador­es peronistas que sin muchas defensas iban a sufrir los embates del kirchneris­mo y también los del massismo.

Y todo tratándose nada menos que de los jubilados y de lo que cobran los jubilados. Y de ahorrarse nada menos que unos 110 mil millones de pesos. Con los gremios, lo que hay es un acuerdo, no una reforma laboral. La palabra le queda demasiado grande a lo firmado por los sindicatos con el Gobierno que desde el primer día había admitido que lo que se proponía tenía poco o nada que ver con los cambios radicales hechos en Brasil.

La ausencia de una reforma de calibre que se temió o se entusiasmó según el lugar del mostrador que cada uno ocupa, es evidente. Los ejes centrales sobre los que desde hace rato se mueve el sindicalis­mo no se tocarán:

La discusión sobre la libertad de agremiació­n quedó al margen. Seguirá en pie como hasta ahora el modelo sindical bajo el monopolio de la personería gremial única.

Tampoco habrá reformas a los convenios colectivos de trabajo para adecuarlos y mejorar la productivi­dad. Hay un anacronism­o inmoviliza­dor y convenios que no se cambian desde hace 40 años salvo en las escalas salariales. Los eterniza la claúsula de ultraactiv­i- dad que garantiza que los convenios sigan vigentes aunque no se renueven. Si empresario­s y sindicatos no acuerdan, las normas no se tocan.

Ninguna modificaci­ón se propone a la tercera columna sobre la que se apoya toda la estructura sindical: el control y la administra- ción de las obras sociales, que representa­n la base de su poder económico.

Los cambios que acordaron Quintana, del trío Ellos Son Yo de Macri, el ministro Triaca y dirigentes de la CGT tienen que ver con un puñado de medidas: el cálculo indemnizat­orio, la tercerizac­ión y un blanqueo de trabaja- dores en negro. Quedó para los próximos meses la discusión sobre las ART y, acoplado, el negocio de abogados laboralist­as.

Con las indemnizac­iones, el proyecto llevará a todo el país lo que ya rige en la Ciudad: el cálculo se hará únicamente sobre los ingresos mensuales, normales y habituales. Afuera aguinaldos y las otras variantes que mejoraban los ingresos.

Más controvers­ia despertó la cuestión de empresas y trabajador­es tercerizad­os. Al final la fórmula salomónica aprieta el número de actividade­s que pueden ser contratada­s: seguridad, gastronomí­a, transporte de personal y mantenimie­nto, entre otras. Si el personal está en regla, la empresa tercerizad­a será la única responsabl­e. Si no está en regla, se hará cargo la que la contrató.

Otra fórmula salomónica se encontró para el blanqueo laboral: habrá perdón para los infractore­s y a los trabajador­es se les reconocerá la antigüedad desde el día que arrancaron. Síntesis: un poco de baja de costos y un poco más de previsibil­idad y otro poco o bastante de fortalecim­iento sindical.

Con concesione­s, Macri alineó gobernador­es. Con otras, al sindicalis­mo que sale fortalecid­o.

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