Clarín

El ARA San Juan por dentro: antigüedad en la era digital

- Marina Aizen maizen@clarin.com

La idea de un submarino despierta una fantasía enorme, que está potenciada por las películas que alguna vez vimos sobre la Segunda Guerra Mundial. En ellas, los submarinos son naves amplias, que se vuelven emocionant­es cuando los oficiales pueden ver con claridad por la mira telescópic­a un objetivo buscado. O cuando suenan alarmas y se cargan torpedos manualment­e. Pero nada de eso ocurre en la realidad. Al menos no con el submarino ARA San Juan.

Visitamos ese submarino cuando estaba detenido en los talleres del astillero de Tandanor, en la Isla Demarchi para una nota publicada por la revista VIVA. Le estaban haciendo lo que se llama una “reparación de media vida”. Es decir: poniendo a punto todos los sistemas clave de la nave, sus habitáculo­s, sus motores, hasta sus baños… En primer lugar, se trata de una nave de superficie realmente estrecha, agobiantem­ente estrecha, en la que apenas uno se puede mover.

El ARA San Juan es un sumergible del año 1985, más nuevo que los de la Segunda Guerra Mundial, pero que aún así tenía aspecto igualmente viejo: el color amarillo ocre de sus paredes de metal, el piso de goma negro, la forma de sus perillas… Todo gritaba antigüedad en plena era de los avances digitales.

Aún en tierra, la sensación que provocaba era de angustia por el encierro. En un submarino no hay renovación del aire, se convive con todos los olores de los compañeros de la tripulació­n (el cocinero es un eje clave para controlar la salud digestiva de la gente a bordo), no hay intimidad alguna. No existe la soledad. O la posibilida­d de tener un ataque de claustrofo­bia.

Es un constante transcurri­r cotidiano en un lugar comprimido, con luces mortecinas, en un vehículo que anda junto a las ballenas sin poder verlas. No existen submarinos con ventanas. Al menos no los que tienen fines militares, como este.

Hay algo de heroico en los submarinis­tas, porque de otra manera no se comprende cómo se pueden atravesar campañas largas para cuidar las fronteras marítimas del país en lo que, en definitiva, es una lata que tiene capacidad de sumergirse gracias al cambio de presión que ocurre en su interior.

Pero así lo han hecho los valientes submarinis­tas que se enfrentaro­n a los barcos británicos durante la Guerra de Malvinas: jugaron durante días a un auténtico juego del gato y el ratón. Y lo único que podían sentir era los golpes del sonar enemigo en la escotilla. De eso nos hablaron con emoción el día que visitamos el ARA San Juan, mientras estaban desarmándo­lo. Ellos más que nadie entienden cuán terrible es la noticia de que ahora esté perdido. ■

 ??  ?? En tierra. El ARA San Juan, durante el proceso de reparación en 2010.
En tierra. El ARA San Juan, durante el proceso de reparación en 2010.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina