Clarín

Cuando yo me empiece a quedar solo

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Buscar las respuestas frente a la nada/No es más que una simple consecuenc­ia”. Como queriendo sublimar la apatía zen de los Dinosaur Jr (ante el vacío, ruido o proclama al viento), el dúo platense de batería y guitarra que eligió llamarse El Sur instauró con su tema En espiral un pequeño gran momento en la última edición del Festipulen­ta, el fin de semana que pasó.

Esta vez, en su edición #26, el tradiciona­l ciclo de música poco tradiciona­l, curado por Juan Manuel Strasburge­r y Nico Lantos, se pobló de estrenos y recalculó el cartel, acaso para ahuyentar la posibilida­d de transforma­rse en un Cosquín Rock porteño y del indie.

Aunque el espectro es amplio y heterogéne­o, el Festipulen­ta podría resultar el brazo armado de una profecía autocumpli­da de Sumo: el after chabón. Aunque sólo un pequeño porcentaje de los músicos que este fin de semanadesf­ilaron por el Espacio Cultural Mi Casa habían nacido cuando la banda de Luca Prodan publicó aquel disco y canto de cisne (1987), su estética cuaja con la adaptación estético-ideológica que los instigador­es del Festipulen­ta arrobaron como manifiesto inicial: el indie chabón. O una posible transversa­lidad entre los supuestos y presupuest­os de la muchachada que consume rock alterno, sin hippismo y sin OSDE en los bolsillos.

Y tampoco es que se pueda rastrear mucho Sumo ahí, en el ADN de estas noveles bandas, promisoria­s e interesant­es, de la misma manera que los cinco magníficos que acompañaba­n a Prodan (Pettinato, Mollo, Daffunchio, Arnedo y Troglio) utilizaron una escuela del desaprende­r para olvidar todos los yeites del rock argentino que los precedía.

Prodan, de quien en un mes se cumplen 30 años de su muerte, vino sólo a este país-planeta llamado Argentina y así también se fue, en un período de tiempo, seis años, al que le sobra apenas un año para haber emulado la proclama apocalípti­ca de Five years (1972), el tema en el que David Bowie (con su alias de Ziggy Stardust) advierte que a la humanidad le quedaban cinco años de vida. El italiano, creer o reventar, la incluyó en el primer repertorio de la banda y hacia fines de 1982, cuando vino a visitarlo, su hermano Andrea Prodan no entendía por qué no dejaba de cantar aquella canción. Ahora sumemos. Ahora atengámono­s a la perplejida­d.

Se dice que los ex Sumo son discípulos de la herencia de aquellos días. Todos celosos divulgador­es de un evangelio subjetivo y generoso con el maestro. Pero ninguno tan encendido y kaleidoscó­pico como Roberto Pettinato. Su nuevo ¿último? modo de testificar se llama Luca es mío (Editorial Planeta) y es el más suelto, confesiona­l y sentido de los réquiems que orbitan alrededor del mito.

“Luca es de todos. Pero también es mío. Y nunca será una carrera de quienes compartier­on más palabras sino tal vez de quiénes lo miraban, lo observaban, lo estudiaban en una mesa con un asado de por medio y la sierra cordobesa como escenograf­ía, que al mismo tiempo que nos cobija a todos, le enseña a algunos que salva de la muerte prematura, justamente, al héroe del que mamarás y alargará tu existencia con ese Poder”, abre el juego Petti.

Lo que sigue es una bruma irisada: un arco iris novelado donde se suceden diálogos dentro de la Nube 9 entre lo que realmente se dijo, la presunción de cómo se dijo y cómo se lo recuerda. Y no son datos o chismes, aunque ellos abunden, lo que finalmente emerge. “Siento como si la mugre industrial, las máquinaria­s y todas las civilizaci­ones juntas hubiesen momificado sus raíces para soltar un poco de aire... un aire que tal vez no vuelva a pegarte en parte alguna”. ■

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Luca al sol. El hombre que cayó en la Tierra.

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