Clarín

El arquero que se adelantó a su tiempo

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

En los próximos meses, cuando los canales deportivos calmen la ansiedad premundial­ista con la repetición de los cada vez más lejanos partidos de México 86, algún futbolero Sub 25 tal vez se asombre de ver que el líbero José Luis Brown se la pasa al arquero Nery Alberto Pumpido y éste, a la vista del árbitro, de 100.000 espectador­es en el Estadio Azteca y de millones de televident­es en el planeta, toma la pelota con las manos sin sanción.

La norma que obliga al portero a utilizar los pies tras la cesión de un compañero, bajo pena de tiro libre indirecto si recurre a las manos, se empezó a aplicar en 1992. Con el tiempo, ese hombre de buzo colorido, generalmen­te numerado con el 1, se transformó en un jugador más. De hecho, para entrenador­es como Pep Guardiola (Manchester City), Maurizio Sarri (Napoli) o Jorge Almirón (Lanús), el arquero es un partícipe necesario en la elaboració­n ofensiva de sus equipos.

Mucho antes de que a la FIFA se le ocurriera cambiar esta regla, con el fin de reducir la es- peculación y pérdidas deliberada­s de tiempo, hubo un arquero en la Argentina que usaba los pies como si fuera un defensor o un volante. Fue Hugo Orlando Gatti, el Beatle o el Loco, el que demostraba su smowing en una publicidad de Ginebra Bols metiendo un gol de arco a arco (cuenta la leyenda futbolera que llegó a tomar whisky de una petaca durante el amistoso de la Selección en una nevada en Kiev, días antes del golpe de Estado de 1976. Aquella noche cumplió una de sus actuacione­s más brillantes). Un innovador del puesto, Gatti sorprendía a propios y rivales, ya desde sus inicios en Atlanta, saliendo del área grande o sacando un lateral en lugar del N° 4.

Todavía hoy, a los 73 años y mientras refuta a panelistas en la televisión española con un discurso pródigo en incorrecci­ones políticas, se define como jugador de fútbol. En su etapa de esplendor se diferencia­ba de los colegas atléticos, que en rara ocasión desguarnec­ían su valla y apostaban todo a la reacción de piernas y manos. Ubaldo Matildo Fillol, tres ve- ces mundialist­a y campeón en nuestro país, fue el mejor de esta clase. Dos magníficas intervenci­ones suyas evitaron que Holanda se pusiera en ventaja en la final del 78. Y otras formidable­s atajadas mantuviero­n con chances a la Selección en una dramática eliminator­ia ante Perú (1985).

Con él en River y Gatti en Boca, los Superclási­cos cobraron un motivo extra de interés. Fueron los exponentes más elevados de dos estilos: el que atajaba a puro reflejo bajo los palos y el que prefería anticipar la acción del delantero; el que le pegaba desde abajo lo más lejos posible y el que trataba de propiciar una contra habilitand­o al jugador libre. El Tano Roma, Agustín Mario Cejas y el Gato Minoian estuvieron enrolados en las filas del Pato. Néstor Martín Errea, el Flaco Poletti y Chocolate Baley adhirieron a la otra corriente. Fue de alguna manera, salvando distancias, una batalla cultural librada desde los arcos de fútbol. Cuatro décadas después, se puede afirmar que la ganó Gatti por goleada.

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