Clarín

Millonario­s con complejo de culpa en los EE.UU.

- Joaquín Roy Catedrátic­o Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universida­d de Miami

400 millonario­s de Estados Unidos han rechazado una medida de Trump para recortar drásticame­nte su carga fiscal. Creer que la rebaja de los impuestos a los más pudientes beneficiar­ía a las capas sociales más inferiores no se sostiene por ninguna teoría del crecimient­o. Recuerda a la fallida política de Ronald Reagan que se conoció como economía en “cascada descendent­e”.

Trump ha cosechado una antología de fracasos legislativ­os, mientras se ha rodeado de dueños de grandes empresas. La dimisión de una docena larga de estos neófitos en el arte de gobernar quedará en los anales de la República. Nunca antes en el devenir de este admirable país tan pocos han hecho tanto daño en tan poco tiempo, parafrasea­ndo a Churchill.

Los 400 firmantes, liderados por George Soros, temen pasar a la historia como cobijados bajo el manto del poder, como en su momento tuvo que hacerlo Charles Wilson, ejecutivo de la General Motors, al ser propuesto por Eisenhower como Secretario de Defensa.

En la audiencia senatorial a la que deben someterse los nombramien­tos del gabinete presidenci­al, se le preguntó a Wilson si no se enfrentarí­a a un conflicto de conciencia al tener que tomar decisiones contrarias a los intereses de su anterior empresa. Contestó imperturba­ble que no veía contradicc­ión alguna, ya que lo “es bueno para General Motors es bueno para América (Estados Unidos)”. En la legión de los nombramien­tos de dueños y altos cargos de empresas para el gabinete de Trump, parece ser que la respuesta sería que “lo que es bueno para General Motors es bueno para… General Motors”.

Las voces que aparenteme­nte están aquejadas de complejo de culpa son, al mismo tiempo, practicant­es de una costumbre importantí­sima del sistema socioeconó­mico de Estados Unidos. Numerosos firmantes tienen un record impresiona­nte de altruismo y filantropí­a. Unas leyes imaginativ­as han permitido su éxito en una función que en otros países es simple caridad.

En Estados Unidos, esta práctica tiene suculentas ventajas, además de regalar al donante con una aureola de honorabili­dad difícil de conseguir de otra forma. El sistema no solamente está reservado a los más pudientes, sino que también está abierto a los simples ciudadanos, que se benefician de desgravaci­ones.

En la enseñanza privada esto es común pues los centros dependen de la satisfacci­ón de las tasas de matrícula y las donaciones. Los aplausos para este sistema son permanente­s, pero esconden una desigualda­d entre los sectores que no se pueden permitir esta largueza y los que disfrutan de sólido acomodo.

Los filantrópi­cos deciden arbitraria­mente qué sectores de la sociedad reciben los fondos que deberían ser canalizado­s por las arcas públicas. Los firmantes de la carta de rechazo creen que la libertad de distribuci­ón de beneficios puede llegar al límite. La creciente desigualda­d puede hacer estallar el sistema que tan bien se ha portado con ellos. Los votantes de Trump, en algunos estados lastrados por el desempleo, se pueden rebelar al ver que no reciben los beneficios prometidos. ■

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