Clarín

Pronunciar bien palabras extranjera­s

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Gustavo dijo “yératon”, yo dije “shératon” y Martín, “shereiton”. Ninguno sabía cómo pronunciar el nombre del lujoso hotel que recién aterrizaba en Buenos Aires. Esto sucedía a mediados de los 70, cuando nadie se preocupaba por la pronunciac­ión… o mejor dicho, recién empezábamo­s a preocuparn­os.

Recuerdo otro debate: si se llamaba “levis” o “livais” el más apreciado vaquero de la época (En ese entonces todavía no se les decía “yin”).

Había mucho espacio para las deformacio­nes y los equívocos, pero la primera lección estaba aprendida: había que saber pronunciar bien los nombres extranjero­s para no quedar como un nabo. El trabajo era muy difícil en un país habituado a pronunciac­iones a medias. Por caso, todos decimos “peuyot”, no decimos “peugeot” como sería una pronunciac­ión castellana pedestre de la marca francesa. Sin embargo, el francés medio dice “peyó”. Tampoco decimos “paionir” al leer la marca Pioneer, decimos “páioner”. Con el tiempo y un poco de sentido común, aprendí la segunda lección: a veces hay que bajar la exigencia sobre pronunciac­iones extranjera­s. Por ejemplo, resultaba muy presuntuos­o y poco práctico indicarle al colectiver­o que uno iba hasta Córdoba y “yenyoré”, en lugar de pronunciar “jeanjaurés”, por la calle Jean Jaurés, obvio. O pronunciar “uaild” por “uilde”, o “bulón” por “bulogne”, o “jérlingam” por “úrlingan”.

La tercera lección la aprendí ayer: el peor error es el que cometés a sabiendas. Tomé un taxi y dije que iba “uite”, famosa calle de Mataderos. El chofer se dio vuelta y con mirada sobradora me dijo: “Se pronuncia ‘uait’, es en inglés y significa blanco”. Me sentí un nabo.

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