Clarín

“Pregunté si estaban todos muertos... me dijeron que sí”

- Guillermo Villarreal mardelplat­a@clarin.com

Se oye como el viento sacude las banderas y carteles con mensajes de esperanza colgados en el alambrado, el constante rugir de los motores de los autos por la avenida, el rezo de vecinos que se acercan conmovidos por la tragedia. Después de la confirmaci­ón de la explosión en el fondo del mar, la base naval marplatens­e se sumió en un fuerte hermetismo. Los parientes y amigos de los 44 marineros desapareci­dos, sus compañeros de trabajo “están destrozado­s”, y ayer, tras la noche más difícil, se ampararon en el silencio.

Pocas voces se oyeron, la de un papá que llegó para oír cara a cara la noticia que había recibido por teléfono, de un modo brutal: “Pregunté si estaban todos muertos y me dijeron que sí”, dijo Luis Tagliapiet­ra, papá de Ale- jandro, un teniente de 27 años abordo del ARA San Juan.

De vez en cuando se ve movimiento frente al edificio que los alberga. Una mamá que sale a caminar con su hija que da los primeros pasos, marinos con sus impecables camisas blancas charlando a un costado, y la entrada y salida de familiares, quebrados, caminando abrazados. La primera noche tras la confirmaci­ón que presume el escenario más triste, “fue muy dura: tratamos de contenerno­s, pero a veces nos gana la desesperac­ión, por lo inexplicab­le”, dijo a este diario un joven marino mientras se iba de la base a pie.

Enrique Stein, psiquiatra coordinado­r del área de salud mental del Ministerio de Defensa, quien trabaja con veteranos de guerra, reconoció “el difícil momento” y anunció que con el equipo de piscólogos que coordina, que desde el día uno trabaja en la base naval en la contención, “es- tamos trabajando en un informe sobre la situación”. El profesiona­l, desde un comienzo, hizo hincapié en mantener unido a los grupos familiares.

El obispo de la ciudad, monseñor Gabriel Mestre, visitó a los parientes, y contó que los vio en medio de “un panorama de mucho dolor”. En la tarde del jueves había dado misa en la cárcel de batán, y de allí trajo rosarios hechos por los presos. “Se reza todos los días”, contó. Ayer, con la imagen de la virgen de Lourdes, en procesión se acercaron religiosos a orar.

Otros familiares hablaron. Pero se fueron enojados de la base, con la promesa de “no regresar” por sentirse manipulado­s por los jefes navales. “Sólo si los encuentran regresaría”, dijo la mamá de Fernando Villarreal, María Rosa del Castro. “Ahora me queda acostumbra­nos con mi marido a vivir si mi hijo”, contó antes de regresar a Punta Alta, de donde había llegado para enterarse lo peor. ■

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