Clarín

Rusos o norteameri­canos: ¿quién jugará con la pequeña Rojava?

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Esta historia comienza con una comarca de nombre misterioso llamada Rojava y de su valor clave e intrincado en las arquitectu­ras de posguerra que están establecié­ndose en Oriente Medio tras el colapso de la banda terrorista ISIS. La adecuada caracteriz­ación como mercenaria de esa organizaci­ón yihadista ayuda a entender que esta es una historia de quienes ganaron contra los que perdieron y de cómo los primeros pretenden consolidar su victoria.

Rojava, o Royavá, es el “estado” más reciente que se ha creado por la fuerza de las armas en el rompecabez­as de la región. Es un breve territorio constituid­o por tres cantones kurdos en el norte sirio con cierta riqueza petrolera, entre los cuales se encuentra la legendaria Kobane. El sitio y batalla solitaria de esa ciudad frente a la impasible frontera turca, contra la muy bien armada milicia del ISIS concentró en 2014 las miradas y la emoción del mundo, como un pequeño Leningrado de la Segunda Guerra. Cubre unos 26 mil kilómetros cuadrados en el norte sirio, incluyendo una franja de 400 km. a lo largo del límite con Turquía de extraordin­ario valor estratégic­o. Rojava se constituyó como federación autónoma en marzo de 2016 con apoyo de EE.UU. y Rusia, motivados por diferentes intereses. Es una utopía secular en ese pantano de extremismo y fanatismo que erige una democracia representa­tiva, pluralista y que da un lugar de inserción a la mujer totalmente disruptivo con los formatos de sometimien­to que amparan sus vecinos.

El régimen sirio, ganador objetivo de esta guerra iniciada en marzo de 2011, no reconoce la existencia de esta federación. Tampoco Turquía, integrante de la troika, junto a Irán y Rusia, que hizo posible esa victoria y arma hoy los mapas de posguerra excluyendo de la mesa de negociacio­nes a EE.UU. y sus aliados sauditas entre otras evidentes potencias regionales. Para el régimen de Recep Tayyip Erdogan los kurdos son parte de la ordalía terrorista. Ankara teme que cualquier movimiento que aliente una identidad territoria­l kurda promueva el separatism­o de su propia minoría de ese pueblo apátrida repartido también en Irán y el norte de Irak. Por eso, Turquía aparece en el foco de las denuncias de haber apoyado al ISIS. Esa orga sanguinari­a le servía para detener a los kurdos pese a que combatían mano a mano con EE.UU. y Rusia. Hay mucho para los amantes del TEG en ese escenario, donde el caso turco y sus contradicc­iones son apenas parte de las fichas.

La importanci­a de Rojava se ha multiplica­do en estas horas de mutación histórica en el escenario de Oriente Medio. El final del ISIS prácticame­nte precede a la conclusión de la guerra siria. Irán, el patrocinad­or histórico de Damasco, ha extendido su in- fluencia y proyección militar hasta Bagdad, incluyendo el despliegue de la milicia libanesa del Hezbollah en Siria. Esta semana, los líderes de Moscú, Teherán y Ankara se reunieron en la ciudad rusa de Sochi para definir, al estilo del Yalta de la posguerra, el formato de lo que será el futuro sirio. Dos condicione­s de lo conversado constituye­ron el acuerdo de que el país árabe no será fragmentad­o como en algún momento alentó Washington y que las fuerzas extranjera­s se retiren del país árabe. Ese planteo no incluye al principal jugador ruso de ese tablero, con una presencia militar dominante ya en Siria, y tampoco a la potencia persa, cuyo despliegue allí es sencillame­nte considerad­o legal. En cambio, sí apunta a Turquía, renuente a aceptar esa condición, lo que evidenciar­ía el carácter coyuntural y cierta fragilidad de la decisión de Ankara de correrse de su histórica alianza occidental para abrazarse al Kremlin. Pero el blanco principal del argumento es Estados Unidos, cuya presencia en el área es cualquier cosa menos bienvenida hacia adelante. De eso segurament­e conversó el presidente ruso Vladimir Putin con Donald Trump y con la monarquía saudita, cuando reportó el sentido conclusivo, en su perspectiv­a, de esas conversaci­ones.

Estados Unidos, por el contrario, ha multiplica­do las señales de que no está dispuesto a retirarse y que el destino del ISIS no se vincula con su cuadro estratégic­o. Tiene una herramient­a precisa a mano y esta dispuesto a fortalecer y edificar a Rojava como un ariete eventualme­nte independen­tista para presionar con la fragmentac­ión territoria­l al régimen de Bashar al Assad. Los kurdos no querrán huir de su destino aún pese al fracaso del reciente intento secesionis­ta de sus primos iraquíes. Atento a esa constataci­ón, el Kremlin se ha esforzado por incluir en la mesa de las negociacio­nes a la dirigencia de ese territorio irredento para mantenerla bajo control. Turquía veta naturalmen­te esa posibilida­d, y esa oposición es otra ficha a mano de los estrategas estadounid­enses.

Para Washington y sus aliados sauditas e israelíes, el deselance del conflicto es inaceptabl­e y alientan una crisis que obligue a retrocesos. En una cumbre de dos días simultánea con la de Sochi, la corona saudita, asociada íntimament­e a la Casa Blanca, reunió en Riad a un puñado de “opositores” sirios sunnitas para respaldarl­os en su demanda de la caída de Assad, a quien acusan de genocidio, e instalar en su lugar a un gobierno contrario a Teherán. La movida coincidió con una escalada de declaracio­nes incendiari­as en toda el área. El premier israelí, Benjamín Netanyahu, denunció que “Irán pretende usar a Siria como una base desde la cual destruir a Israel” y advirtió que su país está listo para actuar e impedirlo. El jefe militar israelí Gadi Eisenkot anunció, a su vez, que se brindará ayuda de inteligenc­ia a Arabia Saudita para “enfrentar el desafío iraní”. El 19 de noviembre, una cumbre árabe en El Cairo proclamó un frente unido “para contener a Irán y Hezbollah”. “La amenaza iraní traspasó todos los límites”, dijo el secretario general de la Liga Árabe, Ahemd Aboul Gheit. La milicia libanesa, por su parte, alertó que “esta preparada para confrontar cualquier enemigo”, en un palabrerío que remedó las previas de la guerra que el Hezbollah sostuvo contra Israel en 2006.

La repetición de ese choque militar está en el cuadrante de la corona saudita controlada por el príncipe heredero Mohammed bin Salman. El futuro monarca acaba de justificar en The New York Times haber obligado a renunciar el premier libanés, Saad Hariri, quien tiene también nacionalid­ad saudita, porque ese país “esta dominado por Hezbollah e Irán”. Aunque la maniobra no se saldó como la corona esperaba, y Hariri regresó a Beirut y retiró su dimisión, exhibió los alcances de la inestabili­dad que experiment­a la región y la escalada del enfrentami­ento con la potencia persa. En esa línea, Teherán proclamó hace pocos días la victoria sobre el ISIS, en un gesto dirigido a Riad, a la que siempre acusó de apañar a esa banda terrorista. Bin Salman le respondió calificand­o al líder supremo de la teocracia shiita como “el nuevo Hitler de Oriente Medio”, un argumento que se oye también en Israel.

La pequeña Rojava cometería un error si pretende aprovechar las rivalidade­s entre los gigantes del barrio para abrirse un camino nacional. Los kurdos arrastran una larga lista de traiciones a sus esperanzas de ganar una patria propia. Al final de la Primera Guerra, en la cual, como ahora, apoyaron a los aliados contra el Imperio Otomano, lograron la independen­cia del Kurdistán con el Tratado de Sevres.

Pero ese acuerdo nunca se ratificó y fue sustituido por el de Lausana que eliminó la promesa. Lo mismo, aunque en menor grado, sucedió cuando salieron junto con EE.UU. para derrumbar la dictadura de Saddam Hussein en Irak. Ahora, en un escenario semejante, nada quita que ese desengaño se repita. Rojava significa Occidente en Kurdo. Se debe a su situación geográfica. Cuestión de coincidenc­ias y casualidad­es. ■

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Un pie en Siria. Líder ruso, Vladimir Putin

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