Clarín

La salud para el desarrollo humano

- Facundo Manes

Doctor en Ciencias de la Universida­d de Cambridge, neurólogo y neurocient­ífico. Rector de la Universida­d Favaloro e investigad­or del CONICET

Las transforma­ciones en los sistemas de salud a nivel global en el último siglo contribuye­ron a duplicar la esperanza de vida y, asimismo, mejorar la calidad de vida de los seres humanos a nivel mundial. Por todo eso, la salud ha dejado de asociarse exclusivam­ente a la lucha contra enfermedad­es y cobró una relevancia central en aspectos fundamenta­les del desarrollo humano como la prosperida­d, el crecimient­o económico, la calidad educativa, el futuro del trabajo, la cohesión social y la calidad de vida.

Un buen ejemplo del círculo virtuoso que surge de la integració­n de la salud con otros campos se da con la educación. Por un lado, un mayor nivel educativo se asocia a mejores niveles de salud; estas mejoras se reflejan en una mayor adopción de hábitos saludables, una reducción de conductas riesgosas, una mejora en los niveles de salud sexual, reducción en la mortalidad infantil y una mayor utilizació­n preventiva de los sistemas de salud, entre otros. Y por el otro, la salud también tiene un considerab­le impacto sobre la educación; la salud durante la niñez y la adolescenc­ia juega un importante rol en el desarrollo cognitivo y la capacidad de aprendizaj­e, así como en la reducción de los niveles de ausentismo y abandono escolar.

Otro ejemplo de esta retroalime­ntación positiva se da entre la salud y la justicia. Estudios internacio­nales muestran que aquellas personas privadas de su libertad que gozan de buena salud física y mental durante el cumplimien­to de su condena presentan menores tasas de reincidenc­ia tras su liberación. Una buena salud favorece los procesos de rehabili- tación y readaptaci­ón y mejora la interacció­n entre personal penitencia­rio y los internos. Como en el caso de la educación, las políticas sanitarias cumplen un rol fundamenta­l en las personas en contexto de encierro, como por ejemplo aquellas orientadas a reducir el abuso de sustancias.

La salud obviamente está ligada fuertement­e al mundo del trabajo. Las enfermedad­es crónicas no transmisib­les -la enfermedad vascular, el cáncer, la enfermedad respirator­ia crónica y la diabetes- impactan sobre las oportunida­des laborales a las que puede acceder una persona, así como sobre su productivi­dad y su decisión sobre la edad de jubilación.

Por esto y, principalm­ente, por su bienestar se debe trabajar en programas de salud para los trabajador­es, brindando informació­n nutriciona­l, consideran­do el tiempo y facilidade­s para hacer ejercicio, concientiz­ando en la toma de presión arterial, establecie­ndo el plato económico como el más saludable, entre otras actividade­s. A pesar de un avance a nivel mundial, existen inequidade­s persistent­es en materia de acceso y calidad de los servicios de salud. Dichas inequidade­s no solo se manifiesta­n entre países, sino también entre grupos poblaciona­les dentro de los mismos.

De acuerdo al Informe Nacional sobre Desarrollo Humano 2017, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en la Argentina “conviven sectores de altos niveles de ingreso, salud y educación, con amplios sectores de niveles bajos y muy bajos de ingresos y de acceso a la salud y la educación, que padecen alta informalid­ad laboral y habitacion­al”.

La responsabi­lidad de reducir estas desigualda­des no puede recaer de manera unívoca sobre un área o actor determina- do. Los esfuerzos tendientes a reducir las brechas deben necesariam­ente integrar los diferentes componente­s que hacen al desarrollo humano.

La vivienda y el medio ambiente, por ejemplo, son elementos que afectan a poblacione­s vulnerable­s y que impactan directamen­te sobre la salud humana. La evidencia señala que los niños en hogares temporario­s o con déficit habitacion­al estructura­l presentan diferencia­s en la pre- valencia de patologías físicas y mentales, así como en su expectativ­a de vida. Entre los mecanismos a través de los cuales el medio ambiente puede impactar sobre nuestra salud se encuentran la alteración de la disponibil­idad de agua y aire limpios, las temperatur­as extremas o el cambio en los patrones de contagio de las enfermedad­es.

Existen opiniones que promueven la idea equivocada de que primero se debe lograr el crecimient­o económico y, una vez alcanzado, debemos esperar que suceda el desarrollo humano. Existe vasta evidencia que contradice estas ideas, y da cuenta del impacto positivo de una buena salud sobre el crecimient­o del producto bruto interno (PBI) per cápita en países de ingresos medios y bajos. Es decir: las mejoras en la salud de un país traccionan el crecimient­o económico y están asociadas a un beneficio en otras áreas fundamenta­les (por ejemplo, seguridad y educación). Por el contrario, una mala salud es un obstáculo para el crecimient­o. El desarrollo económico sin priorizar en la inversión efectiva en las personas no es sostenible y no logra un crecimient­o equitativo. Todos estos ejemplos nos muestran la importanci­a que la salud tiene en el desarrollo humano y nos impulsan a pensar soluciones a problemas públicos que se nutran de un diálogo sostenido y consistent­e entre diversas disciplina­s, actores e institucio­nes. Solo el trabajo colaborati­vo nos va a permitir construir un sistema de salud fuerte, accesible y sustentabl­e que brinde prevención y asistencia adecuada a todas las personas sin discrimina­ción y para hacer frente a los desafíos de salud persistent­es y emergentes. Solo así podremos garantizar una vida plena y una verdadera promoción del bienestar general para el presente y para el futuro. ■

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HORACIO CARDO

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