Clarín

¿Abandonarl­os? Jamás

- Sensacione­s Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

La discusión por la grieta nos hizo olvidar el rostro de los desapareci­dos. Dejamos de hablar de ellos y de sus familias para incorporar­los a excluyente­s categorías políticas. “Luchadores”, “idealistas”, “asesinos”, “modernos cruzados” fueron términos que reemplazar­on lo que sucedía detrás de cada casa embalsamad­a por la ausencia y el silencio. Cuatro décadas después de que en la Argentina se creara la figura del desapareci­do –“no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo”, decía Videla en 1979– vale la pena recordar cómo el país asumió esos niveles de sadismo.

Había una sociedad dividida. Pero no (o no sólo) entre izquierda y conservado­res sino entre militantes y gente de a pie que veía la política pasar. Sí, incluso en los 70. Porque aun en esa época, junto a las ilusiones revolucion­arias, Palito Ortega se mantenía como el Rey con “Yo tengo fe”, y “Música en Libertad” –producción de Alejandro Romay– creaba y facturaba ídolos.

Mientras unos tomaron las armas, otros militaban sin violencia y muchos ejercían el “no te metás”. Y en ese mundo, nacieron las Madres. La mayor parte de ellas –orgullosas o fuertement­e críticas, poco importaba– tomaron el mando de un Titanic mayúsculo. Llevaban en la espalda el miedo a la tortura y a la muerte que enfrentaba­n sus hijos, muchas convivían con familiares que las querían mantener a “resguardo”, una buena parte de la sociedad las miraba con desdén. Pero allí estaban: en la lucha afuera de la casa. Y adentro, en una historia íntima de superviven­cia aún no del todo contada. Así lograron que parte de ese Titanic –la memoria, la no impunidad, la búsqueda eterna de los nietos por parte de las abuelas– nunca se hundiera.

Estos testimonio­s no pretenden valorar los 70. No avalan la lucha armada pero mucho menos el terrorismo de Estado. Recordemos: más de un torturador se sentía Dios –podía decidir la vida y la muerte– aunque en verdad se parecía más al Diablo. El Estado tenía, y tiene, formas legales de represión. Eso lo pone a salvo de la barbarie. Y en ese caso jamás hubieran existido las Madres, menos aún las Abuelas, sólo hubiéramos conocido mujeres reclamando por las condicione­s quizás mugrientas de alguna cárcel. Frente a lo vivido, una situación que muchas hubieran deseado con fervor.

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