Clarín

Un final de alto vuelo

El unitario en el que Julio Chávez compone a un ex bailarín se despidió de la TV abierta con un capítulo de gran calidad.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

Con un capítulo que llevó de la mano al espectador por todos los estados. Así se despidió anoche El maestro de la televisión abierta. El hermetismo en el concepto inicial de esta nota y la aclaración acerca de qué pantalla dejó el unitario de Pol-ka vienen a cuento de la nueva modalidad de emisión que tiene la TV argentina: un programa terminó hace unas horas en un canal de aire (El Trece), todavía tiene una semana de vida en el cable (TNT) y para los que aún no lo vieron está disponible, completo, en el sistema streaming de Flow. Así de abierto el juego, así de difícil comentar un final en estos tiempos.

De todos modos, sin correr el velo completo, se puede decir que la miniserie protagoniz­ada por Julio Chávez se cerró con el mismo alto nivel con el que se abrió, en septiembre: la sutileza del baile clásico embebido en un cruce de historias vinculares, atravesada­s por la pasión y la complejida­d humana. No fue un programa de buenos o malos. Fue -o es o será, todavía, para algunos- un lindo cuento de sueños, amores, ambiciones y despecho, que promedió 9,7 puntos de rating.

El eje central, trazado por Gonzalo Demaría y Romina Paula, fue la relación entre Prat (un ex bailarín que decidió dar clases de danza, magistralm­ente -tentadora palabra para refe- rirse un maestro- interpreta­do por Chávez, y Luisa, la chica que soñaba con ganar una beca y formarse en Canadá. Y para poder cumplir su deseo eligió al hombre del título, con el que tuvo una relación matizada por una variedad de colores ( tal vez demasiados, en un vínculo algo confuso).

Luisa es muy buena bailando, entre otras cosas porque Carla Quevedo es una enorme actriz que entró al proyecto silbando bajito. No se pue- de hablar de revelación, porque a los 29 años tiene un nutrido camino repartido entre la Argentina y los Estados Unidos, pero sí fue una sorpresa que en la mayoría de las escenas mantuvo con naturalida­d los mano a mano con Chávez.

El nivel actoral, con Juan Leyrado (un gay delicado, corrido del estereotip­o) e Inés Estévez (una atormentad­a mujer obsesionad­a por Prat, su ex) como dos coprotagon­istas de peso, fue muy sólido en general. Y en ese punto, más allá de las capacidade­s ajenas, se pudo ver la mano del director, Daniel Barone. Si bien la danza como concepto y el Colón, como uno de los bellos escenarios, aportaron su magia, la mirada de Barone permitió que el relato tuviera aroma a cuento. No de hadas. Un cuento de esos que hay que leer hasta la última página para resignific­ar su mensaje y entender un poco más a sus personajes. ■

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El maestro. Prat (Chávez) le enseña danza a su nieto.
 ??  ?? La alumna. Luisa (Quevedo), confundida con Prat.
La alumna. Luisa (Quevedo), confundida con Prat.

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