Clarín

La Banelco no se rinde

- Ricardo Kirschbaum

Ya lo dijo De Vido desde la cárcel: no seré un Cantarero. Quiso decir que no aceptará convertirs­e en el chivo expiatorio del kirchneris­mo. Mostró deliberada­mente que no pagaría solo las culpas. Fue una manera brutal de decirle a sus compañeros que no les convenía dejarlo solo. Su locuaz esposa agregó, por si quedaban dudas, que Julio sabía muchas cosas. Algunos se apresuraro­n a arroparlo.

Emilio Cantarero fue un senador del justiciali­smo salteño que admitió que la sanción de la reforma laboral de De la Rúa se había aprobado porque se habían pagado sobornos. El legislador, luego, fue declarado inimputabl­e por el ubicuo ex juez Oyarbide. El caso provocó entonces una crisis institucio­nal: el vi- cepresiden­te Chacho Alvarez renunció a su cargo e hirió de muerte a la Alianza que había llevado a Fernando De la Rúa al poder en 1989. El único senador radical procesado en la investigac­ión, José Genoud, se suicidó. Se dijo que estaba deprimido.

En aquellos tiempos del posmenemis­mo, cuando todavía un dólar valía un peso por la convertibi­lidad de Cavallo, se popularizó una frase que Hugo Moyano le atribuyó al entonces ministro de Trabajo Alberto Flamarique : “Para (convencer) a los senadores, tengo la Banelco”. Él lo desmintió.

Quince años después, De la Rúa y el resto de los acusados fueron absueltos.

Pero el impacto de la Banelco ha sido de tal magnitud que ahora otro Moyano, Pablo (hijo de Hugo), no dudó en usar el mismo método que su padre para tratar de enchastrar a los senadores ante una nueva reforma laboral. Y volvió a hablar del método “Banelco”

Pichetto, que tiene la llave política para habilitar o no la mayoría en el Senado, mandó el proyecto del Gobierno al freezer. Quiere que la CGT exprese de manera unívoca su acuerdo

¿Es la reforma laboral que lleva a los Moyano a esta batalla, u otros intereses particular­es?

para avanzar en el Congreso.

Pablo Moyano participó de la marcha sindical al Congreso contra la reforma, que hege-monizaron los sindicalis­tas kirchneris­tas. Pero no fue esa presión lo que determinó el congelamie­nto de la ley sino la diseminaci­ón de la sospecha. Pichetto metió el freno y le man- dó la pelota a la CGT para que se arreglen.

Moyano tiene un problema y ese problema se llama OCA, que tiene una alta deuda fiscal que puede llevarlo a la quiebra. El jefe de la AFIP, Alberto Abad, se opondría a que se le otorgue un plan de facilidade­s, lo mismo que reclama el fondo que dice haber comprado al grupo de Cristóbal López, que también se quedó con el dinero de los impuestos.

En este mundo de versiones envenenada­s y de conspiraci­ones reales o ficticias, se daban por hecho varias cuestiones: 1) que el avance sobre el vicepresid­ente de Independie­nte, detenido ayer, y la barra brava de ese club era un avance sobre Moyano. Hugo preside Independie­nte y Pablo está muy metido en ese mundo pestilente que rodea al fútbol. Habría sido una manera de recordarle, de acuerdo a esa versión, el costo de la oposición a la reforma.

2) Que Pablo se abrió del acuerdo al que había llegado la conducción de la CGT con el Gobierno luego de un diálogo con el Papa. Es difícil creer que haya elegido a ese interlocut­or para hablar sobre la situación argentina. Francisco desairó el viernes pasado a los sindicalis­tas argentinos que habían ido al Vaticano. No apareció para la foto, ese objeto tan deseado por políticos y gremialist­as.

3) Cristian Ritondo, titular de Seguridad bonaerense, es vocal de Independie­nte, y tiene relación política y personal con el jefe del clan Moyano. ■

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