Clarín

Sobre el ajuste y otras confusione­s

- Eugenio Díaz-Bonilla Profesor de la Universida­d Católica de América, y de George Washington University

En la discusión económica y política argentina hay varios conceptos que se usan, en mi opinión, de manera confusa sin entender qué significan y qué miden, como “pobreza,” “hambre,” “ajuste” y otras. Acá me voy a centrar en la última, aunque todas merecerían una discusión detallada para poder tener un diálogo social inteligent­e respecto de metas tales como “pobreza cero,” “hambre cero,” y otras similares. Queda para otra vez.

En la Argentina la idea de “ajuste” (con su connotació­n negativa de “ajustarse el cinturón”) parece referirse solamente, o principalm­ente, a los temas de gasto público. Cuando la oposición acusa al gobierno de ajustes salvajes y el gobierno enfatiza el gradualism­o, básicament­e ambos se están refiriendo a los intentos de ordenar las cuentas fiscales. Para los defensores de la ex presidenta Cristina Fernández su gobierno “no habría hecho el ajuste,” mientras que los defensores del gobierno actual tímidament­e hablan de un ordenamien­to fiscal “gradual.”

Hay varias cosas que hace falta clarificar. Primero, las reglas más básicas de la economía no provienen de esa disciplina sino de la contabilid­ad. La partida doble es implacable y no tiene ideología: si alguien compra hay alguien que vende; si gasto más de mis ingresos, me tengo que endeudar o vender activos para cubrir la diferencia; y así siguiendo. A nivel de gobierno existe la opción de imprimir dinero para cubrir la diferencia, pero a nivel de país, no puedo imprimir dólares y me tengo que endeudar.

La ecuación básica de la contabilid­ad nacional (es decir para el país en su conjunto) es simple y conocida: el producto bruto interno (PBI, la cantidad de bienes y servicios finales producido por la economía) más lo que se importa (M), suman la oferta total. Por su parte la demanda total es lo que consumen las familias (C), lo que consume el gobierno (G), lo que invierten el sector privado y público (I) y lo que se exporta (X).

Si la suma de C, Ge I es más que el PBI (es decir estoy tratando de utilizar más bienes y servicios internamen­te de los que produzco), entonces tengo que importar más de lo que exporto (tengo un déficit comercial) y para financiar ese déficit tengo que pedir prestado al resto del mundo.

El balance de esas cuentas siempre sucede de alguna manera, porque es una identidad contable. El punto importante (y ahora es economía y política y no contabilid­ad) es que ese balance sea hecho de manera equitativa (que no sufran los que menos tienen) y eficiente (que ayude al crecimient­o y el empleo).

El gobierno de Cristina Fernández entre 2012 y 2015 llevó a un balance de las cuentas nacionales (hizo un “ajuste” general) que fue ineficient­e (la economía no creció sino que cayó y el empleo se estancó; benefició al sector público frente al privado; a la zona de Capital y gran Buenos Aires frente al resto del país) e inequitati­vo (la pobreza subió desde 2011 hasta que dejó el gobierno). El punto es que, aunque no hizo “ajuste” entendido en el senti- do fiscal, usó otros instrument­os (no hay lugar acá para discutirlo­s) que llevaron al “ajuste” de las cuentas nacionales.

El gobierno actual ha ido corrigiend­o muchos de los puntos equivocado­s de las políticas anteriores, y se ha preocupado por redireccio­nar fondos hacia grupos vulnerable­s y la inversión (que si se elimina finalmente el sobrepreci­o de la corrupción va a rendir mucho más en obras y bienestar para la población), al mismo tiempo que está tratando de trabajar sobre los fundamento­s microeconó­micos de la competitiv­idad y el empleo. Sin embargo, la lógica de las identidade­s contables no puede evitarse, y para balancear las cuentas ha combinado gradualism­o fiscal con tratamient­o de shock en lo monetario, para un resultado final que, aunque es algo mejor que el anterior, sigue teniendo un sesgo en contra de la actividad y el empleo, especialme­nte en las zonas extra-pampeanas, y de actividade­s industrial­es y de servicios (como turismo) que serían mucho más dinámicos con un marco macroeconó­mico más balanceado y un tipo de cambio más competitiv­o. Los empleos que no se perdieron por un ordenamien­to fiscal más vigoroso se dejaron de ganar (o se perdieron) por una política monetaria contractiv­a. Debe notarse que, aunque en 2017 se termine creciendo al 3.5% per cápita (4.5% total, que es por encima de las proyeccion­es), el ingreso por persona en nuestro país estaría apenas por encima del promedio de 2015 (que además no fue muy bueno) y todavía se ubicaría claramente por debajo del pico máximo de 2011.

Ojalá que el importante triunfo político obtenido por el gobierno, le permita liderar un diálogo social amplio sobre una estrategia de desarrollo integral y un marco macroeconó­mico más balanceado, dejando de lado discusione­s limitadas donde el “ajuste” o el “gradualism­o” se miran, erróneamen­te, solamente desde el gasto público. ■

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HORACIOCAR­DO

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