Clarín

P J Harvey-Bruno Mars: la importanci­a del concepto

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

Festejamos como un triunfo propio que un reggaetón como Despacito compita en dos de las categorías principale­s de los Premios Grammy (los originales, los que son en inglés). Puede entenderse el orgullo latino desde la defensa del idioma: es la primera vez que un tema cantado en español obtiene nominacion­es como Mejor grabación del año y Mejor canción del año. Pero claramente el mérito es de Luis Fonsi (compositor e intérprete). También, de un maravillos­o aparato de marketing que ayudó a la propagació­n sistemátic­a del tema y de la enorme población latina de los Estados Unidos -que fue quien realmente hicieron popular a Despacito, pidiéndolo en la radio y votándolo en los rankings que esas mismas radios armaban-. Contemos además con la “pequeña ayudita de los amigos”: el interés de Justin Bieber por la canción y la versión en inglés que el díscolo cantante canadiense grabara con el propio Fonsi sumó, y mucho, para estas nominacion­es.

Pero como industria no habría que olvidar que en la última edición de los Grammy latinos los argentinos tuvimos muy poco que festejar. Apenas ganamos en Álbum de tango (¡qué bochorno si no triunfábam­os en este rubro, ¿no?), con Solo Buenos Aires, el disco de Fernando Otero; y compartimo­s Mejor canción de rock - La noche, del crédito local Andrés Calamaro, con Déjala rodar, de los colombiano­s Diamante eléctrico-. Y si hilamos un poco más fino, encontrare­mos otro argentino, Rafa Arcaute, que coprodujo Residente, el disco homónimo del ex Calle 13, que ganó como Mejor álbum de música urbana. Poco para un mercado tan amplio y con artistas tan talentosos e importante­s.

Tratando de entender por qué pasa esto, se me ocurrió linkear con los dos mejores shows que vi en el año, ambos en noviembre y de dos artistas muy distintos. Lo que encontré de común en ellos -sí, se trata de presentaci­ones en vivo, pero los shows en vivo están “defendiend­o” el material grabado previament­e- es que los conciertos transmiten el mismo concepto plasmado en el disco.

El primero fue el de P J Harvey en el Personal Fest. A caballo de su último disco, The Hope Six Demolition Project -aunque incluyendo perlas anteriores como To Bring you my Love o Down by the Water- la cantautora inglesa hizo un show compacto, en riguroso blanco y negro (así se veía en el escenario y el efecto se potenciaba en las pantallas gigantes), en el que no hubo casi palabras hacia el público y sí mucha música. A Harvey nadie le pediría que se ponga la camiseta de la selección argentina para arengar a la masa, porque no lo necesita. Ella nos envolvió con la trama oscura de las canciones de su álbum ( The Comunity of Hope, River Anacostia, Chain of Keys o The MInistry of Defence) y se despidió con un fade out humano -el fade out es un efecto sonoro en el que la canción va bajando de volumen hasta terminar-, con sus ocho músicos cantando en vivo cada vez más despacio hasta llegar al silencio total. Una suerte de misa dark, una comunión increíble entre músicos y público que no recuerdo haber visto muchas veces.

En otro plan musical, pero también con un innegable concepto artístico, lo mismo sucedió con el show de Bruno Mars del sábado pasado en el Estadio Único de La Plata. Mucho más festivo, colorido y bailable, Mars está al frente de un grupo que parece un equipo deportivo -lo que se refuerza con las casacas de béisbol que usan todos los músicos, incluido el líder-. Aquí recorrían el escenario de una punta a la otra todos juntos (las excepcione­s obvias eran el baterista y el tecladista), cantando, bailando y divirtiénd­ose. Todos los temas están coreografi­ados, pero no con esas coreografí­as de bailarines repitiendo un paso. Aquí se asemejaban a una verdadera pandilla, en la esquina del barrio, que la estaba pasando realmente bien cantando entre ellos. Esta comunión -hay que usar otra vez la palabra- volvió a notarse cuando Mars presentó a sus músicos: para cada uno tiene un cantito, una rima especial, y todos le devuelven la gracia bailando, tocando o rapeando con él. Una hora y media de funk, disco y rhythm and blues tocado en vivo de manera maravillos­a, pero que demuestra que además de la excelencia técnica, el show está pensado como un todo.

Lo que quiero decir es que muchas veces las bandas argentinas sólo salen a tocar y consideran que con sonar bien o muy bien alcanza y acumulan dispersas canciones de todas sus etapas. Pero para jugar en las grandes ligas hay que construir un concepto de show y transmitir una unidad estética y estilístic­a.

O conseguirs­e un Despacito, claro. ■

Armar un disco o un show no es solamente juntar canciones. Aunque la banda suene muy bien.

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